Ya en la calle el nº 1041

Margaret, el viento que nos trajo a Escarlata y a Butler

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

GLORIA LÓPEZ CORBALÁN
Oigo en las conversaciones de la piscina a mi madre y sus amigas decir entre dientes “anda que como pase todo esto, juro que jamás volveré a pasar hambre”. Todo eso metidas en lo hondo de la piscina manteniendo el cardado del pelo increíblemente a salvo de cualquier gota de agua que pueda salpicarles, alejando a los zagales que osan acercarse con un vil chantaje emocional “anda, hijico, no me salpiques agua que estoy mala de la garganta y me ha dicho el médico que no puedo mojarme”. Toma ya. ¿ Sabrán ellas que esa frase que resume su vida de pasar hambre (primero por el franquismo, luego por la dieta y ahora por el colesterol, la azúcar y la tensión) y que ellas han visto mil veces, primero en blanco y negro y después en color en “Lo que el viento se llevó” la escribió una mujer?. Pues deberían habérselo imaginado, jamás se le ocurriría a un hombre (que no fuese Versace) arrancar unas cortinas y convertirlas en un vestido de calle para ir a pedir dinero al hombre que nos quita el sueño. Esa mujer fue Margaret Mitchell, nacida el 8 de noviembre de 1900 en Atlanta, la ciudad en la que se desarrolla la historia de la que todas hemos querido ser protagonistas.


Hija de una sufragista y un abogado, su infancia la pasó escuchando discusiones de leyes, votos, derechos e historia. A pesar de eso, o precisamente por eso, decidió estudiar medicina. Hubiese sido una buena doctora, sin duda, pero su madre murió un poco antes de terminar la carrera, y Margaret tuvo que volver a casa a ocuparse de su hermano y su padre, con tan solo 19 años. Para no aburrirse, comenzó a colaborar en el Sunday Magazine, para los que escribiría entrevista, artículos e incluso reseñas de libros. Su vida entonces discurría por el mismo camino de cualquier americana de bien, y el siguiente paso fue casarse, pero el paso no fue hacia delante, sino que un salto directo al vacío, empujada por un marido violento que le pegaba y abusaba de ella.
Tras dos años de matrimonio, volvería a reanudar su camino con pasos más tranquilos, junto John R. March, director de publicidad de la Georgia Power Company. Sería otro mal paso, esta vez menos doloroso, el que volvería a apartar su vida de la monotonía. Una lesión de tobillo la mantendría en cama durante un largo tiempo, y para ocuparse, decidió, así, como el que no quiere la cosa, escribir el que sería uno de los libros más populares y más vendidos de todos los tiempos. Pero la lesión curó, y Margaret siguió su camino, y entre parada y parada iba escribiendo capítulos, sin orden y con tan poca prisa que tardaría 10 años en terminarlo. No podría haber tardado menos en idear una E Escarlata menos E Escarlata, ni un Butler más Butler. Por fin en 1936 el libro fue publicado. El éxito fue fulminante: se vendieron millones de ejemplares y se tradujo a 30 idiomas, hasta en braille.
El éxito le vino tarde y le pasó de refilón, su vida era su marido, su casa y nada cambió para ella: siguió viviendo en su misma casa y manteniendo sus costumbres.
El director de cine Víctor Fleming llevaría esta historia a la gran pantalla en 1939. Protagonizada por Vivien Leigh, Clark Gable y Olivia de Havilland, fue nominada para 13 Óscar de los que consiguió “solamente” 8.
Una tarde del 16 de agosto de 1949, mientras paseaba junto a su marido, tranquilamente, como siempre lo había hecho, un taxi vino a cruzarse en su camino y parar sus pasos en seco. Allí mismo murieron los dos. Apenas tenía 49 años.
“Después de todo, mañana será otro día”.

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