Ya en la calle el nº 1040

Larga vida al Albaricoque de Oro

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Pascual García ([email protected])/Francisca Fe Montoya

Nunca gané el preciado Albaricoque de Oro, nuestro galardón literario de mayor prosapia y honra de poetas y escritores no solo locales, sino también en algún caso de dimensión regional y nacional, pues que lo han logrado autores de diversas latitudes. También es verdad que solo me presenté en una ocasión, allá en el principio de mi adolescencia, cuando comenzaba a emborronar papeles, y que, pese a mi soberbia indefectible de escritor joven, muy joven, es muy posible que mi obrecilla no mereciera galardón alguno. Me he acogido siempre a las palabras que Don Quijote dice en el capítulo XVIII de la Segunda Parte acerca de los certámenes y las justas literarias: “Procure vuestra merced llevar el segundo premio, que el primero siempre se le lleva el favor o la gran calidad de la persona, el segundo se le lleva la mera justicia, y el tercero viene a ser segundo, y el primero, a esta cuenta, será el tercero, al modo de las licencias que se dan en las universidades; pero, con todo esto, gran personaje es el nombre de primero”, aunque como no me llevé ni el segundo ni el tercero, tampoco puedo consolarme con las palabras de un gran fracasado que tuvo, sin embargo, el inmenso acierto de escribir una extraordinaria novela precisamente sobre el fracaso del hombre.

Pascual García ([email protected])/Francisca Fe Montoya

Larga vida al Albaricoque de OroNunca gané el preciado Albaricoque de Oro, nuestro galardón literario de mayor prosapia y honra de poetas y escritores no solo locales, sino también en algún caso de dimensión regional y nacional, pues que lo han logrado autores de diversas latitudes. También es verdad que solo me presenté en una ocasión, allá en el principio de mi adolescencia, cuando comenzaba a emborronar papeles, y que, pese a mi soberbia indefectible de escritor joven, muy joven, es muy posible que mi obrecilla no mereciera galardón alguno. Me he acogido siempre a las palabras que Don Quijote dice en el capítulo XVIII de la Segunda Parte acerca de los certámenes y las justas literarias: “Procure vuestra merced llevar el segundo premio, que el primero siempre se le lleva el favor o la gran calidad de la persona, el segundo se le lleva la mera justicia, y el tercero viene a ser segundo, y el primero, a esta cuenta, será el tercero, al modo de las licencias que se dan en las universidades; pero, con todo esto, gran personaje es el nombre de primero”, aunque como no me llevé ni el segundo ni el tercero, tampoco puedo consolarme con las palabras de un gran fracasado que tuvo, sin embargo, el inmenso acierto de escribir una extraordinaria novela precisamente sobre el fracaso del hombre.
La literatura y el arte en general, ya lo sabemos porque es un tópico archirrepetido están, cuajados de personajes que anduvieron toda su vida por el borde de un precipicio insondable, el del olvido, y en el que algunos cayeron quizás aunque por esto mismo ignoramos sus nombres. Escritores como Frank Kafka, Allan Poe o el portugués Fernando Pessoa no obtuvieron en absoluto el reconocimiento que hubiesen merecido en vida y si Cervantes gozó de cierta popularidad con la publicación de la primera parte del Quijote, no alcanzó los méritos literarios debidos hasta un par de siglos más tarde, y no fue en España, sino en países como Alemania o Inglaterra. La historia de Van Gogh ya la conocemos, y yo añadiría el caso de un murciano secreto, ilustre y llamado a ser la figura literaria de este nuevo siglo; me estoy refiriendo al caravaqueño, Miguel Espinosa, del que he tenido el honor de escribir en bastantes ocasiones y que vengo leyendo desde hace treinta años.
Mi fracaso aquella vez no tiene la menor importancia. Detrás de un premio literario ha de haber, además, un jurado experimentado y competente, buen lector y experto, qué duda cabe, en estos asuntos de la palabra artística, de los que todo el mundo cree saberlo todo o, por lo menos, de los que todo el mundo se atreve a opinar, porque la palabra parece pertenecernos a todos, mientras que si nos pidieran un informe sobre el estado de la Presa de Asuán, o nos sometieran a la resolución de un problema de Física cuántica o de Ingeniería aeoroespacial, nadie osaría decir ni mu al respecto, seguro, pero de versos y novelas sabe hasta el gato.
Hago votos desde esta página para que el Certamen literario Albaricoque de Oro, que este año cumple, si no recuerdo mal, cuarenta y ocho convocatorias, continúe en la brecha, no sin antes someterlo a cierto examen de conciencia, resolver algunos pequeños errores, evitar en lo posible a los que llamamos en la jerga literaria cazarrecompensas, que son aquellos que envían sus textos indiscriminadamente a todos los premios y que suelen sacar un buen porcentaje económico con la misma fórmula que utilizan los bares para obligarnos a beber mucha cerveza: sazonando en exceso el producto, en este caso la palabra, exagerando lo que ya de por sí es extremo y, en ocasiones, desorbitado, falseando la elegancia y el buen gusto, mintiendo, al cabo.
Yo no gané el Albaricoque de Oro en mi adolescencia, cuando empezaba en esto de juntar palabras en el orden adecuado, que llamamos literatura, pero a ninguno de los dos nos ha ido mal sin el otro en todo este tiempo.

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