Ya en la calle el nº 1037

Luz de cobre

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FULGENCIO CABALLERO

Es éste un relato duro, pero delicioso, de esos que gusta paladear. Seco como el aguardiente, dulce como el anís, y amargo como el vino que saborean sus protagonistas en la abacería de Camila o en la taberna del tío Rabán.

Una novela que atrapa desde sus primeras líneas y que al terminar de leerla te deja un regusto agradable pero a la vez agridulce, porque aunque tiene la extensión precisa, deseas que se hubiera extendido un poco más. Son tan palpables las influencias de los grandes maestros de la literatura sudamericana, que en ocasiones el lector puede llegar a tener la sensación de estar leyendo un pasaje de Juan Rulfo o de Gabriel García Márquez. “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera”. Así inicia el mejicano su magistral “Pedro Páramo”. Y así lo hace Pedro Antonio Martínez: “Dicen que Camila Olivenza veía a los muertos, y que en el trasiego de aquellas visitas fabulosas se oía en su casa zurrir de sillas y trifulca de muebles,…”. Dos comienzos que vaticinan una interesante historia, que en el caso de “Luz de Cobre” viene narrada a través de los inocentes ojos de Marquicos, un niño de corta edad que se vio obligado a madurar antes de tiempo en los duros años de la postguerra. Una historia de contrastes cargada de sensibilidad, en la que se mezclan las alegres y también dramáticas vivencias diarias de tres pequeños, con las penurias de sus mayores, que su autor, con una admirable riqueza de vocabulario, ha sabido hilvanar con un denominador común: la pobre luz de aquella época; la luz de los candiles, de los quinqués, de las lámparas de petróleo, de la primeras bombillas, o de las mariposas en aceite que alumbraban el camino a los difuntos. Al fin y al cabo la luz mortecina que alumbraba la España negra, plagada de sombras, miedos, muerte y supersticiones, de los años posteriores a la Guerra Civil. Y todo ello, descrito con una sutileza exquisita que denota la trayectoria poética de su autor. Utilizando un símil que bien podría haber aparecido en la novela: Canela en rama.

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