Ya en la calle el nº 1041

Mariana

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

JOSÉ ANTONIO MELGARES/CRONISTA OFICIAL DE LA REGIÓN DE MURCIA

Una de las personas que inevitablemente deben figurar por derecho propio en el virtual álbum de quienes, con su audacia y esfuerzo hicieron posible (durante la segunda mitad del siglo que se nos fue) la Caravaca de hoy, es Mariana Robles López, conocida entre la población por su propio nombre, pues aunque hubiera otras personas con el mismo apelativo, su fecunda actividad y su corpulencia física la hicieron merecedora de ser la única.

Mariana nació en la C. Planchas el 21 de enero de 1922, segunda hija de los cuatro frutos del matrimonio formado por Cristóbal Robles “El Gamba” y Encarnación López. Muy pronto comenzó a trabajar, como empleada, en el edificio palaciego propiedad de D. Félix Martínez-Carrasco y Dª. Matilde Ródenas, en la Puentecilla, gracias a cuya influencia consiguió del Ayuntamiento un puesto de venta en la Plaza de Abastos, donde suministraba a sus clientes ultramarinos a granel, fiambre, embutidos repostería y pan entre otros productos. Su carácter emprendedor y su fino olfato para el negocio propiciaron compatibilizar la actividad mencionada con la concesión del estanco de tabacos ubicado en la Esquina de la Muerte, donde se inicia la subida al Castillo.

Abandonada la ilusión de juventud de marchar a Brasil, junto a quienes se aventuraron a hacer las américas buscando horizontes económicos rentables, contrajo matrimonio, en enero de 1951, con Victorio Fernández, procedente de Inazares y guardia municipal en Caravaca, con quien trajo al mundo dos hijos de los que sólo uno sobrevivió a la mortalidad infantil, tan abundante durante los largos años de la posguerra, instalando el domicilio familiar en el nº. 7 de la calle de La Aurora.

Aquel estanco cambió su ubicación en 1958 desde la Esquina de la Muerte a la Gran Vía, junto al desaparecido Bar Comunicando, complementando la venta de tabacos con la de ultramarinos y productos de alimentación en general, debidamente separada una y otra oferta; con lo que el puesto de la Plaza de Abastos y el estanco se unieron en un solo local al que la población acudía para todo, desde la adquisición de bocadillos a la hora del almuerzo matinal hasta lo más inverosímil en asuntos de tabacalera. En este tiempo se trasladó el domicilio familiar desde la Calle Aurora a Entregarajes, el cual también fue fonda con tres habitaciones de alquiler, que habitualmente ocupaban los conductores de la empresa de coches de línea Solvit, los distribuidores de Coca-Cola, que venían de Alicante y los ingenieros que llevaban a cabo la línea eléctrica de Los Royos y Cañadas de Tarragoya (que venían de la localidad madrileña de Getafe).

La tienda de la gran Vía, como recordarán los lectores entrados en años, era un espacio cuadrangular, con mostrador de madera en forma de “ele” y expositor del mismo material con armarios de cristal cerrados. Entre los productos allí ofrecidos había grandes y redondas latas de atún en aceite y escabeche, delicia de quienes allí acudían a saciar el apetito de media mañana, botes de conserva y productos de limpieza como lejía y estropajo de esparto en bloque, que las clientas adquirían, troceado, para el consumo doméstico, además de los primeros encendedores con la Cruz de Caravaca, que ofreció a Mariana en exclusiva la casa BIC.

El volumen del negocio aumentó, lo que motivó que Victorio pidiera la excedencia como policía municipal para ayudar a Mariana, dando tanto de sí que, a finales de los años 60, Mariana llegó a un acuerdo con Rosendo Romera quedándose con el acreditado Bar La Oficina que en su día abriera el popular Chairo, con lo que Victorio y Mariana se entregaron en cuerpo y alma al bar, mientras que la tienda era atendida por Josefina, una empleada de la total confianza del matrimonio. Allí, en La Oficina, contaron con el apoyo de camareros como Mariano el Fontanero, Gines El Mata, Julián el del Gran Café, Domingo, el de la taberna Alándalus y el Gori, entre otros, quienes aprendieron el oficio junto a Mariana y Victorio, siendo el contable y hombre de confianza en la economía del negocio Paco Yago.

