Ya en la calle el nº 1037

Nos vemos en el Paype

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PASCUAL GARCÍA

Estaba yo en plena adolescencia cuando inauguraron la primera cafetería de Moratalla, eso que todavía entonces llamábamos un pub, aunque luego descubriríamos que no era así exactamente, pero al menos sí un local moderno, más joven, con música, las copas más caras, claro, pero todo más sofisticado, los asientos mullidos, los taburetes altos junto a la barra, los espejos multiplicando nuestra imagen y creando una profundidad mágica e inusitada, aunque  por aquel entonces no teníamos otras referencias de diversión nocturna, sobre todo los jóvenes, que los eternos paseos por la Carretera o por La Glorieta, el cine Trieta en raras ocasiones y las cañas en algunos bares emblemáticos del centro del pueblo, a los que también íbamos a tomar café por las tardes, porque en alguno de ellos el café era un artículo de lujo y su particular orgullo servirlo al punto, ellos mismos lo tostaban y lo molían y el producto acababa convirtiéndose en una especialidad de la casa. No tengo que referirme expresamente al Moreno o al Pepe del Joaquín, porque ambos están en nuestra mente; luego estaban los que ofrecían los resultados primorosos de una gastronomía secreta y de excelencia, a los que uno no podía resistirse acudir en Semana Santa a comer aquellas monumentales y suculentas tortas de bacalao o las tapas  pantagruélicas y a un excelente precio del Tarugo y cada uno de los muchos bares que se desperdigaban por el recorrido de la Calle Mayor, desde La Caraba, con un tapeo profundo y de calidad, hasta El Feo o Los emigrantes donde solían reunirse los marchantes de ganado y donde mi tío Rubio echaba su partida al dominó cada tarde.

El Paype era otra cosa, era la modernidad, un aire de cierto cosmopolitismo y una mezcla de intelectualidad, burguesía media y niños bien del pueblo. ¿Cómo olvidaríamos aquellas largas, divertidas y ajetreadas navidades que cada noche llenaban la cafetería de maestros, funcionarios, trabajadores del banco, pequeños empresarios y comerciantes y algún que otro estudiante, con la música propia del momento? Se bebía y se bailaba hasta el amanecer y su ritmo iba estableciendo el ritmo de nuestras vacaciones.

Allí y en las inmediaciones de las Casas Baratas hemos terminado a ritmo de carnaval buena parte de las Nocheviejas, y el día anterior al encierro de las vacas del Santísimo Cristo del Rayo, porque en el Paype se conmemoraba todo y cualquier fiesta, cualquier reunión tenía su acomodo entre aquellas cuatro paredes.

Allí se encendieron las pasiones y se apagaron también una tarde cualquiera del invierno, allí se sufrió la ausencia de la amada y se celebró su reencuentro, allí se mantuvieron los amigos con una cerveza de por medio, un vermú rojo o un cubata, hablamos de lo humano y de lo divino y se nos hicieron las tantas porque estábamos muy a gusto y gozábamos del solaz y del tiempo libre.

Luego, un día, nos agolpamos todos casi de madrugada, los amigos de toda la vida, los amigos de la infancia en El Castillo y los que se incorporaron más tarde, en los estudios y en el trabajo porque íbamos de despedida de soltero y no podía haber mejor sitio que aquel para seguir bebiendo y bailando hasta el amanecer y allí, finalmente, quedamos los recién casados un día memorable de enero con un pequeño grupo de íntimos para tomarnos la penúltima antes de irnos  a pasar la noche de bodas en una de esas románticas y confortables cabañas de La Puerta.

Han  sido muchos años acompañando nuestras horas de alegría y de tertulia y cuando todo esto acabe, las obligaciones, el curso y los problemas, volveremos a vernos allí, como siempre,  acodados en la vieja barra familiar y con una copa en la mano, en la cafetería de toda la vida.

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