Ya en la calle el nº 1039

Rico y poderoso

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Pascual García ([email protected])
No tuve nunca la ambición o la vocación de hacerme rico y poderoso, aunque no hubiese lamentado la noticia de una herencia millonaria o el insólito azar de una lotería navideña. Ahora que lo pienso detenidamente no albergué animadversión alguna contra  la opulencia y la abundancia, sino más bien todo lo contrario; he tenido buen gusto en la mesa y en la cama, he disfrutado de los viajes y he soñado con coches lujosos y soberbias mansiones y muy poco de lo que es posible adquirir con dinero, con mucho dinero, me ha sido ajeno o indiferente. Otra cosa distinta es que no haya podido comprar nada de eso por razones obvias, y que esta circunstancia tampoco me haya supuesto alguna clase de frustración.
Hoy que ya he cruzado la frontera de los cincuenta pienso que podría haber elegido un camino distinto, uno que no pasara por los libros, los estudios universitarios, el afán de saber y de compartir los conocimientos; uno, en el que no temiera atropellar a los amigos, vender mi alma al diablo o entregarme al mejor postor por unas cuantas monedas. Porque de lo que estoy sobradamente convencido, a una edad en que no solo peino canas, sino que apenas puedo peinar otra cosa, es que con suficiente dedicación, gusto por los negocios y por las finanzas, amigos adecuados en la política y en la empresa, y una formación universitaria que dejara a un lado el mundo de la cultura y se afianzara en  el ámbito del capital, de sus secretos, al alcance más o menos de muchos, hoy mi vida distaría bastante de este buen pasar, que me permite vivir con desahogo y disfrutar del tiempo necesario para mis asuntos particulares, pero lamentablemente se encuentra muy lejos del lujo asiático, el gusto por el derroche y un imprescindible, en estos casos, avión privado.
Me abstendré de enumerar el monto de mis posesiones y la cifra de mis ahorros, en parte por no dar pábulo a Hacienda y, en parte por no despertar envidias o chanzas, que habría de todo, porque nadie es ni tiene nada, si no lo compara con los otros, al menos en la esfera de la economía. Hasta hace unos pocos años contábamos en millones de pesetas y, hoy, nos abruman los otros, los que  nunca somos nosotros, con millones de euros. Y yo siempre me pregunto qué podría comprarme con esa cantidad. Si la mercancía es la paz y el tiempo para dedicarlo a lo mío, me digo satisfecho que esa es una estupenda fortuna y que ojalá fuera mía.
Me detengo unos minutos en la remota posibilidad de haber concentrado todas mi energías, todos mis esfuerzos y mi voluntad soberana en ganar mucho dinero y hacerme lo más rico posible. Y me pregunto si esta posibilidad podría haberla llevado a cabo al margen de algún tipo de contaminación humana, de un sinfín de vicios y corruptelas que se le pegan a uno en los pantalones cuando maneja ciertas cantidades o se mueve en determinadas esferas, o eso es, al menos, lo que nos han mostrado el cine y la literatura.
¿Conservaría la familia que tengo? ¿Sería el mismo hombre que evita en lo posible asomarse cada día al vacío del espejo, no porque esconda alguna cuestión vergonzante, sino porque he huido siempre de la vanidad vacua y de lo superficial para concentrarme en alguna forma de verdad humana que me aproxime al resto de mis congéneres y me haga merecedor de su solidaridad.
Sé de antemano que no sería ni por asomo el mismo hombre, pero lo que ignoro es si podría ser, al menos más feliz, si poseyendo el acceso a los adelantos de la medicina, a todas las comodidades diarias y a la seguridad de un porvenir importante para los míos, llegase a la convicción de que había merecido el esfuerzo.
No me encuentro entre los hipócritas que negarían tal opción.
A estas alturas de la vida y con la que está cayendo, seamos sinceros. Ser rico y poderoso sería la leche, ¿Qué no?

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