Ya en la calle el nº 1040

Teresa de León, la sombra del poeta

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

GLORIA LÓPEZ CORBALÁN

Se han recordado, uno por uno, todos los años de Alberti, los mismos que se han ido olvidado, uno por uno, de la mujer que lo acompañó toda su vida, dejando de lado la suya propia.

María Teresa de León fue, antes de Alberti, la primera hija, nacida en Logroño en 1903, del General Ángel León y de Oliva Goyri, hermana de la primera mujer en España que obtuvo el doctorado en Filosofía y Letras. En su casa siempre se respiró un aire de cierta libertad fuera de las estrictas normas morales que regentaban los postulados ideológicos de esa España en que le tocó vivir. Parecía sacada de una pintura de Romero de Torres, morena y guapa, pero sobretodo con una personalidad muy marcada y liberal que la llevaría a seguir los pasos de su querida tía licenciándose en la misma carrera. Porque también fue, antes de Alberti, hija y sobrina de mujeres fuertes que le contagiaron la pasión por la vida, pero sobre todo por la libertad. También fue, antes de la mujer de Alberti, la de Gonzalo de Sebastián, con el que se casó en 1920 a los 17 años y con el que tuvo dos hijos: Gonzalo y Enrique. Su actividad era frenética como los acontecimientos de su alrededor. Por entonces colaboraba en el Diario de Burgos con una serie de artículos en defensa de los derechos de la mujer y al mismo tiempo que publicaría dos novelas. Pero todo eso sería antes de él. Después sería muchas cosas, pero todas de él: la mujer, la amante, la cómplice, la compañera… la mar.

Se encontraron en 1929. Él tenía entonces 27 años y ella, uno menos. «Surgió ante mí, rubia, hermosa, sólida y levantada, como la ola que un mar imprevista me arrojara de un golpe contra el pecho» dijo él. «Ya no estoy sola, ya no me contesta el eso cuando estoy sola y hablo en voz alta. Empiezo la vida por mi cuenta y riesgo», dijo ella. Fue esa ola la que los llevo lejos (se escaparon a Madrid) dejando atrás todo lo que fue antes de él, la hija, la sobrina, la esposa, la sufragista, hasta la madre ( los hijos querían con el padre y no se verían con ella hasta 20 años después en el exilio de Argentina).  En 1932 deciden casarse por lo civil, no son solo un matrimonio, son un equipo; viajes (Alemania, Bélgica, Holanda, la Unión Soviética…), fundación de revistas, como Octubre; compromiso político y defensa de la cultura. Un equipo donde el poeta se dedica a lo suyo y ella, a lo de los dos. Pero la derrota republicana obligó a la pareja a un exilio de 38 años que les llevó desde Orán a París, de Buenos Aires, donde nacería la única hija en común, para terminar en Roma. Peregrinar que tal y como recuerda en Memorias de la melancolía: «no fueron ni noble, ni bueno, ni sagrado».

Regresaron a España en 1977 de Roma hasta el puerto de Santa María, pero ya no volvía la misma que se fue. Sus recuerdos se habían ido esparciendo por esos mares del olvido que la llevarían en su peregrinaje de un país a otro «sin saber donde morirse». Vivió durante muchos años, sin recuerdos ni memoria, como un fantasma de si misma, entre las cuatro paredes de un sanatorio de la sierra madrileña, lejos de ese océano que tanto le gustaba mirar, hasta que murió en diciembre de 1988. La enterraron Alberti y unos pocos amigos. Solo fue el principio del olvido del mundo, Alberti la había olvidado mucho antes en brazos de una bióloga mucho más joven.

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