Ya en la calle el nº 1040

Olivia y Joan: la más glamorosa de las rivalidades

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

GLORIA LÓPEZ CORBALÁN

Muchos son los hermanos que se han querido a matar, si los primeros fueron Caín y Abel, sin duda la más glamorosa rivalidad es la de dos hermanas actrices del Hollywood clásico: Olivia de Havilland y Joan Fontaine.

Ambas nacieron en Japón, pero la salud de las niñas y una secretaria japonesa hicieron que los padres se separasen. La madre dejó Japón y volvió a EEUU donde volvió a casarse con George Fontaine. Las hermanas no crecieron solas, les acompañaron las envidias, los “y yo más que tu” que pasaron pronto a convertirse en odio. La madre fomentaba la situación: Olivia era la princesa de la casa, la guapa, la primera, y Joan el patito feo, la lista y la segundona (con lo que jode eso). A los nueve años Olivia legaba en un testamento toda su belleza a su hermanita “porque ella no tiene ninguna”. En ese ambiente tan fraternal no me extraña que a los quince años Joan decidiese volverse a Japón junto a su padre. La primera en empezar una carrera como actriz fue Olivia, animada por su madre. Ingresó en el prestigioso Mills College donde hizo sus pinitos, la descubría director Reinhardt y al poco ya le daba la réplica a Errol Flynn.

Mientras tanto, Joan, que había regresado a los Estados Unidos en 1934, intentaba también hacerse un hueco en el mundo del espectáculo, eso si, con otro nombre, su madre no le dejo utilizar el de su hermana. Su carrera no despegó hasta que conoció al productor David O’Selznick que le ofreció el papel de Rebeca en una película de Hitchcock. Y mira que hay años y películas y nominaciones, pues vinieron a estar nominadas a la mejor actriz el mismo año, ganó Joan, la fea, la segunda, que pasó de largo de de su hermana, la guapa, la primera, en la ceremonia cuando la perdedora se levantó a saludarla.

Sentimentalmente hablando, tampoco tuvieron mucha suerte ninguna: Olivia se casó dos veces, con el escritor Marcus Goodrich (de 1946 a 1953) y con el periodista Pierre Galante (de 1955 a 1979). Ambos matrimonios acabaron el divorcio y reportaron a Olivia un hijo y una hija. Joan, imagino que por ganarle a la hermana tuvo cuatro matrimonios en treinta años: con el actor Brian Aherne (de 1939 a 1945), con el productor William Dozier (de 1946 a 1951), con el guionista Collier Young (de 1952 a 1961) y con el editor Alfred Wright Jr (de 1964 a 1969). La víspera de su boda con Aherne el novio se lo pensó mejor y la llamó para decirle que no se casaba: Joan contestó que habérselo pensado antes y al día siguiente ambos se encontraron ante el altar. De Dozier tuvo a su única hija natural, Deborah y en 1952 adoptó a una niña peruana, Marita, que huyó de casa en 1963. Hasta la muerte de la madre, se medio llevaban, pero en 1975 su muerte las separó definitivamente. Olivia organizó una ceremonia en recuerdo de la difunta al que Joan no asistió: según ella, su hermana no la invitó; según Olivia, Joan no quiso asistir.

Cuando en 1988 la Academia de Hollywood celebró el sesenta aniversario de los Óscar, se organizó un encuentro con todos los galardonados vivos. La organización cometió la osadía de instalar a las dos hermanas en una misma planta del Ambassador. Fueron necesarios 10 pisos para aplacarlas. Y en esas están. Llevan casi cuarenta años sin hablarse, Joan retirada en su casa en California, a pocos meses de cumplir los noventa y cinco y Olivia, que los cumplió el año pasado, vive en París.

Ninguna quiere morirse antes que la otra.

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