Ya en la calle el nº 1040

Sapos en el barro

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

José María Ortega
A los extraños vecinSapos en el barroos los verá comprando el pan o esperando la consulta del médico. Resultará sumamente difícil distinguirlos de otros ciudadanos. Un día saldrá usted a la calle y saludará a sus vecinos, y resultará que casi todos serán de ellos.
Entrará en un supermercado y, mientras llena el carro, alguien a su lado será también uno de ellos. En su carro habrá leche, galletas, vino, latas…exactamente las mismas cosas que en el de usted. Tendrá unas risas con una mujer simpática en cualquier lugar del pueblo, y esa mujer será de ellos, y usted no lo sabrá. Un día le dirán que ha fallecido un conocido. Irá al entierro y saludará a muchos de ellos. En el funeral sospechará que el muerto tal vez también pertenecía al grupo.
Los miembros de este grupo tienen cualquier edad, suelen ser de raza blanca, pero en los últimos años han ido incorporando a gente de otras nacionalidades. Unos tienen casa propia, otros alquilada, a otros los han echado de todas las casas. Unos tienen perro y otros odian a los perros, pero, con todo son un mismo grupo férreamente unido. Sin embargo, hay una forma de identificarlos: oyéndoles hablar de los temas comunes, de política, gobiernos y esas cosas.
Su discurso está plagado de justificaciones a través de las que se acusa siempre a otros “Los demás también lo harían”, “Los otros serían aún peor”, “pero al menos dan trabajo”. Es la única forma de distinguirles del resto de la población, por el discurso plano, mecánico, pobre…pero sorprendentemente efectivo a la hora de convencer a otros para que se sumen a su grupo. No es aconsejable pasar mucho tiempo discutiendo con ellos, pues están programados para no dar nunca la razón al de enfrente. Ellos son así y lo van a seguir siendo. En su cosmología, los que no pertenecen al grupo son siempre gente sospechosa, intrínsecamente mala, porque sí; el otro tiene mucho que ocultar, y si no se demuestra será porque no ha llegado el día. Si el otro no roba, será porque no puede. Todo lo malo que se les reproche, encontrará como respuesta: “Tú también lo harías”.
Cada cuatro años se levantan, van al cajón, sacan sus papeletas electorales y las de sus familiares. Llegan en grupo al colegio electoral, saludan al entrar, incluso a aquellos a los que odian, y votan. Por la noche esperan los resultados, esperan que el prevaricador, el ladrón, el financiado ilegalmente, gane otra vez las elecciones y que lo haga por mayoría absoluta. Creen que si manda uno de los suyos, ellos podrán medrar: algún contrato, algún privilegio o alguna promesa. Al fin y al cabo, estos extraños individuos que votan al corrupto a sabiendas de que lo es, no están interesados en política. A los miembros de esta tribu no les importa que les gobierne un hijoputa, siempre y cuando sea su hijoputa.
Si usted se indigna con la gente extraña que vota a sabiendas al corrupto, sepa que, en muchos sitios, son mayoría. Les montan ceremonias de apoyo a los corruptos e incluso misas junto a la cárcel. Tenga cuidado con ellos y, sobretodo, nunca les recuerde que ellos han sido colaboradores necesarios para llegar al actual estado de ruina económica, pero sobretodo ruina moral. Un día los corruptos pierden las elecciones. Entonces nuestros extraños personajes comienzan a mutar. No lo hacen de repente. Primero esperan a ver si el nuevo gobernante es de los que reparten privilegios, de los que se presta a ciertas tradiciones. Si el nuevo gobernante tiende también a ser un corrupto, nuestros extraños personajes comenzarán lentamente a cambiar de charca, que diga, de bando. Si no, a esperar cuatro años.
Existe un tipo de sapo, el del desierto, capaz de esperar enterrado durante años a que una lluvia forme una pequeña charca; entonces sale de la tierra y por unos pocos días, se harta de nadar, de comer, de aparearse y de matar a otros sapos. Para él la vida es una breve orgía material, lo demás no merece la pena, mejor estar enterrado en el barro.

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