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El Noroeste me sembró periodista antes de graduarme

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Antonio Fernández Jiménez

Era un día de julio de 2011 cuando sonó el teléfono. Lourdes Fernández, locutora de Onda de Bullas, me dijo que el periódico El Noroeste buscaba gente para el verano. Fue una de las primeras llamadas serias de mi vida.

En diciembre de 1997, en la Iglesia de la Compañía de Jesús de Caravaca, Paco Marín junto a Miguel Sánchez Robles, Luis Leante y Juan Antonio Lloret, entre otros, fundaron El Noroeste. Semanario que hoy se erige como un hito en la prensa de la Región y como una de las pocas publicaciones de ámbito comarcal que resiste y se abriga en el papel frente a la hegemonía digital. Jaime Parra es su director desde 2007.

A los pocos días de la llamada de Lourdes, fui a Caravaca para conocer a Jaime. Lo vi salir de una rueda de prensa y a mí aquello me pareció fascinante. Esbelto y barbado, Jaime era como el Pereira de Tabucchi, calmo, sencillo, libresco. Ese mismo día me encargó mi primer reportaje sobre un centro de agroecología recién inaugurado en Bullas, mi pueblo. Enseguida hablé con mi abuelo Antonio para documentarme. Resultaba curioso: llevaba toda mi vida con él en la huerta y en los bancales, y me daba cuenta de que no tenía mucha idea de cómo funcionaba el campo. El Noroeste me enseñaría a escribir pegado a la tierra.

Reportajes, crónicas, noticias, columnas, pies de foto. Sin duda, el periódico alentó y dio rienda a mis primeras ilusiones de estudiante de Periodismo. Y es que El Noroeste me sembró periodista antes de graduarme. Me recuerdo feliz por las calles estivales de mi pueblo, mi cámara Nikon al hombro, el último regalo que me hizo mi abuelo. Durante cinco años y pico escribí principalmente de Bullas y sus gentes, sus campos, sus paisajes, sus palabras, su cultura, sus jóvenes talentos y sus ancianos valiosos. De vez en cuando hablaba también de otros rincones de la comarca, como por ejemplo aquella crónica de viajes sobre la aldea moratallera de Inazares, que se convertiría en el germen de mi primer libro, Una vida retirada. Inazares, de camino hacia el cielo. Yo preguntaba, callaba, escuchaba, fotografiaba y luego escribía con verdadera devoción.

Recuerdo entrevistas entrañables, como la de Elvira la Encendía, que batió el récord de ser la mujer más anciana de Bullas, y que moriría poco después a la bíblica edad de 107 años; o Salvador el Muelas, camarero mítico cuya memoria se siente más viva que nunca desde su pérdida el verano pasado.

Era un privilegio ser periodista del Noroeste, el periódico de la gente. Esa gente que me abría las puertas de su casa, de su bar, de su oficio, de su arte, y me contaba su vida, sus pasiones, sus ideas, mientras yo tomaba notas, entre acelerado y tímido, haciendo oído y eco de las palabras de mi tierra. Parecía mentira: llevaba allí toda la vida y sin embargo desconocía muchas cosas de la comarca. Por suerte, y como a tantos otros, El Noroeste me hizo valorar mis raíces sin necesidad de sentir nostalgia desde muy lejos como sí siento ahora, cuando escribo a miles de kilómetros estas palabras de felicitación por el extraordinario número 1000, y doy gracias por aquel tiempo hermoso de mi primera juventud.

En el asombro nervioso de mis comienzos, Jaime Parra colmaba de estabilidad mis aspiraciones y me daba libertad para escribir de lo que quisiera. La periodicidad semanal favorecía el cuidado de los textos. Aunque algunas veces yo tenía la percepción algo escrupulosa de que me entretenía demasiado en la retórica literaria. Entonces, él me dio aquella lección de periodismo que nunca he olvidado: “Aprovecha ahora que puedes disfrutar de los artículos porque, cuando te metas en la vorágine del trabajo, estarás más pendiente del móvil que de poder escribir. Mejor así, que puedas paladear tu propio artículo, entretenerte en ver qué palabra te gusta más”.

Desde aquellos años que ya me empiezan a parecer remotos, paladear artículos ha sido y sigue siendo el gran placer de mi vida. Gracias al Noroeste por darme la oportunidad.

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