Ya en la calle el nº 1037

Pedro Alberto Cruz, poesía a quemarropa

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JOSÉ MARÍA EGEA SÁNCHEZ

Con unos minutos de retraso y unos indisimulables nervios, encaro la Plaza de Santo Domingo para encontrarme con nuestro protagonista de hoy. Sentado en la terraza de una céntrica cafetería, bajo lo que fue la sombra de un ficus mutilado y cansado de cemento, me espera Pedro Alberto, camiseta negra Timberland y una gafas de sol oscuras tendidas en el cuello de la misma. Mientras me aproximo, lo veo acercarse a la boca un café solo y me viene a la mente la sensación que tuve al leer su último libro, ambos se degustan en sorbos cortos pero intensos.

Pedro Alberto Cruz Sánchez (1972), profesor, crítico de arte y poeta español, está licenciado en Geografía e Historia por la Universidad de Murcia (UMU). Desde 2001 es profesor de Historia del Arte en la Universidad de Murcia y actualmente coordina la sección «Las razones de la poesía», en el diario La Razón (único espacio dedicado a la publicación de poesía en un medio de prensa generalista español).

En su última obra, “Un minuto más o menos” (Raspabook), nos presenta una poesía impactante, sencilla y estética, esencial, que se sirve cruda, una poesía que se come con las manos, desencorsetada, cercana, que te zarandea por momentos… es un vino que se resiste a abandonar el paladar una vez que lo has tragado. Es una poesía a quemarropa.

“Un minuto más o menos” (Raspabook) fue presentado el pasado miércoles 28 de septiembre en el salón de actos del Museo Arqueológico de Murcia y que tendremos ocasión de encontrar también en la feria del libro de la Gran Vía Alfonso X de Murcia del 6 al 12 de octubre.

Conocemos un poco más a fondo a Pedro Alberto Cruz Sánchez en una conversación íntima y personal.

Hace un tiempo leí un titular de prensa en el que te catalogaban como “el intelectual indomable”. ¿Te consideras una persona rebelde?

La verdad es que nunca he querido hacer la rebeldía por la rebeldía, eso se convertiría en una pose o un cliché, pero siempre he hecho y he dicho lo que he pensado y eso a veces se paga en estos tiempos en los que es todo muy “status quo” y muy conservador y con los años me he dado cuenta de que en esta sociedad en la que te tienen que clasificar y tienes que pertenecer a un bando, yo al final me he quedado en tierra de nadie y en la tierra de nadie no tienes ejército. Sí, hay quien puede ver eso como un acto de rebeldía.

El otro día publicaste una frase en tus redes sociales en la que decías que “El miedo a lo diferente es la fotosíntesis de los mediocres”. Estás de acuerdo con la paradoja de Popper que dice que para que una sociedad sea tolerante se debe ser intolerante con los intolerantes’?

Siempre he defendido que nos hemos convertido en una sociedad intolerante precisamente porque hemos perdido el horizonte de la tolerancia y hemos llevado su listón a niveles bajísimos y es curioso, el radicalismo intolerante que hoy impera se fundamenta en que lo toleramos todo, todo vale y cosas que hace diez años era impensable que alguien dijese en público, hoy en día se dicen porque no van a ser penalizados, al contrario, van a ser aplaudidos y eso es alarmante. El insultar a determinadas minorías como los inmigrantes o el colectivo LGTBI o el realizar un discurso fascista no es libertad de expresión y es absolutamente punible, así que debemos ser intolerantes con los intolerantes, sí.

Autores como Luís García Montero, Benjamín Prado o el propio Sabina, tienen estilo de escribir cercano, sin excesivas metáforas, entendible y que la gente puede hacer suyo. Eso ha llevado a la poesía en cierto modo “extramuros” y ha calado en sectores de la sociedad para los que hasta ahora no eran susceptibles a ella. ¿Te consideras dentro de este estilo cercano y más accesible?

Esa es una buena pregunta, yo de un lado paso absolutamente de las metáforas, de cultismos, intento utilizar un lenguaje muy cotidiano, soez a veces y con ese lenguaje lo que hago es experimentar con el medio de la poesía y me alejo del poema clásico entendido como tal. Utilizo un leguaje de lugares comunes fácilmente reconocibles.

¿Qué nos vamos encontrar en el poemario “Un minuto más o menos”?

