Ya en la calle el nº 1040

Sereny y la banalidad de mal

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

GLORIA LÓPEZ CORBALÁN

Gitta Sereny murió en 2012, no sabemos si descubrió, al final de sus días, el enigma al que dedicó su vida: saber por qué las personas normales cometen actos terribles. No dudó en entrar en las cárceles y las mentes de los peores personajes nazis: de Franz Stangl, comandante de Treblinka, amigo de Hitler, Albert Speer, y, en Inglaterra, los niños, Robert Thompson y Jon Venables (asesinos de James Bulger) y Bell María.

Sereny nacería en  Viena, Austria 1921, hija de un protestante húngaro, Ferdinand Serény y de una  judía, Margit Herzfeld, originaria de Hamburgo . Pero el padre muere y la madre vuelve a casarse con el economista y filosofo austríaco Ludwig von Puestas.

Con sólo 13 años de  edad, en un viaje en tren hacia Reino Unido, asiste a un mitin de Hitler en Nuremberg, al contarlo al profesor, este la empujo a leer el Mein Kampf, para que entendiese todo lo que había visto. No sabemos si fue aquel encuentro lo que cambiaria su vida, lo que si es cierto que esa fascinación por los nazis determinaría su camino. Durante la II Guerra Mundial cuidó niños en Francia —la infancia maltratada y el III Reich son sus grandes obsesiones: «dos caras del mismo problema del mal»—, ayudó a esconder aviadores aliados y escapó por los pelos de la Gestapo huyendo a Estados Unidos. Después de la Segunda Guerra Mundial, trabajó para las Naciones Unidas en un programa de ayuda a los refugiados en Alemania. Fue la encargada de reunir a familias judías a las que habían quitado sus hijos, experiencia traumática para ella, por la situación de los niños, que no sabían sus orígenes. Pero estudió sobre todo la posición de las familias que robaron esos niños, defendió  y pretendió asumir el «todos son culpables», y comprender porque la fragilidad humana hace que circunstancias terribles puedan crear personas terribles.

Siempre con el objetivo de entender a los monstruos, asiste al proceso de Nuremberg en1945 y tiene su primer encuentro con Albert Speer,  que acabaría en una monumental biografía: Albert Speer, el arquitecto de Hitler: su lucha con la verdad, Javier Vergara, 1996) y en una relación que duraría hasta la muerte del favorito de Hitler. Solo a ella fue capaz de contar los secretos que calló durante su  proceso. En 1949 se casa con Honeyman (fotógrafo de Vogue, el Daily Telegraph y el Sunday Times)  se instalan  en Londres, donde tiene dos hijos.  En 1972 la publicación de su libro el Caso de Mary Bell  y su pago a la asesina de dos niños para su colaboración en él, la devuelven a la actualidad.  En una carta a los padres de una de las víctimas aclaró que el propósito del libro «no era volver a vivir estos terribles crímenes, sino para encontrar una cierta comprensión de la forma en que podría suceder».  Su curiosidad y su forma de tratar el tema la ponen en contra de casi todos los periodistas en Inglaterra.

Esta postura de tratar entender (que no justificar) el horror nos la legó en su libro El trauma alemán (Península), mezcla de autobiografía, reflexión, entrevistas y testimonios de alemanes involucrados de alguna manera en el nazismo y sus consecuencias.

Gitta Sereny fue nombrada en 2004 Comandante de la Orden del Imperio Británico (CBE) por sus servicios al periodismo, pero su mayor premio es haber ganado al revisionista  David Irving en los tribunales, esclareciendo la verdad sobre los falsos diarios de Hitler  y su negación de la participación de este en el Holocausto. Debe de andar ya por el infierno,  preguntando a unos y a otros cuales fueron sus motivos para estar allí.

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