Ya en la calle el nº 1037

Septiembre en Calasparra

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Yanire García Giménez

Recuerdo esa sensación que me recorría el cuerpo cuando escuchaba la palabra “septiembre”, sinónimo de volver a la rutina y comenzar a dejar atrás el verano, pero también de disfrutar de nuestras esperadas tradiciones, fiestas y cultura. El sonido de El Chupinazo anunciaba el inicio de los populares encierros de Calasparra, del 3 al 8 de ese mes, y ya sabías todo lo que te esperaba esos seis días y lo bien que te lo ibas a pasar. Todos los años se ha seguido el mismo patrón, pero todos los años han sido únicos y diferentes. Lo que más me gustaba de nuestras fiestas era sentir esas buenas vibras con las que empezaba la semana: el primer día que madrugas con tanta ilusión para ver el encierro, el cohete que alborota las masas momentos antes de que los cabestros y los toros bravos corran por las calles, la primera vaquilla que sueltan en la plaza de toros mientras tú aún buscas una zona con sombra, ese sentimiento alegre cuando escuchas tocar a la charanga, la primera canción que oyes cuando llegas a “Las Carpas”, el primer día que sales a tomar algo con tu familia o con tus amigos… ese ambiente agitado y de buen rollo en el que el pueblo duplicaba sus habitantes. Porque las fiestas en Calasparra no son solo toros y vaquillas; es estar con tu gente, reír, bailar, ir a algún concierto, salir hasta que el cuerpo aguante, que los rayos de sol te bañen mientras vives el momento y luego pasear por la feria con la brisa de la noche, estar de fiesta y desayunar churros por la mañana temprano antes de ver otro encierro, evadirse de todo y pensar en disfrutar lo máximo posible. Apreciar lo que tienes y donde tienes la suerte de haber nacido.

Para mí es de las épocas en las que más feliz me encuentro, porque veo a Calasparra viva, siendo el pueblo que merece ser, con una energía tan grande que acoge a todo el mundo vengas de donde vengas, seas taurino o no, y hace que la gente quiera venir y salir. Significa ver a familiares que veo menos durante el resto del año, salir a cada rato y tener siempre algo interesante que hacer. Es una semana intensa, en la que luego a luego no piensas ni en descansar. Yo no solía participar en ninguna peña, pero a medida que caminabas por el pueblo encontrabas gente en cada rincón en sus bajos o cocheras pasándolo en grande, y aglomeraciones por doquier, tanto en Las Carpas y La Cúpula como en los bares, y eso formaba parte del buen rollo de esos días. La última noche culminaba con la romería en el Santuario de la Virgen de la Esperanza; y al final realizaban un castillo de fuegos artificiales que se veía desde el pueblo, una de las cosas que más me gustaba cuando era pequeña (bueno, aparte de que me compraran un globo de helio y algodón de azúcar).

Es curioso darse cuenta de tantos detalles que tiene la vida y de lo poco que los apreciamos o nos percatamos de ellos hasta que desaparecen, como ha ocurrido ahora con el tema de la Covid-19, una extraña situación que ha cambiado el mundo entero, hasta las lejanas tradiciones de pueblos pequeños como Calasparra, donde de momento, al escuchar la palabra “septiembre”, esos días festivos solo vivirán en nuestros recuerdos.

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