Ya en la calle el nº 1037

Suzanne Valadon, la pintora trapecista

Facebook
Twitter
LinkedIn
Pinterest
Pocket
WhatsApp

GLORIA LÓPEZ CORBALÁN

Supongo que cuando una no tiene pasado, ni padre conocido, puede permitirse el lujo de inventarse cualquier cosa que se le ocurra dependiendo del momento, o el oyente. Eso decidiría la pintora Suzanne Valadon, que lo mismo presumía de padre rico que de no tenerlo.Susanne Valadon

Lo único cierto, según los papeles, es que nació el 23 de septiembre de 1865 en Limosin, y su madre Madelaine, una costurera que no daba puntada sin vino, no atino a señalarle quien fue su padre. Pero imagino yo que sería algún pintor bohemio que le dejaría en herencia su amor por la pintura y por la libertad.

A los 14 años la niña se fugó a París, donde la encontró su madre entre los ladrones de las calles gracias a su pelo rojo, el mismo que luego pintarían los más famosos artistas.

De las calles pasó al circo Mollier, donde la vería trabajar Toulouse- Lautrec, que gastaba todo lo que ganaba junto a la gente del circo. Pasó de ser trapecista a modelo de pintores: Ella es la pelirroja radiante y soñadora, con vestido blanco y sombrerito cobrizo a la cabeza, del famoso cuadro Baile en Bougival, de Renoir. Ella es la pelirroja que Toulouse- Lautrec dibujaría sentada aguarrada a una botella, la boca amarga, los ojos turbios…

Sin embargo, sería Edgar Degas quien le enseñaría a pintar, y cosa rara, sin sesiones de pose ni de cama, porque Degas, el gran pintor de bailarinas, tenía aversión al sexo en sus diversas variantes. Y es que los caminos del Señor son inescrutables. Y los del diablo… enrevesados. Porque la niña vino a quedarse embarazada con 16 años sin saber quien era el padre. La historia se repetía. Entre todos sus amantes fue Toulouse- Lautrec quien la llevó más lejos. Él era rico y minusválido; ella era pobre y generosa, pero los dos amaban la vida en la oscuridad. La presentó a sus amigos y la bautizó con ajenjo con el que sería su nombre para la posteridad: Suzanne Valadon.

Paris giraba entonces en cabaret y fiestas que Suzanne no se perdía. Cambiada de amante mientras pintaba y bebía hasta perder el sentido. Mientras su hijo Maurice, aún sin apellido, al cuidado de la abuela se convirtió en lo que había sido su madre: alcohólico violento a los doce años. «Los lobos no pueden parir corderos» que pensaría Suzanne. Entre sus muchos amantes, se encontraría un español, Miguel Utrillo y Molins, un arquitecto español, que pasaría poco tiempo por la cama de la madre pero que sin embargo dejo para la posteridad su apellido unido a la leyenda: Maurice Utrillo, que sería la gloria y el tormento de su madre. Si bien algún amante rico intentó llevarla al buen camino, Suzanne no soportaba la rutina ni la buena vida y volvía siempre a la vida bohemia de

Montmartre con sus amigos y su familia. Mientras Suzanne pintaba, la abuela cocinaba y Maurice entraba y salía de los centros de desintoxicación y de las calles que lo convertirían en un artista callejero que pintaba souvenirs de Montmartre por un cuarto de vino. Si por la noche salía con sus amigos, por el día era un pintura disciplinada que dejó 475 pinturas y más de 300 pinturas de todo lo que le rodeaba, la madre, el hijo, la miseria, la botella y hasta lo que se veía desde la ventana.

Así transcurrieron sus últimos años de vida, entre pinceles, vino y rosas. Hasta que una noche de abril de 1938, con 72 años, la trapecista convertida en pintora hizo un giro mortal y abandonó este mundo cruel, pero dejaría el arte reflejado en su hijo. Ambos tan distintos, ambos tan geniales.

¡Suscríbete!

Recibe cada viernes las noticias más destacadas de la semana

Facebook
Twitter
LinkedIn
Pinterest
Pocket
WhatsApp

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.