Ya en la calle el nº 1037

Qué sencillo es vivir tanto milagro

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PASCUAL GARCÍA

Siempre es un privilegio para el lector y una grata sorpresa literaria la aparición de un nuevo libro del poeta nacido en Murcia, pero ya universal, Eloy Sánchez Rosillo. Otra vez, la constatación de que su mundo poético es tan vasto como el universo y tan prolijo como la vida misma, pues, a pesar de que tengamos la falsa impresión en cada poemario de que vuelve a tratar los temas de los que no se ha desprendido nunca: el tiempo, la niñez, el asombro constante, el pasado; la verdad es que en cada entrega hay un matiz que nos revela otra cara, otro aspecto y hay otro libro, diferente siempre, aunque siempre el mismo, como lo somos todos cada día, en una especie de ejercicio casi autobiográfico, al menos desde la emoción, como si Eloy nos entregara poemario tras poemario la cifra entera de un sentimiento lírico constante y coherente.
Desde el título ya acertamos a pronosticar el carácter hímnico de los poemas. Una mínima anécdota como un vaso de agua desencadena una intensa reflexión sobre la plenitud de la belleza y de la luz. “Llegó el vaso a mis labios/ y en ese mismo instante lo atravesó de pronto/ un haz muy apretado y muy intenso/ de luz del sol poniente./ Cuántos asombros. Todo rompió a arder/ con lumbre limpia y mágica”.


Desde el título ya acertamos a pronosticar el carácter hímnico de los poemas. Una mínima anécdota como un vaso de agua desencadena una intensa reflexión sobre la plenitud de la belleza y de la luz. “Llegó el vaso a mis labios/ y en ese mismo instante lo atravesó de pronto/ un haz muy apretado y muy intenso/ de luz del sol poniente./ Cuántos asombros. Todo rompió a arder/ con lumbre limpia y mágica”.
Decir el misterio de la sencillez cotidiana y decirlo como si nunca antes nadie lo hubiese dicho así es patrimonio de un escritor grande que nos descubre la realidad de una manera mágica y novedosa. Encontramos en esta nueva obra reflejos de una conocida transparencia guilleneana, que ya habíamos atisbado en otros poemas de Rosillo, aunque el escritor murciano le otorga un calor de vida muy distinto al de la poesía pura: “Qué sencillo es/ vivir tanto milagro sin saber de milagros/ habitar para siempre, para nunca, en el centro/ de tanta intensidad.”
Esa complicada y verdadera sencillez es, acaso, el asunto primordial de este libro, que no desdeña, por una vez, el pensamiento hondo, e incluso, un conato de meditada y muy lírica reflexión poética: “Hay después del poema un gran silencio,/ pero no de final, de algo que acaba,/ sino un silencio vivo, como de bosque o templo.” De la celebración de un instante a la elegía de un tiempo ido, en el que en ocasiones, y casi de un modo excepcional en el fluir poético de Eloy hallamos un lejano rumor de posguerra y de infancia: “Era un olor, no sé, pequeño y provinciano,/de oficios muy antiguos, de talleres oscuros. /Estaba todo entonces un poco viejo y roto, /manga por hombro y desgastado por la vida.”
Siempre sabe a nuevo y a único y a perenne la poesía de Sánchez Rosillo, tanto que nos reconcilia a los que venimos leyéndolo desde finales de los setenta con la atmósfera elegante y tan humana, elegíaca y tan próxima de los versos luminosos de un poeta empeñado en hacerse entender y en llegar a cada uno de nosotros por el camino más corto, el de la palabra clara y la emoción serena: “Se sueña cada cosa en su verdad/ y se cumple el vivir en lo soñado./ Quién me lo iba a decir, quién lo diría.”
Un libro., al cabo, para sentir el pasmo de la existencia, el aire jubiloso que respiramos y el espectáculo emocionante del mundo.

Quién lo diría, de Eloy Sánchez Rosillo ha sido publicado por Tusquets

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