Ya en la calle el nº 1040

Parir en casa

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

                                               Pascual García ([email protected])

Siempre me causó asombro y desconcierto la facilidad que tenían los ricos de apropiarse no solo de las  riquezas de los otros sino también de los valores fundamentales de los más desfavorecidos.  Durante siglos los pobres anduvieron desprotegidos en el ámbito sanitario y en otros muchos más. Curaron sus enfermedades con remedios caseros o encomendándose al primer santo que tuvieran a mano, se endurecieron contra las epidemias y las mujeres parieron en la cama matrimonial, donde habían concebido a sus hijos como un acto de naturalidad absoluta, pero sobre todo porque no había otra forma ni estaba a su alcance. Mi madre contaba orgullosa que sus hijos eran suyos de verdad porque los había tenido en su cama y los había visto nacer y no habían pasado por otras manos que las de ella y las de las mujeres de la familia.

            Alumbrar por aquellos años en un hospital era un lujo y un despropósito innecesario, aunque esto provocara en muchas ocasiones complicaciones en el parto y alguna que otra muerte. Era, en todo caso, la voluntad de Dios y contra eso no se podía ir.

            Hace ya tiempo que, tras un largo periodo de alumbramientos hospitalarios bajo el cuidado de matronas, enfermeras y tocólogos en clínicas bien abastecidas de tecnología punta, estamos asistiendo al retorno de las viejas ideas, sobre todo entre los miembros de la clase alta, que han dado en regresar a los tiempos pasados y recuperar los métodos naturales a pesar de sus muchos riesgos, aunque diste una barbaridad el nuevo escenario de clínicas bien pertrechadas e improvisadas en suntuosas alcobas frente a la precariedad de los antiguos dormitorios  en cortijos remotos y en parajes intrincados e inaccesibles porque el dinero ha establecido siempre categorías y niveles bien definidos.

            La noticia nos llega de Meghan Markle, nuera de Carlos de Inglaterra, y casada con el príncipe Harry. Embarazada con 37 años,  está dispuesta a seguir los pasos de la reina y tener un parto en Frogmore Cottage, el nuevo hogar que comparte con el príncipe, tal vez porque esta es la tendencia y lo que en unos años fue indiscutible necesidad, hoy parece más inevitable postureo entre las mujeres de la clase más alta, aunque cuando llegue la hora dispondrán, como no podía ser de otra manera, de todos los avances de la medicina y de todas las comodidades.

            Todas las mujeres de mi familia, salvo las más jóvenes, así como las del barrio del Castillo y buena parte de Moratalla dieron a luz en su casa auxiliadas por parteras vocacionales con mucha experiencia, algún practicante ocasional y la probable visita de un médico de cabecera, al albur de posibles contrariedades que deberían resolver sobre la marcha, conforme se fueran presentando, porque se creía en la divina providencia y en que todos estábamos en sus manos, pero sobre todo, porque las innovaciones de la ciencia no habían alcanzado aún los estratos sociales más bajos.

            Se paría con dolor, es más, era bueno parir con dolor, aunque yo todavía no he descubierto la causa, quizás porque eran tiempos en los que el sufrimiento y la tristeza no andaban muy lejos del hombre en la tierra, porque nuestra única redención era pagar con lágrimas y estertores nuestra condición humana para purificarnos de no se sabe qué malditos pecados.

            Hoy los ricos y la realeza imitan nuestros antiguos sinsabores por puro esnobismo, aunque hagan trampas y se rodeen en el último instante de todo lo necesario para que el mejor suceso que nos ocurre en la vida, no se malogre en el último instante.

            Y es que saben mucho. Siempre han sabido mucho porque el dinero es muy sabio.

 

 

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