Ya en la calle el nº 1041

Memoria

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Pascual García ([email protected])

Por alguna extraña razón que nunca entendí del todo, en este país y, más concretamente en pueblos como Moratalla, había cierta aversión por los excesos de la memoria, al menos por un tipo de memoria muy concreta, la que todavía almacena alMemoriagunas infamias históricas y no pocos conflictos civiles, manchados con la sangre de todos, aunque durante medio siglo a la mitad de ellos se le rindió innumerables homenajes y, en alguna medida, se les vengó con contundencia. Las guerras traen, si los vencedores no son misericordiosos ni humanos, el ángel negro del exterminio y de la revancha.
No queremos recordar por diversas razones, como no queremos que nos abran la herida y nos la curen desde dentro y, sin embargo, conocemos países en que la herida fue mayor y la terapia ha funcionado muy bien. Alemania o Estados Unidos vienen fabricando cada año películas, documentales, libros y otras obras de arte y entretenimiento acerca de sus propios traumas civiles y militares, sin complejos, sin restricciones, desde los más diversos puntos de vista. Conocemos el Holocausto y la guerra civil americana desde docenas de puntos de vista, sin entrar, claro, en todos los conflictos bélicos en los que América ha intervenido por el mundo entero como juez y parte. Permítanme que los envide, a pesar de todas sus contradicciones. Han sido capaces de abrir sus entrañas, de mostrarlas al mundo y de seguir curándolas.
Nuestro país, nuestros pueblos parecen nimbados por esa torcida aureola de la omerta napolitana. Desde niño notaba que existían asuntos sobre los que era mejor no hablar y que cuando se sugerían ciertos episodios al calor de la lumbre, alguien de la familia, casi siempre mi abuela, nos hacía callar o, al menos, nos instaba a hablar en voz baja.
La memoria no nos ha gustado nunca, no solo a aquellos que cometieron tropelías y crímenes de guerra y nunca fueron juzgados porque ganaron la contienda, sino también a aquellos que sufrieron represión, cárcel y otras injusticias y que, de forma paradójica, se sentían culpables, a pesar de haber estado en el bando elegido legalmente por todos los españoles. Durante décadas, el bien y el mal en este aspecto nunca estuvieron claros; de hecho la mala educación histórica, la propaganda franquista y otros intereses se encargaron de enfangar el relato verdadero de nuestro pasado reciente.
Se enterraron todos los muertos de un bando, se erigieron monumentos funerarios en su recuerdo y se les rindió tributo y homenajes durante mucho tiempo, pero nos olvidamos de los otros, de los que están enterrados en campos y cunetas, de los que se pudrieron durante años en penales y cárceles infrahumanas. A pesar de la extremada cercanía de los vencedores a la caridad de Cristo, al menos sobre el papel, no usaron del perdón evangélico ni tuvieron la más mínima piedad con los que ya estaban vencidos.
Todavía hoy seguimos buscándolos por campos y cunetas y se nos sigue instando a que lo olvidemos todo, como lo olvidamos en la Transición. Es curioso que el bando más alejado del amor cristiano haya sido el bando que más le ha tocado perdonar. Es posible que para la armonía de la convivencia de un pueblo, el perdón obligado y por decreto no sea la solución perfecta.
Aunque pensándolo bien, ochenta años más tarde, aquella guerra del infierno parecen haberla ganado los muertos.

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