El horario de La Oficina era muy amplio, desde las 6 de la mañana a las 12 de la noche, ya que por el lugar urbano de su emplazamiento (en el cruce de la Gran Vía con la carretera de Murcia), allí venían a parar, además de la clientela habitual, cazadores de fin de semana cuando se abría la veda estival, y los viajeros de los autocares que, en servicio discrecional, hacían la línea de Barcelona a Granada. El trabajo aumentaba los lunes, día de mercado semanal, y los festivos; recordándose llenos absolutos cuando la empresa Orrico ofrecía espectáculos nocturnos de revista en el Gran Teatro Cinema.

El bar La Oficina se convirtió en sus manos, en lugar de referencia urbana y punto de encuentro de gentes de negocios, corredores, tratantes y braceros que aguardaban el ser contratados (Antonio el Ocho, Antonio el Cejas y Paco el Viñas entre otros). Sitio desde donde llamaban y eran llamados los taxistas ( Contreras, Andrés el Polvorista y el Cerdo entre otros), y espacio donde la gente acudía a ver en la TV retransmisiones deportivas, corridas de toros y programas de interés masivo (como el Un, dos, tres…de Ibáñez Serrador), cuando habían muy pocos televisores en los domicilios particulares.

Mariana, en La Oficina, preparaba a sus clientes exquisitas gabardinas y tortas de bacalao, que aún son recordadas por los mayores, además de otras tapas más comunes. Entre sus asiduos visitantes mencionaré, entre otros muchísimos, a Julián Guerrero, Los Paulinas y los toreros Pedro Barrera y Padrón Moreno, quienes, junto a los demás clientes, disfrutaron del primer aire acondicionado que se instaló en un lugar de esta naturaleza en Caravaca.

El domicilio familiar se trasladó entonces, a la Gran Vía, sobre el bar Comunicando, ampliando la fonda de la calle Entregarajes a cinco habitaciones, que Mariana se las ingeniaba para tener a punto cada día para sus clientes, multiplicándose la actividad laboral y teniendo tiempo y fuerzas para pensar en montar un gran restaurante en la gran Vía, proyecto que no cuajó por culpa de la enfermedad que, en 1976 comenzó a minar su salud.

El estanco se incorporó al bar hacia 1974, cuando en el espacio de aquel se instaló la Caja de Ahorros Provincial, célula inicial de la actual Cajamurcia. El bar La Oficina fue traspasado a Andrés López Augüy en 1980, abriendo tienda Mariana junto a Tejidos La Inmaculada cuando, muy minada en su salud corporal, comenzó a decaer la actividad laboral por falta de fuerzas físicas.

Victorio se jubiló en 1986, haciéndolo Mariana cuatro años después, en 1990, aunque prosiguió con la concesión del estanco hasta que ésta desapareció volviendo a manos de sus antiguos dueños, quienes hoy lo regentan en la C. Cartagena.

Mariana falleció el 19 de mayo de 2001, extenuadas sus fuerzas físicas por continuos achaques coronarios. Victorio le sobrevivió hasta la Nochebuena de 2003 y con ellos desapareció un ejemplo de compenetración y complemento que las gentes aún recuerdan. Audaz, emprendedora y con gran espíritu comercial ella. Romántico y sumiso a la luz que con propio brillo ella tenía, él. Juntos compusieron el ejemplo de sociedad marital, en que el trabajo ético, el tesón y la audacia fueron norma de vida. Ellos, y otros como ellos, colaboraron, en gran medida, a sacar a Caravaca de la precaria economía de la posguerra, aupándola hacia el futuro que hoy es realidad.

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