FRANCISCO MARTÍNEZ SOLER
Jueves Santo
Con el alba, las manos ásperas y endurecidas del nazareno se derrumban sobre la piel firme y frágil del tambor, y un río de redobles remonta l
os callejones y se arremolina en las plazas. Su sonido, rotundo y varonil, quiebra el aire desparramando un rumor quejumbroso por huertas y cañadas.
El estruendo, como una avalancha imparable, dobla las esquinas y recorre las calles erizadas de capirotes que apuntan hacia un cielo aturdido y desnudo.
Viernes Santo
Un estrépito furibundo se adueña de todo, un arco iris de túnicas se despliega como una acuarela de figuras fantasmales y un batir de palillos golpea sin descanso, como si el mundo acabase, como si nada más existiera.
La tarde va cayendo y el tamborista se arranca en un último esfuerzo, es su momento. Con sus manos alzadas lanza un reto al viento, recreándose en un toque pausado y eterno.
Sábado
……. Silencio.
Domingo
El sonido resucita, la piel se tensa, un súbito estruendo rompe el leve letargo de silencio y un tumulto multicolor emprende un aquelarre de sonido. Los cuerpos se contorsionan y los brazos se agitan en un rito incombustible, hasta que el fragor de la lucha cesa.
Un escalofrío de victoria recorre los cuerpos desgarrados y rotos y un solitario redoble rescatado del marasmo resuena en la noche.