Ya en la calle el nº 1041

Maruja Carrasco

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

José Antonio Melgares Guerrero
Cronista Oficial de la región de Murcia, de Caravaca
y de la Vera Cruz

En nuestros días, cumplir cien años supone un record en el ciclo vital de las personas, y quien llega a cumplirlos se hace merecedor de homenajes familiares y sociales en su entorno cercano o inclusoEn la Gran Vía con su hermano Félix local. Este es el caso ocurrido recientemente cuando Dª. Maruja Martínez-Carrasco Ródenas llegó a cumplir un siglo el pasado 23 de febrero, acontecimiento celebrado tanto por su familia como por el Ayuntamiento y la Dirección General de Personas Mayores de la Comunidad Autónoma, del que se hicieron eco los medios de comunicación locales y regionales.
Maruja Carrasco, como popular y cariñosamente siempre se le conoció entre sus allegados, nació en el espacio de la misma casa donde actualmente vive, de la que únicamente se conserva la fachada blasonada a la C. Puentecilla, tras la rehabilitación dirigida por el arquitecto caravaqueño Luís Martínez-Carrasco Alegre.
Vino al mundo como segundo fruto del matrimonio formado por el propietario agrícola Félix Martínez-Carrasco Meoro y la madrileña Matilde Ródenas López, quienes también trajeron a la vida a otros tres hijos: Mariano, José María y Félix.
Como era habitual en las familias de su tiempo, la única hija del matrimonio fue formada para los cuidados de la casa, permaneciendo hasta los 17 años en el colegio de las Monjas de la Consolación, donde se inició con sor Evarista y otras hermanas religiosas, no solo en el aprendizaje de las primeras letras y cálculo sino en las labores y primores propios de su sexo, compatibilizando esta actividad con la ayuda a su madre en el gobierno del domicilio familiar y con el aprendizaje a tocar el piano (siendo introducida en ello por María Rodríguez (María la del Maestro de Música, quien se desplazaba a diario al domicilio de sus alumnos hasta los primeros años sesenta del pasado siglo).
En el cuidado y aseo de la casa familiar, que contaba con veinte habitaciones, ayudaban las criadas Guadalupe, Dolores e Isabel (que era la cocinera), a quienes ayudaba en el lavado de la colada Encarnación López Pérez y como jardinero Juan el Reondo. Así mismo acudían diariamente al domicilio familiar dos costureras: Julia Verduzco y Teresa Montoya.
Recuerda Maruja que en su juventud, las mujeres apenas salían a la calle. Las salidas se justificaban a la iglesia, por la mañana a misa y por la tarde a novenarios, triduos y quinarios dedicados a las imágenes de la Virgen y santos de devoción local. También era frecuente la práctica de las visitas domésticas vespertinas entre familiares y amigos.
También recuerda Maruja el veraneo familiar en la finca Las Nogueras (término de La Encarnación), desde donde su padre se desplazaba a recoger los esquimos a otras propiedades rústicas como El Lugar de los Siete Almeces en la huerta de Caravaca, al Olivar de Mairena y a otras de cuyas rentas vivía la familia.
D. Félix, el padre, falleció antes de le guerra civil, pasando el resto de la familia el período bélico en Murcia y casa de su propiedad, ubicada en la C. Simón García, cerca de la Pl. de Toros. Allí hicieron la carrera de Derecho sus hermanos Mariano y José María.
Conserva en su memoria el nombre de sus amigas de Juventud: Aurora Martínez, María Teresa Melgarejo Vaillant y sus primas Mª. Dolores y Mari Cruz Blanc; así como las de madurez: María Teresa Boneu, Caridad Guerrero y Julieta Córdoba, con quienes jugaba cada tarde a las cartas y, cuando el clima era benigno, paseaba por el Camino del Huerto.
Su avanzada edad no es obstáculo para actualizar en su mente recuerdos como la Chimenea de la fábrica de Béjar, cercana al actual edificio de Correos, el trazado actual de la Gran Vía en los años veinte y treinta, cuyo desnivel se rellenó con cientos de carretadas de tierra y escombros, y la llegada a Caravaca, desde Murcia, a través de La Puentecilla (calle que durante muchos años se denomino de María Girón). También recuerda la asistencia al teatro Cinema y al cine Michelena, sobre todo a películas policíacas, género que consumía también en la lectura de novelas de Agata Crhisti, siguiendo en sus preferencias las proyecciones de género musical.
El lector entrado en años recordará a su hermano Félix como el encargado de anunciar la clasificación moral de las películas que la empresa Orrico proyectaba en la ciudad. En una pequeña vitrina situada en el atrio de la Iglesia Mayor del Salvador, se ofrecía a diario, durante muchos años, la información sobre las proyecciones anunciadas, en ficha que contenía el argumento, la duración y la citada clasificación moral, con numeración del 1 al 4 (el uno autorizaba a ver la película a todos los públicos, el dos a jóvenes, el tres a mayores. Si al tres se le añadía una R era para mayores con reparos. El cuatro prevenía de ser gravemente peligrosa desde el punto de vista moral. Su afición al cine le permitía recibir revistas especializadas, que nadie más recibía en la ciudad, de las que obtenía dicha información que, desinteresadamente ofrecía a la población.
Con cien años muy bien llevados y sus facultades envidiablemente activas, Maruja Carrasco vive donde siempre vivió, atendida desde hace doce años por sus fieles Alejandro y Miriam, de nacionalidad ecuatoriana, quienes la acompañan cada domingo a misa en El Salvador y a la peluquería; y en su conversación no olvida su vinculación a la citada iglesia parroquial habiendo pertenecido a asociaciones como la Acción Católica, las Marías de los Sagrarios, el Apostolado de la Oración, y también a la Archicofradía del Carmen y a la Cofradía de la Vera Cruz. Recuerda también la práctica del rezo del Rosario cada noche en su casa, reunida la familia y la servidumbre. Y recuerda también la figura de su abuelo materno, el diputado a Cortes José María Ródenas y Loustau, quien hizo tantas cosas por Caravaca a mitad del S. XIX que le valieron la dedicación de una calle que, con el tiempo (durante el mandato como alcalde de Mariano Rigabert Girón), cambió su primitivo nombre por el del escritor Gregorio Javier, lo que causó gran disgusto a la hija de aquel y madre de Maruja. Dª. Matilde, quien educadamente no quiso hacer ostentación del mismo.
Maruja, con los achaques propios de la edad, se siente feliz y agradecida con todos cuantos han colaborado en los homenajes tributados con motivo de su reciente centenario. Conoce todo lo que acontece en la ciudad por los medios de comunicación local, y también cuanto ocurre en España y en el mundo gracias a la TV, su principal aliada. En paz consigo misma y con el resto de la humanidad asiste al discurrir de los días y las horas aceptando los cambios sociales y políticos de los que tantos ha visto a lo largo de su dilatada existencia.

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