Ya en la calle el nº 1037

Raúl del Pozo

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ANTONIO FERNÁNDEZ

Raúl del Pozo, que es toda una institución de fachada y un gamberro de baladas en la noche, dice que le aburre escribir novelas y que lo suyo es el artículo. Lleva publicando en los periódicos desde el año sesenta y cultivando una prosa medida en un ritmo lírico, con adjetivos al pelo y canallesca. Él mismo dijo una vez que los de la Santa Transición fueron los que quemaron el libro de estilo y les sacaron el dedo a los anglosajones positivistas que venían pregonando el mito de la objetividad y la aniquilación del epíteto.Raúl del Pozo

A Raúl del Pozo lo vi yo en Madrid, hará unos meses, en un homenaje que le hacían a Francisco Umbral. Llegó con Pedro J. casi de la mano a la entrada del Palacio de Cibeles, como esos periodistas confidentes que guardan la botella de contrabando en un bolsillo interior de la chaqueta. Hubo aquel día un fluir de gentes del mundo de la política, del mundo del espectáculo, del periodismo y la literatura, entre ellos, Raúl del pozo. Y también había curiosos que no éramos gentes de ningún ámbito social importante. Del Pozo se sentó en la primera fila de la izquierda, donde a lo mejor estaban sentados todos los de izquierdas, cumpliendo el ya trasnochado “siempre rojo y a la izquierda”. Aunque la suya es una siniestra particular, coleguilla de Aznar (aunque le azuzara lo suyo cuando se metió en la guerra) y pensaba, como otros periodistas, que Zapatero había sido el peor presidente desde Fernando VII.

Cuando le tocó hablar dijo: «Umbral siempre pensó de mí que yo era un pobre, quizá por eso de venir de una aldea». Su voz me sonaba a murciano por esa caída seca al final de las palabras. Pero es conquense y se crió en esa tierra manchega que en otros tiempos, como él mismo diría, padeció la pobreza de ser el Oeste vaquero de España. Nació el día de Navidad del 1936, la Navidad bélica en la que a los Reyes Magos ni se les ocurrió pasar por España, a ver si los confundían con la monarquía. Nació Del Pozo en una aldea, La Torre, localidad de la Serranía de Cuenca y se maravilló cuando llegó a Madrid y vio las cuadrigas en los tejados y las columnas grises del Congreso de los Diputados. Creyó en el milagro español y dijo que habíamos pasado de un país de borricos y moscas en escabeche a un país donde las chicas, para vender barras de pan, se ponen guantes como si fueran a operar.

Cuando murió Umbral, muchos de sus lectores dejaron de leer El Mundo. La putada para Del Pozo es que heredó el espacio de Umbral con menos audiencia. Pero él dejó claro que no iba a cometer la estupidez de superar o imitar el estilo de su predecesor. De hecho, de Umbral sólo tiene la melena canosa del héroe francés y ese negrismo estilista de las chaquetas y los gabanes. Aunque Raúl del Pozo no es un dandi, es más bien un setentero que pasea por Madrid buscando las voces castizas que dan una pista para el artículo del día siguiente; que compra en el mercado donde va la Reina a por vinagre porque dice que los articulistas ya no pueden escribir de abstracciones y tienen que ir a los supermercados y a los bares. Y de todas estas cosas, le sale a veces una novela exquisita que se llama No es elegante matar a una mujer descalza. Una mezcla entre la novela policiaca americana y la madrugada madrileña. Pero eso se acabó porque dice que le aburre escribir novelas. Que se dedica solo a los artículos ignorando a posta que El Mundo lo lee menos gente desde que murió Umbral.

A la salida de aquel homenaje en Madrid que les contaba yo a ustedes, hubo un piscolabis así muy aristocrático, y los que eran Algo (los políticos, los periodistas, los escritores, los actores) se marcharon pronto, sin dejarse ver mucho, entre ellos Raúl del Pozo, que me quedé con las ganas de darle aunque sea la mano, no por una admiración desbordante, sino porque todavía era y es la esencia viva de un columnista, discípulo y colega de tantos: Ruano, Cela, Campmany, Umbral, Alcántara, Vicent. Pero se escapó a beberse ese periodístico coñac de contrabando con Pedro J. Y nos quedábamos allí los que no somos nada, picando alimento de burgueses, como buenos estraperlistas, a ver si nos sacábamos una foto con Alguien. 

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