Ya en la calle el nº 1037

Perversiones

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Rubén Castillo Gallego
www.rubencastillo.blogspot.com

El mundo de la excitación sexual está lleno Portada de Perversionesde misterios y, por pertenecer más al dominio de la mente que al del cuerpo, está plagado de variantes, matices, curiosidades, recodos y zonas de luz y sombra. A las aficiones anómalas más conocidas (como el sadismo, la pedofilia o el voyeurismo) habría que añadir otras muchas, como la alorgasmia (fantasear durante el acto sexual con alguien que no sea tu pareja), la gegomulcia (excitarse al ser acariciado o masturbado por alguien desconocido en medio de la multitud), la merintofilia (experimentar placer al ser atado) o la quinunolagnia (alcanzar el clímax cuando uno se sabe expuesto a una situación de peligro). En este curioso volumen que hoy centra la página (Perversiones, de la editorial Traspiés) nos encontramos, como bien aclara el subtítulo del tomo, con un «Breve catálogo de parafilias ilustradas», donde setenta artistas (escritores e ilustradores) nos ofrecen un panorama fascinante del mundo de la sexualidad humana.
Intentar resumir un proyecto tan suculento es como pretender contar, bíblicamente, las gotas de agua del mar o los granos de arena de un desierto. Son tantas las historias deliciosas y perturbadoras que este libro contiene que será suficiente con reflejar las bondades de algunas de ellas y emplazar a los lectores de estas líneas a que visiten las demás en la publicación granadina. Así, por seguir el orden lineal del volumen, «Caballero de los puentes», de Ángel Olgoso, pone en escena a un dignísimo magistrado que, salvo los domingos, emplea sus jornadas en diversas prácticas sexuales violentas o escatológicas, sin que resulte enfangada su respetabilidad. «Círculo», de Manuel Moyano (quizá la mejor historia del libro), nos coloca ante un sangriento bucle temporal que queda dibujado en quince líneas magistrales. «Videofilia», de Ginés Cutillas, nos aproxima al universo de la excitación visual a través de una historia de sexo y cámaras de vídeo. Francisco Naranjo se recrea en la voluptuosidad húmeda de una chica que, incrustada en un ascensor lleno de gente, deja que los dedos exploradores de un hombre situado a su espalda (y cuyo aliento siente en la nuca) interroguen el interior de su vagina. La propuesta se titula «Cada día…» y está ilustrada por Alejandro Santos. José Ángel Barrueco, por su parte, analiza en «Beodo» la peripecia de un borracho que, tras acostarse con su mujer y someterla a diversas vejaciones sexuales creyéndola muerta, se llevará una sorpresa mayúscula. Carlos Manzano, en «La prisa es mala consejera», mezclará excitación, procacidad y humor en un relato telefónico de simpática factura. Nacho Cagiga coloca a sus protagonistas en un tren («La presencia»). Miguel Ángel Cáliz se decanta por un mundo de modernidad y píxeles («Historia abreviada del sexo en pantalla»). José Ángel Cilleruelo elige aproximarse a la ingenuidad de un niño, cercano a sus primeras masturbaciones («Sin necesidad de anticonceptivos»). Y Óscar Esquivias, por resumir con los más significativos, emplaza su acción en un escenario carnavalesco («Viva el Orden y la Ley»).
Una obra, por tanto, de tan agradable factura como de agradable contenido, en el que a veces sentiremos una leve punzada de repulsión (ese cuento de Pepe Cervera en el que un padre se solaza lúbricamente con su hija, en ausencia de la madre), pero donde obtendremos también sonrisas, excitaciones e imágenes imborrables. Otro acierto de la colección Vagamundos, de Traspiés.

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