Ya en la calle el nº 1040

Nueva burocracia

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Pascual García ([email protected]

En estos últimos meses de tráfago burocrático indispensable, por evidentes y luctuosas circunstancias, aunque en ocasiones también kafkiano, como suelen ser estas cosas de los papeles, sobre todo para los que odiamos tanto procedimiento y tanta monserga, como si morirse necesitara de un sinfín de certificados y declaraciones, me he dado cuenta de lo que ha cambiado para bien Moratalla en general y, sobre todo, esos pequeños espacios de la gestión donde se acumulan los expedientes y donde se resuelve todo rellenando formularios, sellando y firmando a modo. Reconozco que siempre me dieron vértigo estas cosas, desde solicitar una beca hasta recurrir una simple multa (y eso que he conseguido anular más de una media docena), tal vez porque me acordaba de mi infancia y de mi primera adolescencia, cuando mi madre o mi padre me mandaban al Ayuntamiento, a la Hermandad o al Juzgado para gestionar cualquier cosa en la creencia de que yo, joven y en vías de una excelente formación, era la persona adecuada para estos trances.

Ahora sé que todo esto ha cambiado por fortuna, quizás porque es otra la generación de hombres y mujeres que se encarga de dar la cara al público y resolver las dudas y satisfacer sus demandas, siempre con buena cara, solventes y bien informados, didácticos y resueltos. Me ha pasado estos días, mientras daba curso a las últimas voluntades de mi padre, abríamos el testamento e intentábamos dejarlo claro todo. Reconozco que no hubiera sido fácil ni rápido ni seguro si no me hubiera encontrado con un grupo de jóvenes, muchachos y muchachas que me han hecho muy fácil la tarea, desde el último técnico administrativo hasta toda una notaria, pasando por viejos conocidos del Ayuntamiento y del Registro, que no han dudado en darme las explicaciones oportunas con paciencia y en acceder a cada una de mis peticiones, con la mejor cara y la actitud positiva y amable que yo ya había olvidado o que nunca me encontré en realidad en estos bretes.

De hecho mi memoria de aquella época gris de finales del franquismo y principios de la democracia era muy diferente.  Recuerdo a hombres adustos y antipáticos con el cigarro colgado de la comisura de los labios y las uñas amarillas mirándote por encima de sus gafas de escribientes al uso que todo lo sabían y que, por ende, estaban autorizados al desprecio universal, que entraban cada día al trabajo a media mañana y laboraban en lo suyo con una despaciosidad inaudita, que te emplazaban de un modo mecánico y repetido para el día siguiente, porque o habías llegado tarde o demasiado temprano, porque se te notaba en la cara que no sabías nada de esa infinita sabiduría de fórmulas repetitivas, trámites inocuos pero ininteligibles y gestiones misteriosas a las que no teníamos acceso el común de los mortales.

Te sentías ante ellos pequeño, ignorante, atrevido, casi un donnadie, aunque fueran ellos los inoperantes, los vagos, los antipáticos y los más lerdos por antonomasia. Pero ellos estaban arriba y tú apenas si llegabas al mostrador donde despachaban circunspectos como figuras de un alto tribunal. Estar por encima de ti físicamente les concedía ese añadido de importancia del que en el fondo carecían. Eran, al cabo, feos y viejos, presuntuosos e ignorantes, pero venían de unos años oscuros en que las cosas habían sido de esta manera.

Me alegro de que todo esto haya cambiado en Moratalla, de que los nuevos gerifaltes burocráticos sean hombres y mujeres inteligentes, humanos y trabajadores, dispuestos a echar una mano al que viene a pedirles ayuda y desconoce ese mundo de las diligencias, las tramitaciones y los recursos, porque ellos ocupan precisamente esos puestos para desempeñar esta labor necesaria e importante que les hace más fácil la pesadilla burocrática a los demás, incluido yo, que he sido muy bien atendido en todos los lugares a los que he necesitado acudir: bancos, ayuntamiento, notaria, registro  y otras dependencias, para dar por concluido el último desasosiego de la muerte de mi padre.

A todos ellos, y en nombre de mi hermana también, me gustaría darles las gracias con estas palabras.

 

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