CARLOS MARTÍNEZ SOLER
Hace varias semanas llegó a mis oídos que se iba a realizar la adaptación televisiva de la película Abierto hasta el amanecer, y que ésta podrá verse en Netflix, plataforma de vídeos bajo demanda que recientemente se ha lanzado a la producción de contenidos propios dando lugar a algunas gratas sorpresa como Orange is the new black y House of cards.
Cuando uno le tiene cariño como yo a la obra original, que salga un producto como éste me crea cierto desasosiego, pues me resulta difícil creer que se puede superar la socarrona macarrada creada por Robert Rodríguez y Quentin Tarantino años atrás, más si cabe después de ver el tráiler de la serie, la cual parece estar muy cercana a la serie B.
A pesar de esto, dejo mis temores a un lado y me lanzo al visionado de su capítulo piloto, y la primera sorpresa me la llevo cuando descubro que detrás de la cámara está el propio Robert Rodríguez. Me vengo arriba con este descubrimiento pero pronto el globo se desinfla. No es que pueda decir que Abierto hasta el amanecer, la serie, sea mala, ni mucho menos, sino simplemente un producto correcto, pero falto de vida. Lo que pasa es que toda la mala baba, el humor negro, la violencia, el erotismo…. de su obra original, se pierden aquí en busca de un discurso más adulto, donde lo primero que chirría es la elección de sus dos protagonistas, dos auténticos muñecos parlantes sin planta ni carisma, a los que se unen unos flashback explicativos sobre el origen de la historia poco acertados.
En esta época de tantos remakes, secuelas, etc., que demuestran la falta de ideas de la industria americana, que este fenómeno esté alcanzando ya al mundo de las series televisivas me asusta, pues si algo es bueno, ¿qué necesidad hay de estropearlo?, o ¿alguien se imagina un remake de Seven?…., yo no.