Ya en la calle el nº 1037

Tristeza, una emoción necesaria

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Se va la tarde (V)           

Pepe Fuentes Blanc/Escritor

Pero se va la tarde. La tarde se va con una leve llovizna. Ha llegado el frío. Un rebaño de gotitas de agua se deja querer por mi prenda de abrigo. A pesar de las florecitas de plata, el día, hoy, ha transitado insípido.Hoy ha sido un día insípido, sin alteraciones, colmado hasta arriba de situaciones previsibles: se podrían medir. Hoy ha habido pocas emociones. Sin emociones, el día apenas está provisto de sabor. El poeta necesita emociones, precisa emocionarse para sentir lo bello. La tristeza es una emoción propia de los poetas. En esta noche que aviene, vivo la emoción de estar triste. Por eso escribo, aunque sólo sea un poquito. Escribo. La llovizna me trae lunas que huelen a ajedrea venida del calar. Lunas metálicas rebosantes de cinc brillante. Luna creciente llena de lágrimas de plata que me interpelan a cada instante. Luna atestada de hoyuelos y badenes sugerentes que hablan de tiempo que pasa inexorable. Las hormas del pensamiento puestas a replanteo por un enjambre de gotas pequeñitas de agua que se rompen en miríadas al entrar en contacto con mi prenda de abrigo, que se desgajan en mi rostro atiborrado de cicatrices virtuales. Luna creciente llena de lágrimas de plata.

En el laberinto de sombras, esperando la mañana, el sueño se torna largo y mistérico. Defecto de paciencia calculada, la espera se atarraga de minutos sin sorpresa, de tenues relámpagos oníricos saciados de arquetipos. Memoria insatisfecha de la inmanencia sutil de lo cotidiano, impresión de imágenes agarradas de la mano y formando secuencias que cuentan historias —cánticos tiene la noche que susurran sin remedio el enredo de la mente—, me dices que has soñado con muertos, aunque están vivos, y yo sueño contigo. Traigo aquí pedacitos de besos para ti. Te amo en esta tarde que se va en silencio, casi sin notarse, al tiempo que procede en su sinfonía de notas sordas, tan sordas que casi no se oyen. Me retiro para escuchar el silencio.

Algunas veces, cuando regreso a lo cotidiano, me aposto contigo. Apostados en nuestro reposadero ignoto, —solo por nosotros conocido, sólo por nosotros investigado—, imploramos. Apenas si nos ruborizamos pidiendo que acaezca lo que deseamos. Sin embargo, somos torpes hasta la saciedad a la hora de demandar lo que verdaderamente necesitamos. Yo necesito asombrarme de las cosas cada día. ¡Acércame, cariño, la arboleda para que huela la noche! Vísteme de brisa, enseguida, para que pueda besarme la luna. Déjame volar contigo, como cuando éramos aire.

A veces me sé indomable. Algunos desajustes que arrastro en la convivencia en distancias cortas provienen del celo empecinado que pongo para preservar mi parcela emocional, mi intimidad, mi secreto. Esto, para algunas circunstancias es un atraso y me estorba. Lo sé, pero es inevitable. Resta mucho para practicar lo que sé que es cierto: un  espíritu indómito sólo se aquieta a partir de la generosidad, y es entonces cuando aprende. Además, soy débil. Hoy me reconozco torpe para ser feliz. Tengo, sin embargo, fácil practicar la tristeza. Día tras día compruebo que la melancolía activa mi creatividad. ¿Tengo necesariamente que hacer algo para que no sea así?

Lo dejo estar.

 

 

 

 

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