Ya en la calle el nº 1040

Las alamedas de acceso a Caravaca

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

JOSÉ ANTONIO MELGARES/CRONISTA OFICIAL DE LA REGIÓN DE MURCIA

La protección de lo que queda de las alamedas de acceso a la ciudad y a otros lugares del término municipal, decidida por el Ayuntamiento en el último pleno, por unanimidad de los grupos políticos, instando a la Comunidad Autónoma a incluir los ejemplares que las componen en el catálogo de árboles monumentales, trae al recuerdo lo ya publicado por este cronista en el año 2006, cuando se cumplió el centenario de la tristemente desaparecida alameda de “Los Andenes” (de la que sólo quedan, a manera de elocuentes testigos, algunos ejemplares, muy pocos, en la zona más próxima al puente sobre el barranco de S. Jerónimo). De la plantación de aquellos árboles, formando cuatro hileras que definían la propia carretera y los dos andenes o paseos laterales flanqueándola, nos queda constancia documental gracias a la información proporcionada por el semanario local “La Luz de la Comarca” de 4 de febrero de 1906, y del diario “El Liberal” de Murcia del día dos del mismo mes y año.

Los de mi generación y mayores, recordamos con anterioridad a su tala, en los primeros años sesenta del pasado siglo, durante el mandato de José Luís Gómez Martínez al frente de la alcaldía local, en nuestras idas y venidas al “Colegio Cervantes” y a “Falange”, los imponentes plátanos de sombra, algunos con más de treinta metros de altura, que proporcionaban a aquella avenida (entonces denominada con el nombre de un antiguo alcalde: Francisco Sánchez Olmo), un aspecto grandioso y único en toda la entonces provincia de Murcia; como sucedía en la mayor parte de los accesos y salidas de los pueblos y ciudades de la actual Región. Pero vayamos a su origen.

La primera vez que se celebró en Caravaca la fiesta conocida como el “Día del Árbol”, fue el viernes 2 de febrero de 1906, a instancias del concejal José María Rodríguez Martínez, adelantándose en nueve años a la obligatoriedad de celebrarse en toda España, por Real Decreto del entonces Ministerio de la Gobernación, fiesta que se vino celebrando institucionalmente hasta el año 1932. De aquella primera celebración quedan, como testigos mudos de la historia local, viendo pasar el tiempo, y desde ahora mayormente protegidos por la reciente disposición municipal, una década de ejemplares en las inmediaciones, como he dicho, del Puente de Moratalla, tras la ya mencionada e indiscriminada tala de los “Andenes”, entre el también desaparecido “Sanatorio” del Dr. Robles y el puente mencionado.

A las tres de la tarde de aquel primer viernes de febrero, el concejal Rodríguez y el teniente de Infantería Juan José Toledo Gutiérrez recogieron, con la Banda de Música Municipal, a los niños de las escuelas locales quienes, acompañados de sus profesores Andrés Martínez Tornel, Luís Tomás Ortega y Alfonso López Marín, se dirigieron al Ayuntamiento. Allí, en el Salón de Plenos, tras la recepción del alcalde Enrique Melgares Carreño, hicieron uso de la palabra Francisco Ruiz de Amoraga, el procurador Emilio Sáez y el jurisconsulto Antonio López y García-Melgares quienes, en sus respectivas intervenciones, animaron a los pequeños y al numeroso público allí congregado, no sólo a participar, sino a cuidar el medio ambiente en general. Después todos se desplazaron, por las calles Mayor, Rafael Tejeo y Corredera (actual Glorieta), hasta “Los Andenes” de la carretera de Moratalla “donde se había dado cita toda Caravaca”. Llegados a los sitios oportunos, fueron distribuidos los niños y, bajo la dirección del concejal Rodríguez, los profesores mencionados y el ingeniero agrónomo y Jefe del Partido Liberal, a la sazón Antonio Blanc y Perera (quien falleció a los 29 años tres meses después), procedieron a la plantación de los respectivos árboles, a los acordes de la música y las frases de cariño de la numerosa concurrencia. Terminada la tarea se invitó a merendar a los pequeños en el cercano y también desaparecido balneario de “Ntra. Sra. de los Remedios”, en el cercano paraje de “las Cantarerías” (barrio de la Loma del Arca), cedido para el caso por su propietaria Felisa Sánchez Gómez. La merienda, según la información de que disponemos, consistió en “pan blanco” con salchichón, fruta y dulces; todo ello donado para el efecto por generosos y anónimos donantes.

Los periódicos citados, en su información sobre el acontecimiento, animaban desde sus páginas a la celebración de fiestas como esta en años sucesivos, lo que colaboraría no sólo a repoblar una tierra durante muchos años esquilmada, sino a difundir entre los niños valores de conservación y respeto al medio ambiente.

De la plantación de los árboles en el tramo urbano vial entre la Gran Vía y El Empalme, en la carretera de Cehegín, felizmente en pie en su mayor parte; de la que hubo en la carretera de Granada hasta el puente de Santa Inés y la de Barranda, felizmente en pie, estimo que debieron plantarse entre 1880 y 1910, pero de ello me ocuparé en otra ocasión. Lo que está claro el que los árboles de las alamedas de acceso y salida de la ciudad no han sido indiferentes a ciertos sectores la población durante los últimos cincuenta años en que se han producido podas abusivas, talas para facilitar accesos a nuevos negocios y ampliaciones viales cuando el volumen de tráfico y dimensiones de los vehículos comenzaron a considerar un problema lo que hasta entonces no lo había sido. Ello, junto a algunos accidentes mortales, causados por las velocidades que llegaron de la mano de los nuevos vehículos de motor, motivó la aparición de un debate social que aun no ha terminado en nuestros días. En la mayor parte de la superficie de la Región han desaparecido las alamedas por las que se salía o se llegaba a las localidades de la misma. En Caravaca conservamos la más monumental de todas gracias a que el trazado de la autovía se diseñó por otro lugar. Superada aquella amenaza, que no fue banal, ha llegado el momento de preocuparse de lo que queda, de una vez para siempre, y no sólo conservando lo que hay, sino reponiendo las faltas.

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