Ya en la calle el nº 1040

Liberté, égalité, fraternité (por Paqui Valera)

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

PAQUI VALERA
Todavía no logro comprender qué poder extraño ejerce sobre mí el gris y taciturno invierno, pero, en cierto modo, me conduce a una realidad personalísima, a la singularidad en su punto más álgido. Y evidentemente, dado que en breve nuLiberté, égalité, fraternitéestro querido solsticio de diciembre llegará para quedarse  unos cuantos meses, el espíritu de evasión del maravilloso Romanticismo del XIX comienza a estar en mí más que presente.
Y no se trata precisamente del prólogo de una obra de ciencia ficción, como sí lo era la celebérrima 1984 de George Orwell. No, no. Este espíritu personalísimo es el que me induce a pensar que quizá no sería tan descabellado eso de conquistar el mundo, idea que supongo que habrá pasado por cada mente, vaticino que cientos de veces. Hacer mío un mundo impregnado de memoria y hechos imborrables que hacen de él un posible objetivo de vida.
“Liberté, égalité, fraternité” así  se decía en una revolución francesa en 1789, que logró, a pesar de todas las sombras que emanan de la propia idea de ser humano y que también la caracterizan, que la ideas de  rebelión y arenga comenzasen a ser posibles. Por qué no entonces una revolución personalísima, una que nos conduzca a la máxima expresión de la libertad bajo la condición necesaria de una mínima represión, en un mundo que, a pesar de las premisas de hombres como Gorgias, que determinaba que nada existe, o Platón, en La República, en la que ponía de manifiesto la dualidad de dos mundos: el inteligible y el sensible, siendo este último, desafortunadamente, el que prevalece terrenalmente, quizá merece un poco más de atención, y una menor sumisión.
Así pues, no considero descabellado  cambio radical de una realidad en la que triunfa el antagonista, mientras que el invisible protagonista permanece impávido ante las numerosas y reiteradas injusticias. Un mundo que, al contrario de lo socialmente establecido en los últimos tiempos, sí que merece la dedicación de aquellos que no nos hallamos inmersos en la vorágine en la que el chorizo es el plato de cada día y el menú constituye el menú completo. Desde muy pequeña, me he decantado por una buena paella.
Es evidente, aunque no políticamente correcto (y lo irónico es que se emplee esta expresión), que los líderes que nos dirigen cuales marionetas, son más que incompetentes y nada capaces de atender nuestros requerimientos y necesidades más inmediatos y necesarios, y por ello, hemos de hacer uso de la cuerda locura de Don Quijote, el magistral personaje creado por un erudito como lo era nuestro querido manco de Lepanto, Don Miguel de Cervantes, y ponernos al mando. Él sí que merece llevar consigo el apelativo “don” y no los actuales poseedores de trajes de Versace. Son escoria vestida de gala. Siguen y seguirán siendo escoria, independientemente de su atuendo.
Ahora sentémonos y continuemos experimentando el continuo ir y venir de la brisa, el sonido venerable del propio mundo, ese mundo que con una voz desafiante nos insta a seguir descubriendo cada uno de los misterios que encierra y esconde tras su eterna mirada taciturna. Porque sí, el mundo que anhelamos conquistar y que, a la vez, nos suscita tantísimo terror es espléndido. Solo hay que erradicar la mentira y a los chorizos del menú de cada día y sustituirlo por una pizca de sinceridad y humildad. Si no nos planteamos el hecho de conquistar este mundo, quizá “Yo, robot” de Isaac  Asimov no sea una hipótesis tan lejana, sino una triste realidad vigente.
No hablo de la utopía de Tomás Moro, ni de un imposible, simplemente me ciño al conocimiento que sé que ansiamos  poseer y al cambio que es, indudablemente, necesario y vital.
Simplemente se trata de coger el timón y determinar que no es un sueño, sino una realidad inexorable en un mundo en el que es absolutamente necesario defender incluso lo más obvio, tal y como afirmaba Bertolt Bretch.
Bendito invierno y las ideas que suscita. Bienvenido diciembre, y a ti también, frío. Hagamos de ti, mundo, un lugar en el que las estrellas, como decía nuestro Petit Prince, sepan, y puedan, reír.

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