Ya en la calle el nº 1039

Manuela, la que reza

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

JOSÉ ANTONIO MELGARES/Cronista oficial de la Región de Murcia

En la puerta de su casa, desde hace días cuelga un cartel, escrito a mano, que informa de su debilidad por convalecencia de una inoportuna neumonía, rogando a los visitantes que concierten su cita por teléfono.

Se trata de Manuela Sánchez Valero, natural de Moratalla donde nació en 1931 en el lugar del «Molino de la Traviesa». Allí vivían sus padres Ángel Sánchez Valero y Juana Valero Marín, siendo la mayor de siete hermanos. La familia trasladó su residencia a Caravaca en 1956, viviendo unos años en la finca de «El Buitre» y después y definitivamente en las inmediaciones de las Castillo de la ciudad.

A los 21 años contrajo matrimonio con Gabriel Sánchez Martínez y, tras unos años de nuevo en «El Buitre» donde nacieron tres de sus hijos (Juana, Gabriel y Angelina), establecieron el domicilio familiar en el número 6 de la calle Ceyt-Abuceyt de Caravaca, donde llegaron al mundo el resto: Ángel (fallecido), Antonio, Pepe, Manuel y Elena.

Manuela nació «con manto», como sucedió a su madre y también a su abuela materna (María Marín). El «manto» es una especie de telo o toquilla blanca en el que vienen al mundo envueltas ciertas criaturas que a lo largo de su vida tienen unas facultades que no tenemos los demás. El citado «telo» se conserva en lugar destacado de la casa para que su dueño o dueña no pierda la «gracia». Ella lo conserva, ya seco, como conservaron los suyos durante toda su vida su madre y su abuela.

Manuela fue consciente de sus propiedades curativas cuando siendo bebé su primera hija y encontrándose con «angustias», comenzó a «rezarle» y llegó sana a su casa. Enseguida rezó un «mal de ojo» en el ya citado «Molino de la Traviesa» («una mujer joven con angustias»), que le sirvió para confirmar sus poderes curativos.

Su bagaje de conocimientos consta de gran cantidad de oraciones, la mayor parte de ellas en versos octosílabos que recita a manera de romance, bien en presencia de la persona enferma o bien a distancia de la misma. Cada enfermedad tiene su oración, que ella sabe de memoria, aprendidas todas de su madre y abuela materna, quienes se las transmitieron oralmente, nunca por escrito.

Las enfermedades que su especial «gracia» le permite curar son: «la carne cortada» (o dolores producidos por esguinces o roturas fibrilares), la erisipela («lisipela») o inflamación de la piel. El «mal de ojo viejo» (depresión o «gente que está siempre tirada en el sofá sin ganas de nada»), el «mal de ojo nuevo» (vómitos, tristezas y diarreas), los herpes y el empacho.

También reza enfermedades de animales como el caballo, el cerdo, el perro y el gato, atando una cinta al vientre del ejemplar enfermo o aceptando «pelos» de cuatro partes de su cuerpo.

Presencialmente cura al tacto musitando la oración adecuada «aunque sean migrañas y luego aparezcan otra vez». A distancia es preciso que le traigan la cinta mencionada anteriormente, que la persona o animal ha de haber tenido asida al miembro enfermo de su cuerpo. Sin embargo es mejor la presencia del enfermo para «poder hacerle la prueba».

Hay enfermedades y dolencia fáciles de sanar, que cura con un solo rezo, y otras que se resisten, por lo que hay que rezarlas incluso varias veces al día. El «mal de ojo» se cura pronto «pero si se hace viejo cuesta curarlo».

Su jornada de trabajo comienza muy pronto. Recibe personas en su casa desde muy temprano cada día, a quienes suele dar cita previamente por teléfono. La clientela es de muy diversa naturaleza, formación y clase social. Por su casa han pasado médicos, enfermeras, farmacéuticos e incluso sacerdotes procedentes de los más lejanos y variados puntos de España, si bien la mayor parte de sus clientes son de Caravaca y de los lugares de su entorno geográfico. «Los médicos unos creen y otros no», pero vienen a su casa y se ponen en sus manos. También vienen gitanos y «gente culta» buscando sobre todo sanar del «mal de ojo» y los herpes. Manuela no cobra por su actividad. Se siente satisfecha con la desaparición del mal ajeno. Hay quienes le hacen regalos, siempre en especie, pero su mejor «pagamenta» es el reconocimiento de su labor.

También reza para que aparezcan objetos perdidos. Lo hace a S. Antonio de Padua con una oración que repite tres veces, y conoce oraciones como «La Confesión de la Virgen» que no tiene inconveniente en recitar públicamente, si bien las de curación sólo las conoce ella, quien las transmite a su hija Elena (que también nació «con manto» y ha heredado su «gracia», la cual demuestra en curaciones varias).

Desconoce Manuela la existencia de otras personas que tengan sus mismas propiedades curativas, y reconoce que, cuando reza dolencias a personas que conoce con sus nombres y apellidos «se le saltan las lágrimas» o le dan continuados «bostezos». Desde hace varios años, diversas peñas caballistas locales le llevan una de las cintas cascabeleras del enjaezamiento del caballo del vino, que hayan tenido ya contacto con el cuerpo del animal, y ella las reza no para que ganen premios sino para que el corcel no caiga enfermo ni le «entre flojera».

Manuela es mujer afable, atenta, educada y cariñosa. Que confiesa no haber tenido formación académica alguna y sólo sabe de lectura y escritura lo que aprendió durante el poco tiempo que asistió a la escuela de «El Cobo» de Moratalla, y de un maestro ambulante y manco que se desplazaba en bicicleta por los cortijos del campo.

De su actividad seudoprofesional no se puede vivir. Ha sacado adelante a la familia con los ingresos económicos de su marido, como agricultor y después como cobrador de «La Alsina»; y a pesar de los achaques propios de la edad no se ha jubilado de su actividad oracional, valiéndose de herramientas como su prodigiosa memoria, su seguridad en si misma, su fe, su convencimiento y su férrea voluntad de hacer el bien a los demás.

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