Ya en la calle el nº 1040

¡Qué miedo dan los caballos!

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

PASCUAL GARCÍA

Fotografía: Enrique Soler

Salvo el terrible incidente del último día en que fue corneado varias veces un corredor de Moratalla, al que deseamos una rápida y total recuperación, este año el verdadero peligro de las Fiestas del Santo Cristo lo hemos vivido en los encierros y lo han provocado la entrada de los caballos y de los jinetes armados con unas descomunales porras que a más de uno nos han pasado muy cerca de la cabeza. Nos subíamos despavoridos en los boquetes huyendo de esos nobles animales espoleados en la carrera carretera arriba y apenas si podíamos recrearnos en la estampa idílica de las vacas, los novillos y los mansos entrando al pueblo.

Nos parece lógico que la vereda tenga como protagonistas además de a los cornúpetas, al caballo que ayuda en todo momento y que constituye  un animal propio del campo, pero ya en el pueblo, en ese tramo preciso donde corremos todos y desde los boquetes intentamos contemplar la magia del ganado subiendo al pueblo, en esa frontera exacta entre la tierra del camino que viene de la ganadería, que es vereda y tránsito natural y legítimo de los animales y el cemento que impone una marca de civilización y de urbanismo solo deberían quedar las reses bravas, los mansos y los corredores como una imagen bella y repetida cada año, que es posible vislumbrar desde los boquetes, los balcones y las terrazas y que constituye un icono inigualable de nuestras fiestas.

Reconozco que conforme fueron avanzando los encierros comencé a tomarle miedo a los elegantes corceles y a sus montadores temerarios. Había visto demasiado cerca, aunque estaba subido en el vallado, el riesgo y la amenaza y no estaba dispuesto a morir sin lustre y sin honor bajo los cascos de un equino o golpeado con violencia por una vara desmesurada. Tampoco era justo que se nos entorpeciera de ese modo   el majestuoso espectáculo de la entrada limpia de las vacas y de los toros a Moratalla.

Por supuesto que me gustan los caballos, como me gustan los coches de carreras y los elefantes, por poner un par de ejemplos dispares, pero no me gustaría que bajo ningún concepto participaran juntos, todos juntos en uno de nuestros encierros, como si fuera normal encontrar en una visita al zoológico leones, monos y antílopes revueltos en el mismo espacio, y a unos pocos metros una boa constrictor o un cocodrilo.

Sé que no es igual y que caballos y toros o vacas pertenecen casi al mismo ecosistema (soy un fervoroso aficionado a los toros y al rejoneo) pero en los encierros de Moratalla distorsionan la esencia, al menos en el pueblo, porque no es lo mismo correr delante de una manada de ganado bravo mientras echas la vista atrás y calculas su ritmo y su galope que arriesgarte a que te atropellen y te pisen los caballos mientras te impiden la visión de la manada.

Cada animal tiene su sitio y la vereda es un ecosistema en el que caben las vacas, los novillos, los mansos, los perros y los caballos, incluso cabemos todos los que hemos acompañado a esta comitiva hasta la entrada de Moratalla, pero en algún momento siempre nos hemos echado a un lado porque ya no éramos necesarios y han pasado las verdaderas estrellas de la fiesta en dirección a la Calle Mayor.

Lo que debiera darnos miedo, lo que debiera provocarnos pavor es el trote regular y constante de estos heraldos de la muerte con los que jugamos todos los años en Moratalla una partida fatal, que casi siempre logramos ganar nosotros.

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