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Septiembre de 1897: La luz eléctrica llega a Caravaca

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Francisco Fernández García (Archivo Municipal de Caravaca de la Cruz)

La llegada de la luz eléctrica a Caravaca tuvo lugar en 1897, aunque fue fruto de un largo proceso que abarcó casi una década, la última del siglo XIX. Todo comenzó a finales de marzo de 1890 cuando varios comerciantes de la localidad mantuvieron una serie de reuniones con el ingeniero Antonio de Béjar Ciller para que realizase un proyecto para la instalación de alumbrado eléctrico y se sustituyese el de petróleo que era el usado en esos momentos.

El proyecto fue presentado al ayuntamiento el 20 de abril de ese año, trasladándose a los tenientes de alcalde Jaime Iborra y José María Rodríguez y al síndico Antonio Giménez para que lo estudiasen e informasen del mismo. Así se mantuvo la situación durante algún tiempo hasta que el ayuntamiento entendió las ventajas del mismo, dando paso a la larga tramitación y a los múltiples trabajos que el proyecto requería.

En su momento se creó una compañía para que se encargase de la producción de energía eléctrica y su conducción hasta las casas y calles de la ciudad. La compañía recibió el nombre de “La Electra Caravaqueña” y tenía su sede en el molino de Las Fuentes. Tras la realización de las obras pertinentes todo estuvo preparado para dar comienzo a su funcionamiento a finales del verano de 1897, siendo entonces presidente de la referida compañía Antonio Faquineto, al año siguiente este cargo lo ocupaba Francisco Sala. Esta empresa instaló 700 bombillas en la localidad, con un presupuesto anual de 6.000 pesetas.

El periódico local La Luz de la Comarca en su edición del 29 de agosto de 1897 informaba a sus lectores de esta importante noticia de la siguiente manera «Para primeros del inmediato mes de septiembre tendrá lugar la inauguración del alumbrado eléctrico en esta ciudad, según hemos oído asegurar a los Sres. Del Consejo de Administración, pues solo quedan por terminar pequeños detalles, que con gran actividad se está realizando. La instalación está hecha en las mejores condiciones y, en sentir de los peritos, son pocas las que existen de esta clase, por lo cual merece la sociedad instaladora los plácemes del público».

Inicialmente el suministro de energía eléctrica se facilitaría desde 30 minutos después de la puesta de sol hasta las 4 de la mañana del día siguiente durante los meses de octubre a marzo, ambos inclusive, y hasta las 2 de la madrugada en los restantes meses del año. Este horario fue muy criticado ya que no se entendía que si la “Electra Caravaqueña” tenía contratado el motor de sol a sol no suministrase energía toda la noche. La crítica quedó reflejada también en la prensa local «¿No ha tenido también presente dicha sociedad que va a dejar a oscuras la población en las noches de invierno tres horas y dos o tres en el verano y que ello se presta a favorecer la comisión de delitos? Esperamos que procurará subsanar esta deficiencia por cuanto tendría con esta medida mayor ingreso por el más crecido número de luces abonadas».

Se instalaron lámparas incandescentes de 4 tipos: de 5, 10, 16 y  bujías y el precio del abono mensual era por cada lámpara de 5 bujías 2 pesetas, de 10, 3’50 pts.; de 16, 5 pts.; y de 25, 8 pts. Los gastos de instalación corrían a cuenta del consumidor, así como los de conservación y renovación de las lámparas. El abonado tenía derecho a exigir el suministro de fluido eléctrico, o corriente en la terminología de entonces, para el buen funcionamiento de los aparatos estipulados en su contrato, pero si por accidente o causas de fuerza mayor la empresa se viera imposibilitada para producir la corriente o llevarla al domicilio del consumidor, quedaba relevada de sus obligaciones hasta que la causa de interrupción cesase, asimismo podía cortarla para realizar los trabajos que no pudiesen efectuarse mientras hubiese fluido eléctrico.

En las primeras décadas del siglo XX fueron apareciendo otras compañías eléctricas como La Cruz y las Maravillas, que suministraba corriente a Caravaca y Cehegín o La Luz del Quipar, que lo hacía también a las pedanías caravaqueñas además de a las dos poblaciones mencionadas.

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