Ya en la calle el nº 1040

Los franciscanos en el Noroeste y Río Mula (a propósito de su partida de Cehegín)

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

José Antonio Melgares Guerrero/Cronista Oficial de Caravaca y de la región de Murcia

Tras el fin de la Reconquista, la que hoy conocemos como Comarca Noroeste de la Región de Murcia, había sido durante siglos tierra de frontera. Muy islamizada, primero por la presencia musulmana en ella durante muchas generaciones, y después por la proximidad del vecino reino nazarita de Granada, hasta que en 1492 los Reyes Católicos trajeron la Paz Hispana, y con ella la tranquilidad y la prosperidad a lo que había sido frontera con Alándalus.

Los franciscanos en el Noroeste y Río Mula (a propósito de su partida de Cehegín)

Las órdenes religiosas con vocación misionera pusieron sus ojos en tierra tan necesitada de conversión como la nuestra, y a la sombra de la Cruz de Caravaca acudieron a ella en los últimos años del S. XVI, fundando conventos, primeramente en Cehegín, luego en Caravaca y posteriormente en Moratalla, compatibilizando su presencia con otras órdenes religiosas, como es el caso de Caravaca y Moratalla, y en otros en solitario como sucedió en Cehegín.

La fuente histórica más importante y creíble para el estudio de la ingente obra franciscana en la Diócesis de Cartagena, desde el S. XV en que comenzó su expansión territorial en España, hasta mediados del S. XIX en que las leyes desamortizadoras del ministro de Hacienda Juan Álvarez Mendizábal, es la “Crónica de la Provincia Franciscana de Cartagena”, escrita en 1740 por el muleño fray Pablo Manuel Ortega, quien no llegó a conocer la época de la Desamortización que truncó la expansión franciscana y de otras ordenes e instituciones religiosas, sembrando la semilla de la ruina, luego abonada por la guerra civil y por el laicismo contemporáneo hasta que, en nuestros días, se están cerrando muchos de los conventos que no pudo cerrar ni la Desamortización ni la contienda bélica, por falta de vocaciones que integren las comunidades conventuales, y no sólo en la Diócesis de Cartagena sino en toda España.

De los conventos franciscanos que sobrevivieron a los desastres de la guerra de 1936-39, hace pocos años cerró el de Lorca (octubre de 2018), en cuyo convento recibía culto, y sigue haciéndolo la imagen de la Virgen de Las Huertas, patrona de la ciudad; ya al cuidado del clero secular, obligado a atender las necesidades espirituales de la feligresía de un amplio barrio, antes extramuros de la ciudad y hoy totalmente integrado en ella. En septiembre de 2022, al concluir las fiestas mayores en la localidad de Cehegín, también concluyó la presencia franciscana que ininterrumpidamente había estado presente en ella durante más de 450 años (salvo el período bélico aludido). Por ser uno y otro convento parroquia, el culto sigue en ellos, atendido, como digo, por el clero secular. No sucedió así con los abandonados por culpa de la Desamortización y la guerra civil, que fueron abandonados a su suerte, asaltados por el populacho y diezmado su patrimonio. Algunas imágenes, vasos sagrados, ornamentos y libros de fábrica y capitulares fueron a parar a templos parroquiales. Otros fueron malvendidos por la Hacienda Pública, y los más fueron a parar a manos de particulares que por “abonos simbólicos” o simples favores de los asaltantes, los han mantenido con respeto en sus domicilios, yendo a parar finalmente al mercado de antigüedades, donde han seguido destinos y usos siempre distintos a los que fueron concebidos.

El primer convento franciscano en la hoy Comarca Noroeste, y entonces Encomienda de la Orden de Santiago, fue el de Cehegín, en el año 1566, siendo ministro provincial de la Provincia Franciscana de Cartagena (a la que pertenecía dicho espacio geográfico), el P. Miguel Montiel, quien solicitó la oportuna licencia para poder llevar a cabo la fundación al Real Consejo de Órdenes Militares (especie de ministerio para asuntos religiosos que diríamos ahora). La licencia fue expedida en Madrid el día 21 del mes de junio de dicho año. Con la licencia en sus manos paso a la villa de Cehegín el P. Antonio Heredia, presentando al Concejo la Real Provisión de autorización el día 31 de julio siguiente. El 2 de agosto se tomó posesión por los frailes de una ermita dedicada al protomártir S. Esteban “distante del pueblo como unos cuatrocientos pasos, entre oriente y medio día…Y habiendo sitio sobrado en el circuito de dicha ermita, se estimó el competente para fundación del convento y para un huerto capaz, así para el socorro preciso, como para la diversión de los religiosos…”. El convento se fue levantando paulatinamente “muy pobre y estrecho, destinándose desde el principio para la vida recoleta, nombrándose presidente y fundador al P. Juan Campoy hasta la conclusión de la obra, quien después fue elegido como su primer guardián (término con que los franciscanos se refieren al superior de una comunidad). El convento, según el P. Ortega (historiador de la Orden, ya mencionado), tuvo capacidad, desde el primer momento, para 30 religiosos.

