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La Torre del Reloj de Mula: cinco siglos de historia

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JUAN FERNÁNDEZ DEL TORO

En la Plaza del Ayuntamiento, altiva, se yergue la Torre del Reloj, cuyos sones marcan el día a día muleño. No son muy comunes las torres levantadas exclusivamente para albergar un reloj, sí los instalados en campanarios de iglesias y ermitas. En la Región de Murcia podemos encontrar las torres- reloj de Yecla, Calasparra, Pliego, Bullas, Campos del Río y la de Mula.

Torre del Reloj de Mula
Torre del Reloj de Mula

Si bien la torre actual data de 1806, en Mula contamos con reloj desde, al menos, 1524. Ese año, el Concejo nombra los cargos municipales en el mes de junio, como se acostumbraba anualmente, y entre ellos se cita a «Maese Alonso, çerrajero, abitante desta villa» como fiel del reloj.

Aquella primera torre tuvo un triste final y es que, en la madrugada 14 de noviembre de 1651, fue víctima de unas terribles lluvias que asolaron la villa: las conocidas lluvias de San Calixto. Las escorrentías de agua, procedentes de las zonas más altas de la villa, produjeron el colapso de la estructura que se vino abajo. Pese a los tremendos contratiempos sufridos por aquellos años en Mula, como el azote de peste en la primavera de 1648 que acabo con más del 60% de la población, pronto construyeron otra torre que prestó servicio a la villa hasta acabar el siglo XVIII.

Para entonces, la torre estaba falta de una importante restauración y la maquinaria se había conformado en una amalgama de retales, producto de las continuas reparaciones. Así pues, en 1802, contratan al arquitecto murciano Juan Cayetano Morata para redactar el proyecto de restauración de la torre. Sin embargo, no será hasta 1806 cuando se inicien las obras. Esos cuatro años transcurridos entre la redacción del proyecto y la construcción se dedicaron a la obtención del capital necesario, a base de quemar buena parte de los montes públicos de la villa para fabricar carbón y venderlo, y a la compra de materiales para la obra, la maquinaria del reloj y la refundición de las campanas aprovechando las antiguas.

Una vez comenzados los trabajos, con los maestros de obras muleños Rodrigo Lentisco y Diego Duarte al frente, se ven obligados a derribar la torre por completo y edificarla desde los cimientos, puesto que no cumplía las condiciones que a priori creía el arquitecto. En octubre de 1806, ya se habían colocado la maquinaria y campanas en la torre y se habían puesto en funcionamiento. Al poco tiempo estaban terminados los trabajos restantes, a falta de enlucir las fachadas de la torre. Aun pasarían tres años con la torre sin enlucir y con la andamiada instalada, pues una vez en funcionamiento el reloj, la estética parecía importar poco a los señores del Concejo. Por fin, en 1809 deciden poner fin a la obra por los numerosos problemas que el andamio de madera estaba dando y el peligro que suponía para los viandantes.

Poco a variado desde entonces la torre, a excepción del acabado de la cúpula con azulejos de distintos colores, fruto de una reparación en 1903, y muy probablemente el color azul tan característico. Aunque no tenemos la certeza, es muy posible que cuando se decidió enlucir la fachada, algo que como hemos visto no era una prioridad para el Concejo, se hiciera de la forma más sencilla posible: un enlucido de yeso y cal al uso, en color blanco. De ser así, el azul que caracteriza a la torre sería fruto de la restauración realizada en 1905.

El hecho de que el Ayuntamiento velara por la continua existencia de un reloj público en la villa, denota la necesidad de este elemento para la vida de los muleños. Importancia que radica en el peculiar reparto del agua que desde antaño se impuso en Mula. A diferencia de lo que suele ocurrir comúnmente, las propiedades de agua y tierra se dividieron en la villa en un momento indeterminado de la historia. Esto suponía que tener terrenos que cultivar, no garantizaba el derecho a disponer de agua con que regarla. Es así como surgen los “Señores del Agua”, nombre con que se conocía a todas aquellas personas propietarias de alguna hila del agua que discurría por la Acequia Mayor. La privatización del líquido elemento supuso la necesidad de dividirlo para que cada propietario dispusiera de su parte a su antojo: bien regar sus tierras o bien subastarla en el acto del concierto. Es así como surge el sistema de la tanda que dividía el agua por tiempo, el cual estaba marcado por la campana de cuartos del reloj.

En definitiva, se trata de un monumento que ha sido vital en la historia de Mula y que, como tal, fue declarado Bien de Interés Cultural con categoría de monumento. Un digno reconocimiento a la labor cumplida por este edificio durante casi quinientos años.

 

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