Pedro Antonio Hurtado García
Seguimos alimentándonos, pese a la pandemia, gracias a los agricultores, ganaderos, pescadores y demás integrantes del sector primario, quienes se esfuerzan, cada día y afrontando los riesgos que asumen, para que, en nuestros mercados, no falten los productos que brinda nuestra generosa y rica huerta.
Mientras el consumo doméstico ha crecido por el cierre de la hostelería y el fortalecimiento de las tradiciones familiares, los precios van incrementándose descaradamente sin que nadie lo remedie. Es verdad que mercados y precios son el resultado de una cuestión de oferta y demanda, lo que no puede justificar que existan cosechas que se queden en los árboles, o en la tierra, por falta de la básica y esencial mano de obra.
Es aceptable la defensa de una renta básica vital, el subsidio de desempleo y demás prestaciones, pero es inconsecuente con no querer “arrimar el hombro”, cuando el resultado representa pérdidas millonarias de cosechas, desabastecimiento de ciertos productos no recolectados y el ya mencionado encarecimiento, que, dicho sea de paso, no repercute en los agricultores.
Los desempleados tienen merecido derecho a mantener un nivel mínimo de garantías y ventajas sociales, lógicamente. Pero, en momentos como los actuales y supuesto que, “aparentemente”, se hallan en búsqueda de empleo, ¿por qué no quieren “echar una mano” al campo, a la agricultura y a quienes producen nuestros alimentos básicos?.
No es de recibo que, institucionalmente, no se ponga cerco a tan deplorable actitud y no se ataje tan nefasta situación generada en la siempre perdedora agricultura, la vilmente vilipendiada y nunca favorecida, por mucho que nos demuestren que siguen siendo nuestra permanente despensa y nuestra vital fuente de alimentación y, por ende, de subsistencia. Buenos días.