Ya en la calle el nº 1040

Pedro el de las Gaseosas

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

JOSÉ ANTONIO MELGARES

Entre las actividades industriales de Caravaca, durante el ecuador y años siguientes a éste, del pasado S. XX, hubo una entre las demás, que merece la pena reseñar por su popularidad e integración en la vida local. Me refiero a la fábrica de GASEOSAS LA CARAVAQUEÑA que vino funcionando, con éxito comercial, durante treinta años en manos de Pedro Díaz Gálvez, quien popular y cariñosamente era conocido como Perico el de las gaseosas.

Pedro y Encarna hacia 1945
Pedro y Encarna hacia 1945

Pedro nació en Águilas, en 1915, donde contrajo matrimonio con Encarna Martínez Gavilán. Allí trabajó con su cuñado, Salvador Salas, en la fábrica de gaseosas que éste tenía en la citada localidad costera, denominada La Aguileña, y allí pensó inicialmente montar su propio negocio. Sin embargo, su amistad con el caravaqueño Nicolás el de Las Losetas fue decisiva para abandonar aquel lugar y establecerse en Caravaca, en 1948, alquilando una casa en el número cinco de la calle Domingo Moreno, donde abrió su industria de gaseosas y sifones, en una vecindad entonces de pujante actividad económica, donde también se encontraban Muebles Álvarez, Muebles Chacón y la banca particular de Carrasco, así como la Hermandad de Labradores y un negocio de ganado caprino cuyo dueño era Juan El Jotero.

Gaseosas La Caravaqueña comenzó su andadura (al principio sin nombre propio), en el bajo de la mencionada casa, donde también vivía el matrimonio y su recién nacido hijo Pedro (la segunda hija, Beatriz, ya nació en Caravaca), en régimen de alquiler y sin agua corriente, abasteciéndose del líquido elemento, tan necesario para su actividad, en la fuente pública que había en el centro de la cercana Plaza Nueva, frente a la imprenta Rivero, desde donde se acarreaba el agua con cántaros. Con el tiempo, Pedro adquirió el inmueble contiguo, modernizando las instalaciones y permaneciendo allí hasta el final de sus días en Caravaca.

El trabajo fue siempre esclavo e intenso, multiplicándose durante los festivos y fiestas principales en que aumentaba el consumo; no habiendo tiempo para el descanso pues, a la fabricación había que añadir la distribución por los bares y tiendas de comestibles, lo que se hizo inicialmente en un carretón manual, luego en un carro de tres ruedas, de color verde (en cuyos laterales pintó Pepe Molina sendos escudos de Caravaca), luego un motocarro y, finalmente, en una furgoneta SAVA, siendo su única competencia la popular gaseosa Casera, ya entonces en el mercado.

La actividad habitual de un día laborable en la fábrica comenzaba muy de mañana con el lavado de las botellas, trabajo en el colaboraba lo suyo Encarna, la esposa. A continuación se dosificaba el jarabe o esencia, se añadía la sacarina o el edulcorante autorizado y, finalmente, el anhídrido carbónico, con lo que una botella de gaseosa estaba a punto para su consumición, siendo adquirida por el público en 25 céntimos de peseta durante los años sesenta. La calidad de la misma la aportaba el agua y la presión: a más presión más apetecible era para el consumidor. La fabricación del SIFÓN era más sencilla, pues consistía en mezclar agua y anhídrido carbónico (agua con gas), en unas curiosas botellas con dispositivo especial en la cabeza, para servir, botellas que proporcionaban a Pedro fábricas de Molina de Segura y Zaragoza, y que hoy sólo se encuentran en tiendas de antigüedades.

Al adquirir un sifón se solía devolver el envase cuyo contenido había sido consumido, de manera que sólo se pagaba el primer continente (50 ptas.), en una cadena ininterrumpida en que lo habitual era abonar los 25 ctmos. del contenido (sifón o gaseosa).

En la fabricación, ayudaron a Pedro, a lo largo del tiempo, además de su esposa Encarna, su hijo Pedro y algunos vecinos de la intimidad familiar, Joselito (que luego marchó a Barcelona), y Antonio (que vivía al iniciarse el Carril), como empleados que apoyaban el embotellado y también la distribución.

A media mañana comenzaba el reparto por la población, primero en los carros de mano mencionados y luego en el popular motocarro que todos conocíamos. Se llevaba la mercancía a los bares y tiendas de comestibles de la ciudad, y también a los campos, cuya clientela no era nada desdeñable, invirtiéndose la tarde nuevamente en envasar y precintar, siempre con el riesgo de la explosión de alguna botella cuando estas eran sometidas a un punto de presión mayor que el permitido, o habían tenido algún golpe que las hacía más vulnerables.

Con el tiempo, Pedro amplió la fabricación de gaseosas y sifones a refrescos naturales, registrando la marca DUX, en clara competencia local con otras marcas habituales en el mercado nacional como Fanta y Mirinda entre otras, de las que se convirtió en almacenista y distribuidor, aumentando el volumen de trabajo con la cerveza Cruzcampo, agua de Solares y leche Puleva, además de vinos del Carrascalejo y de la cooperativa jumillana San Isidro. Para ello hubo que aumentar el espacio, alquilando un bajo para ello frente a su propio domicilio y fábrica, en el caserón barroco que ocupaba la Hermandad de Labradores, los talleres de forja artística de Pascual Adolfo y la fabricación de baúles de Pepe Moreno Martos.

Pedro Díaz, el de las Gaseosas, no fue nunca hombre de bares ni casinos. El poco tiempo libre de que disponía, y siempre por la tarde cuando no había que ir a Bullas o Jumilla a por las noventa y nueve botellas de vino que cabían en la furgoneta, o distribuir en el campo, lo invertía en discreta tertulia que acogía el relojero Pedro San Nicolás Navarro en su taller frente al Salvador, junto a la Librería Vieja, a la que también acudía el tercero de los tres íntimos amigos: José Molina.

Muy trabajado y por culpa de una úlcera sangrante de estómago, Pedro cayó enfermo en 1974, quedando muy disminuida su actividad industrial. En 1978 traspasó las representaciones y sólo se quedó con la fabricación inicial de gaseosa y sifón, hasta que decidió cerrar durante ese mismo año, marchando a Águilas, al reencuentro con la familia que siempre añoró. Allí. Junto al mar aguileño, murió, a los setenta y tres años, el 13 de junio de 1988.

Pedro Díaz, Perico el de las gaseosas y la fábrica La Caravaqueña, constituyen pilares básicos de la sociedad y la discreta industria local de la época. Uno y otra constituyen referentes obligados de un pasado cercano, aún en la memoria de muchos, cuya sola evocación revive recuerdos y reaviva sentimientos de amistad y camaradería aún presentes en la mente y en el corazón.

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