El segundo convento erigido por los franciscanos en tierras del Noroeste Murciano fue el de Caravaca, cuyos orígenes datan de 1507, en tiempos del papa Julio II a quien, según documentos existente en el Archivo Municipal de la ciudad, que en su día ya consultó el P. Ortega, se dirigió el propio Concejo, consiguiendo “apostólicas letras” de licencia el 24 de abril de aquel año, previéndose para la fundación la ermita del apóstol S. Bartolomé, lugar que para ello ofreció el Ayuntamiento. La ermita en cuestión se encontraba en el acceso a la localidad por el antiguo camino de Andalucía. La fundación real se demoró en el tiempo, no teniendo lugar en el sitio primeramente pensado, sito en un huerto propiedad de Dª. Teresa de Robles “que estaba cercano a lo que llaman La Corredera, y Baño donde se baña la Stma. Cruz; tomándose posesión del mismo el 24 de febrero de 1571 por el guardián provincial Diego de Carrascosa”. En la casa del huerto mencionado donde estuvo el primitivo convento solo hubieron dos o tres frailes “poco menos de tres años”, hasta que en 1574 se pasaron los religiosos y dispusieron en toda forma la fundación…”fuera de la villa, al norte de la misma, aunque a tan corta distancia que las casas de aquella están a menos de 80 pasos”. El convento se puso la advocación de Ntra. Señora de Gracia y tuvo siempre capacidad para treinta religiosos.

El lector apreciará que me estoy refiriendo al lugar urbano conocido como “El Egido”, donde tras la expulsión de los frailes a consecuencia de las leyes desamortizadoras ya mencionadas, y el abandono del edificio a su suerte durante lustros, se construyó la Plaza de Toros local en 1880.

El tercero de los conventos franciscanos, también abandonado obligadamente por los frailes tras las leyes desamortizadoras de Mendizábal, a partir de 1835, fue el de Moratalla, también en 1574, pocos meses después del caravaqueño. Era guardián provincial Juan de Aguilera, quien se posesionó del sitio ofrecido por el concejo: “…una vieja ermita de origen medieval, dedicada a S. Sebastián (situada entre el oriente y medio día del pueblo), que la convirtieron en iglesia del nuevo convento”. La posesión se produjo el 29 de marzo por el provincial mencionado, acompañado del P. Campoy, fraile muy conocido y querido en la comarca por las misiones periódicas que predicaba en todos los pueblos de la misma. “A la función de toma de posesión concurrieron todos los vecinos del pueblo, con mucha alegría y regocijo, formando una solemnísima procesión”. El convento fue poco a poco tomando su aspecto definitivo gracias a la generosidad del pueblo y al trabajos de los frailes, conservando el nombre primitivo de S. Sebastián…”y viniendo a quedar un conventico pulidamente finalizado, aunque siempre con corta comunidad, pues solo llegan a 20 religiosos los que ordinariamente lo habitan” (afirma el P. Ortega en 1740).

Fuera del territorio de las Órdenes Militares, pero dentro del espacio de cobertura del semanario “EL NOROESTE, el convento de S. Francisco de Mula fue otro de los abandonados obligadamente durante el ecuador del S. XIX, por culpa de las leyes desamortizadoras ya tantas veces repetidas.

La fundación se debió al noble señor D. Pedro Fajardo “segundo de este nombre y tercer Marqués de los Vélez, quien determinó, en 1574, la erección de un convento, decidiéndose por los superiores de la orden franciscana enviar cinco religiosos al lugar donde durante muchos años estuvo el hospital local. Hubo dificultades, que no vienen al caso, para la fundación definitiva, la cual tuvo lugar, gracias a la viuda de D. Pedro Fajardo, Dª. Mencía de Zúñiga y Requesens, quien hizo suyos los deseos de su difunto esposo, proponiéndose por ella misma “una ermita que había muy capaz, dedicada a Ntra. Sra. de la Concepción, cambiándose el sitio inicial, no muy del gusto de los frailes, por este otro, del que se tomó posesión el 22 de abril de 1581, y que tuvo capacidad para 30 religiosos “aunque no siempre permite la penuria de los tiempos ese número”. Quedó el dicho convento “bajo el honrosísimo título que tenía la ermita de la Purísima Concepción de la Gran Reina”.

Hasta aquí lo que hemos podido entresacar de la Historia del P. Ortega sobre las fundaciones franciscanas en El Noroeste y Río Mula, de las que la de Cehegín ha sido la última en abandonarse, y por razones muy distintas a las demás. Esta tierra, agradecida a la Orden Franciscana, que tantos bienes espirituales y materiales ha aportado a sus gentes, lamenta el fin de una época larga y fructífera que la Historia no olvidará.

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