Ya en la calle el nº 1040

No son molinos, Sancho, son gigantes

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Miguel Ángel Alcaraz Conesa

Imagino el despacho del director del Banco Central Europeo: sillones de fino cuero, un Kandinsky colgado de una de las paredes para expresar la abstracción de las normas que rigen la economía mundial. Las cortinas cerradas y un cenicero de rondón, porque la tensión es máxima. Esa misma noche ha de quedar todo resuelto, los grandes accionistas y las administraciones públicas ya lo saben desde hace unos días y han tenido tiempo de asegurar sus posiciones. Empecemos, que el tiempo apremia. El Director IF del BBVA habla el primero: estoy autorizado a pujar 20 cents. Draghi enarca las cejas en un mutis de cierta decepción, hasta que habla la negociadora del Santander: tus 0,20 y 20 más. El delegado de Bankia, en un impulso irrefrenable: 0,50 € y no se hable más. Se hace el silencio y un sudor frío cae por las sienes del dicente. Si nadie habla, me ahorcan, saltará el escándalo; dinero público al rescate de un banco en quiebra. Setenta y cinco, es mi postura, dice el de La Caixa. Se oyen cuchicheos, los móviles echan humo. Termina primero la del Santander: un euro. Los demás boquiabiertos, Mario Draghi lo estaba esperando: a la de una a la de dos y a la de tres –sin pausa para las comas–. Adjudicado. Todos se levantan y se felicitan. La puja por el Popular ha terminado. Descorren las cortinas, está despuntando el alba. Hace ocho siglos, en la abadía cisterciense que hubo cerca del lugar, la campana llamaba a Laudes. La hora de alabar a Dios por ver un nuevo día.

A las pocas horas, todos los noticieros matutinos la propagan: el Santander compra al Popular por un euro. Los gurús de la economía hacen un breve comentario: era una situación insostenible, el Santander va a hacer un esfuerzo colosal, la ratio de viabilidad era alarmante, los algoritmos de solvencia y los test de estrés financiero eran determinantes –en sentido etimológico, premonizaban el final–. La noticia calma los mercados. No ha habido que poner un solo euro de dinero público. Los depósitos están garantizados, sólo hay que lamentar la pérdida para los accionistas y titulares de bonos –castigo para especuladores, piensan en la izquierda radical–. A los dos días, el gobernador del Banco de España sale al paso de cualquier atisbo de escándalo: el Popular era solvente hasta hace 48 horas. Contundente y tan fresco. Ni una pregunta sobre el por qué ha llegado a esa situación el que hace unos años era el banco más rentable de Europa. ¿Y quién ha dicho que no lo era?, pregunta un mando intermedio del Santander. Su despido será fulminante.

Los ministros de Economía han oído las palabras del Comisario de Finanzas de la UE, “no ha sido necesario un rescate con dinero público”, respiran aliviados. Los políticos pueden volver a los tuits de Rufián, la “omertá” que impone Pedro Sánchez en el PSOE, el mutismo gallego del presidente Rajoy. Las cámaras del Congreso y del Senado seguirán ensimismadas en sus acuerdos sobre violencia sexista.

A la semana, Bankia compra BNM por 825 millones de euros. Era una boda anunciada, Goirigolzarri es un hábil negociador, Egea Krauel muestra una sonrisa satisfecha. Las ratios de incompatibilidad eran indicativas de un grave trastorno si se compraba el Popular, pero BNM…

A eStas alturas, las cifras de oficinas cerradas se calculan en cientos, las prejubilaciones y despidos, unos cinco mil. La Seguridad Social se mostrará proclive a un convenio. Los sindicatos no respiran. En los días que han pasado, ya sólo se escucha el silencio de la necrópolis de la Puerta Nocera de Pompeya.

Imagino a un viejo marxista entrando a voces en la antigua sede de IU: Marx tenía razón, los medios de producción acaparados por la burguesía, los monopolios, la superestructura, el capitalismo depauperiza al proletariado. Alguien lo mira de reojo con rictus de desagrado. ¡Me habías prometido el tercero en la lista de Madrid!, se le oye a Garzón. Sí, pero Ada Colau quiere expandir su proyecto federalista… compréndelo, Alberto, le responde Iglesias.

Quien esto escribe se siente como Don Quijote: ¿no ves, Sancho, que son gigantes? Es un maligno encantador quien te hace ver molinos y aspas en lugar de los brazos de terribles gigantes que se ciernen sobre indefensos menestersos. Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que es tan sólo un caballero es que os acomete, dice picando espuelas sobre el enflaquecido Rocinante. Luego, León Felipe pidiendo en verso libre a don Quijote: “hazme un sitio en tu montura, caballero derrotado… que yo también voy cargado de amargura y no puedo batallar”.

No, lector paciente, no son molinos los que enfrentamos con nuestra vieja adarga y una patética lanza hecha con madera de algarrobo. Son gigantes del mundo de las finanzas, de la plutócrata logia que nos gobierna. Un hábil encantamiento nos hace creer que vivimos en una democracia y en un Estado de Derecho, mas sólo rendimos pleitesía a Juno Moneta, la diosa romana que amonesta, en cuyo templo se acuñaban el aureus, el denario y el sextercio.

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