Ya en la calle el nº 1040

Las utopías

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Montserrat Abumalham

Ha causado cierta hilaridad un proyecto de debate acerca de cómo habría de ser España dentro de treinta años. Los argumentos más serios que se han esgrimido para sustentar la burla han sido los de que, habiendo tantos problemas sin resolver en el presente, parece cínico e incluso provocador plantearse algo a treinta años vista. En particular, cuando ese futuro se presenta como el marco ideal en el que determinadas injusticias habrán desaparecido, la concordia y la armonía entre contrarios se habrán establecido de manera firme y la esperanza reinará entre aquellos que quizá hoy se hallan en peor posición para ver un futuro abierto y halagüeño. Para lograr ese horizonte se propone trabajar sobre ideas y propósitos que señalen el camino y abran expectativas posibles.

Mientras algunos aún se ríen de esa, al parecer, humorada, en una entrevista de hace unas semanas, la escritora canadiense Margaret Atwood hablaba de las utopías y, según recogía el titular que encabezaba la entrevista, decía textualmente: “Las utopías volverán; tenemos que imaginar cómo salvar al mundo”. Y puntualizaba: “Vamos a tener que descubrir cómo organizarnos para que el planeta siga siendo habitable”. Ya no ha de ocurrir como en el siglo XX en donde ‘el mundo perfecto’ pasaba por la masacre del que no compartía la visión.

Una persona, capaz de imaginar mundos diversos en sus novelas, nos ofrece una reflexión sobre la utopía y nos emplaza a buscar nuevos modos de acercarnos a un mundo mejor y más habitable. Su propuesta no merece ni una sola burla, ni una sola chanza. Todos somos conscientes de que, en nuestras poco importantes vidas diarias, cuando las cosas vienen mal dadas, necesitamos pequeños horizontes que nos alivien y nos estimulen. Hay utopías modestas e inmediatas, que no dejan de ser sueños, como que nos toque la lotería o que alguien nos abra un camino por el que transitar, ofreciéndonos un trabajo. Otras veces, soñamos con el fármaco que alivie nuestros males y sane nuestro cuerpo. Las hay más modestas aún como las de quien espera el momento de agarrar tres días libres y perderse por un sendero, en medio de la naturaleza.

La vacuna anti Covid19 ha sido uno de esos sueños maravillosos y la mayoría de los recién vacunados anhela volver a hacer lo que más le gusta; sea abrazar a sus amigos y familiares, sea viajar sin temor, sea simplemente tener libertad de movimiento.

En un tiempo en que la vida era aún más dura, me refiero a la antigüedad, nació la literatura apocalíptica que, en contra de lo que muchos creen, no es la descripción de un tiempo terrible y final, sino el nacimiento de un nuevo tiempo, con un nuevo mundo más acorde con la paz y la justicia. Si se lee con detenimiento el Apocalipsis de Juan, se verá que, dentro de sus descripciones fantasiosas y oníricas, lo que se despliega es un canto a la esperanza; la posibilidad de una ciudad perfecta y hermosa, en donde todos encuentren el sosiego que necesitan y la reposición de aquello que les fue arrebatado.

En este tiempo en el que hay por ahí guerras más o menos encubiertas u olvidadas, en el que surgen dictadores de mediopelo en varias esquinas del mundo, en donde se asesina por motivos fútiles e intereses espurios, en el que los jóvenes no ven un futuro ante ellos y los ancianos reniegan de la hora que les ha tocado alcanzar, me parece por el contrario digno de atención y respeto que haya una voz que intenta llevarnos hacia la imaginación de un mejor marco para la vida de muchos.

Digo esto y aseguro que, para el término de la propuesta, yo ya no estaré en este mundo, ni disfrutaré de que sea mejor, pero que me iré de aquí más conforme, si creo que alguien se esta empeñando en construir un futuro mejor. Desde el final de los años sesenta, a mi generación le alumbró la esperanza de un mundo mejor. No duró mucho, unos treinta años, más o menos. Sin embargo, el retroceso en la esperanza es una de las cosas que más dolor me produce ya en esta mi última etapa de la vida. Así que agradezco una utopía, aunque sepa que, por su propia naturaleza, será incompleta, parcial y durará poco tiempo.

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