Traiciones, por Pascual García

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Pascual García ([email protected]) 

Quince años contaba yo cuando se celebraron en España las primeras elecciones generales, todo era en aquel tiempo política, palabra encendida y recuerdos amargos de la guerra civil, pero también, y sobre todo, nos ganaba la esperanza de que por fin aquello terminara, aunque no estábamos muy seguros ni de qué era exactamente ni cuándo había empezado todo. La democracia era nuestro último juguete y estábamos disfrutando de él con la inocencia de los niños

En mi barrio se comentaba por lo bajo, casi con miedo, las viejas atrocidades de la guerra y de la posguerra con la inconsciencia de que muy pronto acabaría por abandonarnos aquella sombra de la reciente historia de España, se repasaban tragedias más o menos conocidas, se referían leyendas y hechos reales y la gente, algunos protagonistas de la represión y otros, que la habían leído de una forma vaga en los libros, andaban todo el día con el monotema en la boca. A los muchachos nos gustaba escuchar a los mayores y ponernos de parte de los vencidos, porque estábamos viviendo un excepcional relato épico y nuestros mayores se encontraban entre los héroes de aquella gesta, tantos años silenciada por el miedo, y el miedo siempre ha generado las mejores historias, yo recuerdo muchos momentos de intimidad vecinal, de solidaridad y de memoria compartida y recuerdo el sentimiento unánime de muchachos y mayores, de mujeres de manos erosionadas por la lejía y de hombres hechos a las calamidades del trabajo duro en los montes, en las viñas y en las huertas, afligidos todos por el recuerdo de la injusticia y del terror

El precipitado de todo aquello no siempre era verdadero por desgracia, y más tarde, con el transcurrir de los años nos hemos dado cuenta de que los cachorros herederos de los protagonistas de nuestra vieja contienda no supieron estar siempre a la altura de la honradez y de la valentía que se les supuso a aquellos y terminaron por cometer los mismos desmanes, las mismas tropelías económicas, pero entonces éramos jóvenes e idealistas y no estábamos dispuestos a aceptar que nuestros ídolos de antaño también ambicionasen el lujo, el poder y la verdad y que la nueva democracia fuese degenerando con el paso de los años.

No estamos dispuestos a aceptar el desaliento, porque esto solo les da la razón a los que nunca la tuvieron, pero han pasado algunos años desde entonces y lamentablemente hemos asistido a un buen puñado de traiciones hasta el punto de acabar admitiendo pulpo como animal de compañía, aunque es posible también que para crecer necesitáramos padecer algunas enfermedades que nos fortalecieran, ciertas decepciones que nos convirtieron en seres más íntegros y algunas mentiras para conocer el verdadero camino.

No lo sé, yo recuerdo aquellos primeros años con alegría, como si todas las elecciones fuesen una fiesta y votar constituyese un privilegio, y hace mucho que no siento esta emoción con tanta intensidad, no porque me haya ganado la decepción y haya perdido el entusiasmo en el futuro de este país y en la capacidad de sus habitantes para transformar la vida, sino porque a veces nos da la impresión de que todo lo que sentimos con fuerza termina por deshacerse de alguna manera.

Y convertirse en humo, por desgracia.

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