Ya en la calle el nº 1040

Matones de barrio

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Pascual García ([email protected])

En todos los barrios había uno, en el mío también. Era un muchacho más grande y  con más fuerza, aunque tenía la misma edad que nosotros, de condición más torcida y tal vez, entonces no nos dábamos cuenta, sumido en la oscuridad del maltrato familiar y solo como la una.

Cuando venía a nosotros lo esquivábamos como podíamos, porque le teníamos miedo, aunque por aquel entonces nadie había inventado aún el bulliyng. Era simplemente un matón de libro, más alto y más fuerte que nosotros, de peor índole aunque de una debilidad casi enfermiza. Nos podía a la mayoría, solíamos decir con ese léxico popular de Moratalla que tantas verdades acarreaba, pero nosotros no nos quejábamos ni lo denunciábamos a nadie, lo dejábamos pasar, nos reíamos con él, lo despreciábamos en nuestro fuero interno y aguardábamos a que un día pasara su cadáver por delante de nosotros metido en una caja de pino.

En estos días, en estos años lo veo a menudo completamente solo y me pregunto en que instante dejará de engañarse y se quitará de en medio para siempre. El resto de los amigos del barrio seguimos relacionándonos entre nosotros y nos llevamos bien, evocamos las viejas aventuras de aquellos tiempos y omitimos mencionarlo, porque para nosotros no es nadie, es apenas una sombra y cualquier día pasará delante de nosotros camino del cementerio metido en una caja de pino y llevado a cuestas por cuatro hombres esforzados, porque pesa mucho y aún engordará más de aquí a entonces.

A veces pasa por mi lado, esconde sus ojos y ni siquiera le hablo, es el castigo al matón del barrio, al desecho humano, al que ya sobra en la vida. Por supuesto que no tiene familia y la que tiene no le dirige la palabra, no se casó, por fortuna, ni tuvo hijos, y ahora anda de bar en bar sin gastar en nada y molestando, aunque quedan muy pocos bares en Moratalla. Está viejo, acobardado como un animal enfermo y no le habla casi nadie. Desde lejos huele a encierro y a soledad, y a veces recuerdo el día en que me rebelé y no le permití que se metiera conmigo; establecí el colmo, le propiné una coz y una bofetada y se retiró amedrentado como una alimaña herida, que de repente descubría que una de sus víctimas le había hecho frente y ya nunca más le consentiría ni una sola broma.

Era mala gente, es mala gente y huele como mala gente. Ahora deambula por la Calle Mayor en busca de un consuelo que no le ofrece nadie porque nadie guarda un buen recuerdo de él.

El matón ha envejecido y se ha topado con el mundo real de la civilización donde hombres y mujeres comparten sus vidas de una forma ordenada, se saludan con educación en la calle, asisten a las fiestas con regocijo y frecuentan los bares alguna vez, porque son la gente corriente que vive en la normalidad, trabaja por un futuro mejor, cuida de los suyos y respeta al resto.

El matón se ha quedado fuera y por eso lo veo con frecuencia errabundo y solo, con el rostro amedrentado de las criaturas que no entienden lo que les pasa y ocupan el mundo sin una conciencia clara del papel que están desempeñando en él. Supongo que alguien, un familiar, en un alarde de compasión, le lleva de vez en cuando un plato de comida, le echa un ojo al espacio deteriorado en donde vive o le compra ropa. En realidad, no se merece ni siquiera eso, y hasta es posible que nadie acuda a su casa porque ni siquiera tiene trato con la familia. Cobra una pensión mínima y recibe un modesto capital del alquiler de un pequeño inmueble, tal vez posea un pedazo de huerta con algunos albaricoqueros y olivos donde plante hortalizas cada año. Y poco más, porque tampoco tiene perro, un perro que le lama las heridas de las piernas y mueva el rabo de contento a su alrededor cuando vuelva a casa y se disponga a preparar la comida, un perro que se coma las obras de la pitanza diaria, aunque es posible que tampoco sobre mucho.

El matón está solo al fin y ya no tiene a nadie a quien molestar. El tiempo ha hecho justicia.

 

 

 

 

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