Pues se trata de un juego conceptual con el tiempo, en donde hay sesenta micropoemas que están numerados pero tienen una doble numeración, se parte de 60 segundos y a partir de ahí todos los poemas subsiguientes tienen un doble dígito 61.59, 62.58, 63.57 y así sucesivamente. En esencia, la pregunta de la que partía es ¿Cada minuto que vivimos es un minuto más o un minuto menos? ¿Estamos más enriquecidos, más llenos o nos vaciamos y nos acercamos más al final? Es una sensación muy agónica la que se desprende de esta reflexión. Se tratan de poemas muy visuales, con notas a pie de página, introduzco cosas de la Wikipedia, plasmo twits míos, y me gusta combinar ese lenguaje más accesible y esa falta de metáforas con un formato más experimental.

¿Tienes en mente algún próximo proyecto del que puedas adelantarnos algo a modo de exclusiva para “El Noroeste”?

Pues siguiendo en esta línea, en la que más que poemario utilizo el concepto de “proyecto poético”, tengo pensado, aunque aún no he empezado a escribirlo, una obra que se va a llamar algo así como “Ensayo de olvido” y los poemas con forme vayan avanzando van a ir perdiendo palabras y se van a ir borrando hasta que el último sea una sola palabra, de manera que el olvido se vaya visualizando y materializando.

¿Para crear poesía, necesitas un ambiente o las musas te visitan en cualquier acto cotidiano del día a día?

No, yo no requiero de protocolos, de estar sentado en un sitio concreto con un ambiente lumínico en silencio, yo escribo en mi móvil, muchas veces caminando por la calle, sé que eso suena muy prosaico pero es así. Es verdad que yo no estoy constantemente escribiendo poesía, yo escribo poesía por libro o por proyecto, por ejemplo desde que acabé este último libro, que fue el pasado día de Reyes, no he vuelto a escribir ni un solo poema pero cuando me embarco en un proyecto y empiezo a escribir genero una tensión, como un estado de trance en el que se crea una predisposición para absorber cualquier detalle cotidiano que normalmente no percibes y que de pronto adquieren una especial atención. Entonces puedo pasar meses sin escribir un poema pero cuando abro la veda de un libro lo suelo escribir de corrido en cuatro, cinco o seis meses y siempre es por una necesidad evidentemente emocional, pero sobre todo física.

¿Para ti la poesía es una terapia, una especie de catarsis?

Por supuesto, por ejemplo el libro con el que gané el premio Dionisia García (Incluso los muertos”) me ayudó a superar dos momentos de duelo en los que estuve una semana en el tanatorio y en esa circunstancia todo está muy protocolizado, incluso las palabras que decimos de pésame, son lugares comunes que al final están vacíos y como me sentía tan indefenso con las pocas palabra que la sociedad nos ha dejado para enfrentarnos a esas situaciones, yo necesitaba escribir ese poemario como una cartografía para encontrar las palabras que me permitieran desenvolverme y me valió muchísimo como terapia. En este último poemario también aparece el duelo pero en este caso por la ruptura con mi pareja. Escribir poesía me permite gestionar este tipo de situaciones.

¿Qué se aprende de un duelo?

Pues fíjate, esa pregunta todavía me la estoy haciendo y te diría que he aprendido más de un proceso de duelo a consecuencia de un abandono que de un proceso de duelo a consecuencia de la muerte y de hecho creo que el duelo por abandono me ha hecho más fuerte a la hora de enfrentarme a la muerte también, es curioso porque no es lo mismo perder a alguien por muerte que perder a alguien que sigue vivo, eso te implica un esfuerzo psicológico y físico todavía mayor y este libro trata también sobre eso.

¿Te pones algún límite a la hora de escribir? ¿Existe en ti la autocensura?

El único límite es el respeto, el no insultar evidentemente, en todo lo demás, como hablo de mi vida y como sólo concibo la poesía como un ejercicio de sinceridad radical, no existe ningún tipo de límite. Con lo que cuesta escribir poesía y escribir en general, si encima tuvieras que estar calibrando o midiendo lo que dices o dejas de decir… o sea, decir es ya un esfuerzo a veces insoportable pero no decir es un castigo.

¿Te consideras un profesor con afición a escribir poesía o un poeta que se gana la vida dando clases?

Yo soy primero profesor y después persona, con eso te lo digo todo. Dar clase es “el sitio de mi recreo”, el mes de agosto se me hace interminable porque a mí lo que me llena es el contacto con los alumnos y poder trasmitir. Lo bueno del aula es que no permite imposturas.

Poemas como “Contra Séneca” del “Oledor de Pretzel” son una auténtica oda a la mujer ¿Te consideras feminista?

Me considero todo lo feminista que un hombre puede ser. Naturalmente tenemos nuestras limitaciones porque de una manera cultural e inconsciente incurrimos en micromachismos diariamente los cuales intento corregir, pero soy un absoluto defensor de la causa. Demasiado feminismo es poco.

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