Ya en la calle el nº 1040

Tina Modotti, mujer vivida

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

GLORIA LÓPEZ CORBALÁN

Se puede morir a los 80 sin haber vivido… y se puede morir a los 46 habiéndolo vivido todo. Tina Modotti murió a los 46 siendo una mujTina Modotti, en su juventuder “vivida” (que diría uno que yo me sé) sin dejar de hacer su corta vida el doble de apasionante que cualquiera de las otras largas. Porque a pesar de lo que digan, nunca es tarde para amar, ni para obsesionarse ni para vivir.

Tina nació el 16 de agosto de 1896 en Udine (Italia). Su padre era mecánico y su madre ama de casa. Desde los 12 años se vio obligada a trabajar y en 1913 la familia tuvo que emigrar a San Francisco, donde trabajó en una fábrica. Tenía 21 años cuando se casó con un artista llamado “Robo”. Para entonces ya había descubierto Hollywood, (donde fue femme fatale y actriz de cine mudo), que no quería nada que la atase (le gustaba juguetear desnuda, le molestaban las ataduras, los botones, los cinturones y hasta los vestidos) y que le gustaba Weston, el amigo fotógrafo de su marido y a través del cual aprendió la fotografía. Para el posó desnuda en la azotea y escandalizó. No sería para el único ni el último para el que se desnudaría en su corta vida. Sería la muerte de su marido en México la que le abría a ella una nueva vida. Hasta allí se traslada con Weston en 1922, y allí entierra, junto a Robo, su corazón italiano. Y es que Tina llegó a México en un momento en que este país aún tenía aires de revolución y ella supo ver ese mundo aparte que nadie veía, fotografío escuelas, iglesias, niños, madres, “retrató cristos crucificados y cristos vivientes”; compartió la suerte de los obreros y los campesinos en sus mítines y en sus marchas de protesta y trabajó para el periódico comunista El Machete. Sus amigos eran Frida (“Ten el coraje de vivir, pues cualquiera puede morir”, le decía a su amiga enferma e inmóvil) y Diego Rivera, para el que posó desnuda para sus murales, y volvió a escandalizar.

Los hombres se enamoraban de ella y las mujeres mexicanas la enviaban cuando subía desnuda a la azotea los días de lluvia. Era valiente y lo demostraba.

Pero cuando José Magriñá asesinó a Mella (por entonces amante de Tina), el escándalo fue mayúsculo y los periódicos de México comienzan a lincharla por todo menos por el asesinato: la acusaron de disoluta, de crimen pasional y la llamaron “veneciana perversa” y Mata Hari del Comintern, y bastaron cinco días para declararla “socialmente” culpable. De ese juicio emergió libre y musa, no solo ya para sus amigos, sino también del pueblo mexicano que la consideran parte de su Revolución. Así quedaría para la Historia en el mural “Entrega de Armas” donde en 1928 Diego la pintaría con una camisa roja, una falta negra y en la mano unos proyectiles, al lado Mella y un poco más allá su inseparable amiga Frida. Ese momento decisivo de la vida de México marcó para siempre su vida. Es expulsada y viaja a Moscú desde 1931 y 1934 con Vidali, donde trabaja para la Cruz Roja Internacional de la URSS.

Al comenzar la Guerra Civil se trasladó a España para formar parte del Quinto Regimiento. Lo que vió allí determinó que necesitaba ambas manos para ayudar y dejó la fotografía para colaborar en los Hospitales del Socorro Rojo. Dejo de ser Tina y se convirtió en María, Carmen Ruiz o Vera Martini, los seudónimos con lo que publicaba sus reportajes. Regresa a México en 1939, donde continuo fotografiando y trabajando en su labor política hasta que una mañana de 1942, mientras un taxi la llevaba a fotografiar la vida, vino la muerta a por ella. Cuando el taxista volvió la cabeza, Tina ya no estaba.

En su lápida, ubicada en el panteón Dolores de la Ciudad de México se lee un verso de Pablo Neruda: “Tina Modotti, hermana, no duermes, no, no duermes: quizá tu corazón sienta crecer la rosa de ayer, la última rosa de ayer, la nueva rosa. Reposa dulcemente, hermana”.

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