Ya en la calle el nº 1040

Pyongyang

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Juan  Antonio Sánchez Giménez

Es rara la semana que en las crónicas internaPyongyancionales no aparece alguna noticia relacionada con Corea del Norte y sus conflictivas relaciones con Corea del Sur, Japón y EE.UU. Hace unas semanas, sin ir más lejos, la comunidad internacional recibió no sin cierto alivio el acuerdo alcanzado entre Corea del Norte y EE.UU por el cual el país asiático renunciaba a su programa nuclear a cambio de alimentos. El 17 de diciembre pasado otra noticia acaparaba todos los titulares la muerte del Kim-Jong-Il,  sucesor de su padre Kim-Il-Sum y que a la vez deja la presidencia de la primera dinastía comunista del mundo a su vástago Kim Jong-Un.  Pero dentro del contenido de esta noticia lo que más dejó perplejo a la opinión mundial no fue la muerte del “amado líder” (así se intitulaba el personaje ante su pueblo), sino las reacciones que su pueblo mostraba ante las cámaras; caras desencajadas por el dolor, llantos, desmayos y lamentos por la pérdida del líder debido a la sobrecarga de trabajo, siempre según la propaganda oficial. Y es que sin propaganda no se pueden entender estas  exageradas reacciones de la población (con más o menos “presiones”) en esa sociedad delirante, rémora de la Guerra Fría, cuestión que aparece muy bien reflejada en Pyongyang cómic o novela gráfica del dibujante canadiense Guy Delisle. Editada por Astiberri el título de la obra es el nombre de la capital de Corea del Norte, lugar en el que desarrolla casi toda la historia basada en la propia experiencia del autor durante su estancia en el país al cual viajó para enseñar nociones de dibujo de cómic a artistas locales. Desde el primer momento, y siempre con una finísima ironía el autor refleja una sociedad opresiva donde el partido y el líder lo son todo, donde la mentira y el disparate más grotesco se convierten en dogmas irrefutables por decreto gubernamental, donde la paranoia por la supuesta amenaza norteamericana es una auténtica psicosis colectiva inducida, donde toda la población participa de manera continuada en una gigantesca obra de teatro que llega a niveles ridículos,  incluso cómicos. Por ejemplo, en la secuencia en la que se lleva a los visitantes al “Museo de las amistades”, auténtico homenaje a la megalomanía del gran líder y padre de la revolución y donde se guardan los regalos recibidos por el mandatario; hay un momento en la misma en el que al hacer la reverencia a la estatua del líder el protagonista se tiene que aguantar la risa; o como la población es arengada continuamente con canciones y consignas patrias que todos repiten como un mantra con no se sabe ya si sincera emoción y fervor, o simplemente porque han sido convertidos en unos autómatas. La cuestión no dejaría de tener sorna si no fuera porque el tema tratado el cómic no tiene nada de invención; en una viñeta se reproduce un discurso dado por el recientemente fallecido Kim-Jon-Il en 1996 el que asegura que “para reconstruir una sociedad victoriosa solo sería necesario que sobreviviera el 30% de la población”. Si a eso le añadimos la existencia (negada por las autoridades norcoreanas) de campos de concentración en el país donde los considerados enemigos son “reeducados” junto con sus familias, teniendo que penar durante varias generaciones, o las severas hambrunas padecidas por la población en un país totalmente cerrado al exterior y que se gasta una buena parte de su presupuesto en gastos militares (según los expertos entre el 25% y 33% del total) los datos tienen menos gracia aún. Pyongyang también transmite un mensaje de cómo el régimen ha deshumanizado a la población, a base del continuo bombardeo de propaganda y un rígido control de los medios de comunicación y la educación, donde el individuo no existe y cualquier mínimo gesto que se salga del  mensaje dominante puede pagarse muy caro. Toda la obra está realizada en diversos tonos grises para expresar eso, una sociedad gris y totalmente anestesiada. Para ello Guy Delisle utiliza el recurso alternar entre las viñetas imágenes de colosales obras propagandísticas como el gigantesco hotel piramidal de la capital, icono del país, y que no es más que la carcasa, puro efecto visual. También se reproducen carteles de propaganda oficial al más puro estilo estalinista así como numerosas viñetas mudas de paisajes urbanos con las colosales autovías y avenidas vacías y que muestran una sensación de estar en un mundo imaginario y abandonado. En definitiva una magnífica aportación del dibujante canadiense que utiliza el llamado “noveno arte” para aproximarse a ese régimen que parece sacado de la famosa obra de G.Orwell 1984, pero que en este caso tiene muy poco de ficción. Por cierto, otra recomendación también de Guy Delisle es Cronicas birmanas (Astiberri), que podríamos considerar una segunda parte de su periplo por Asia y que nos cuenta las costumbres y la realidad de este país de Indochina que sufre una brutal dictadura militar desde 1964 y que también daría mucho que hablar.

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