Ya en la calle el nº 1037

Tregua de Navidad (final)

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CRÓNICAS APASIONADAS

PEDRO M. MARTÍNEZ BERMÚDEZ

Llegó el Día de Navidad, nadie sabía lo que iba a ocurrir. ¿Íbamos a seguir con aquella matanza de futuros padres, doctores, maestros…? Mis compañeros y yo nos miramos sin saber qué hacer. ¿Quién iba a ser el primero en abrir fuego en aquel día? Sin mediar palabra, cogí mi gorra y la alcé por encima de la trinchera, temeroso de que aquella acción fuese la última de mi vida. Se empezaron a escuchar voces procedentes de la trinchera enemiga, oí el sonido aterrador de los fusiles cuando son empuñados. Levanté mis manos y comencé a salir de mi refugio lentamente, nadie me disparaba. Caminé por la tierra de nadie. Ante mi sorpresa, soldados alemanes también salieron con las manos en alto, al igual que lo hacía yo. En poco tiempo, aquel lugar se llenó de soldados que estaban dándose la mano cordialmente, hablando de sus mujeres, novias… Incluso hubo intercambios de chocolate, tabaco. Reinaba un ambiente de cordialidad que demostró que incluso los enemigos pueden mostrarse respeto. Nadie estaba pensando en honores patrios o en vengar el asesinato de un archiduque, queríamos ser libres durante un tiempo del horror que conlleva una guerra.

Pudimos enterrar a nuestros compañeros fallecidos con el honor que merecían. No había distinción entre nacionalidades, habían alemanes en los entierros de soldados ingleses y viceversa. ¿Qué pensarían nuestros gobernantes en aquellos momentos? Seguramente nos hubieran fusilado a todos por confraternizar con el enemigo. Todos los clichés sobre los alemanes e ingleses habían desaparecido, los germanos no eran aquellas bestias carentes de sentimientos que nos habían inculcado desde las más altas instancias del ejercito.

Un compañero mío volvió a la trinchera, yo desconocía para qué, tan solo deseaba que nada horrendo pudiera ocurrir. Regresó con un objeto que se iba a convertir en el verdadero y único motivo para una lucha: un balón de fútbol. Pusimos dos chaquetas que hicieron las veces de portería para después hacer los equipos. Comenzamos a correr en aquel terreno de juego lleno de barro, sangre y desolación. No creo que aquel improvisado partido de fútbol haya pasado a los anales de la Historia, pero si puedo asegurar que nos ayudó a ver a las personas más allá de sus banderas e ideologías.

Sabíamos perfectamente los allí congregados que nuestras horas de libertad estaban contadas, teníamos que volver a ser enemigos íntimos y luchar aquella cruel guerra para salvaguardar intereses que nos eran completamente ajenos. Volvimos a nuestras madrigueras, las metralletas comenzaron a rugir tan ferozmente que aún las escucho por las noches.

Una semana más tarde fui herido en la pierna y tuvieron que amputármela, la edad de la inocencia había muerto. Volví a casa, pero no a la misma de la que me había marchado, sino a otra diferente, aún siendo la misma estructura física. La Gran Guerra había cambiado todo para siempre.

El 11 de noviembre de 1918 anunciaron el fin de las hostilidades, las armas callarían. Sin embargo, no sería para siempre.

Muchos años más tarde, ya anciano, pude volver a ver con mis ojos aquella tierra de nadie, donde unas decenas de jóvenes se unieron para liberarse de las ataduras que les habían impuesto. Lloré por las vidas que habían visto su fin en aquellos campos, pero también lo hice por mí y mis ilusiones robadas.

 

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