Ya en la calle el nº 1037

La tienda de Diego Marín

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José Antonio Melgares Guerrero/Cronista Oficial de la Región de Murcia

En el número 9 de la calle Mayor de Caravaca, donde hoy abre sus puertas un establecimiento de restauración, hubo durante más de 70 años, otro de características muy diferentes, que sirvió de referente y fue punto de encuentro para la población local, en tiempos en que la oferta de productos no era tan diversificada y tan especializada como hoy. Me refiero a la tienda de Diego Marín, donde se podían encontrar tantos y tan diferentes productos, que más bien se entendería hoy como bazar si desposeemos el término de las connotaciones actuales.

Diego Marín Navarro y su esposa Cruz Martínez Álvarez
Diego Marín Navarro y su esposa Cruz Martínez Álvarez

Por la prensa de los primeros años del S. XX, y concretamente por el semanario El Heraldo, correspondiente al 13 de febrero de 1916, sabemos que el primer Diego Marín (Navarro), suscriptor del citado semanario, había marchado días atrás al referido, a Valencia «en viaje de compras para el nuevo establecimiento de quincalla y paquetería que en breve plazo abrirá al público».

Diego Marín Navarro, motivado por su esposa Cruz Martínez Álvarez, abrió el citado comercio en el lugar referido de la calle que entonces estaba dedicada al político conservador Antonio García Alix y tras la Guerra Civil al juez Manuel Martínez, habiéndose denominado popularmente siempre, como hoy: calle Mayor. Lo hizo alquilando el local en 1.300 ptas. al año (y por adelantado), a su dueño entonces José Martínez-Carrasco García. El amplio local tenía acceso para clientes por la citada C. Mayor, y para dependientes, familiares y almacén por gran portón que abría a la Plaza del Arco. En el mismo se ponía a disposición de la clientela todo lo relacionado con la perfumería, la mercería, la juguetería; papelería, cristalería, loza, ferretería, prendas de vestir y un largo etcétera de difícil enumeración como cocinas económicas, sanitarios, neveras de hielo, cocinas de petróleo, trajes de comunión, arreos para bestias, aparatos de radio, ollas a presión, telas metálicas y cadenas entre otros, lo que exigió una gran nómina de empleados, que en algunos momentos superó la veintena y a los que después me referiré.

Hasta allí llegaban las mercancías que venían en vagones a través de la RENFE (a partir de 1933, cuando comenzó a funcionar el tren), que el Camión de Cantótrasladaba desde la estación al lugar referido, y allí acudían no sólo clientes particulares en demanda de sus productos, sino los cargueros del campo, sobre todo los lunes (día de mercado), de un amplio espacio geográfico que comprendía desde Santiago de la Espada, Puebla de D. Fadrique y Yeste, hasta Mula.

Al morir Diego Marín Navarro se hicieron cargo del negocio sus hijos Diego, Carmen, Tomás y Conchita Marín Martínez, hasta que las particiones de rigor dejaron como dueño al mayor de ellos, quedando los demás como empleados. La tienda de Diego Marín fue siempre escuela de comerciantes, muchos de los cuales abrieron, tiempo después, sus propios negocios. Entre ellos hay que mencionar a Ramón el Pera, quien comenzó a trabajar allí a los 10 años, como dependiente, con un sueldo mensual de 315 ptas. Otros empleados fueron Julián Sánchez-Guerrero, Dolores Martínez Reina y su hermano José María, Juan Pedro Ferrer Martínez, Juan y Ángel Marín Fernández, María Pérez Robles, Carmen Montoya Rico, Alfonso el Caillo, Juan el Bata, José López Vacas; Maruja López Espallardo, Ascensión Pérez Celdrán, Pedro Chico (pintor de Cehegín), Ángeles Pérez Carretero (la Papirusa), y otros muchos. Todos ellos debidamente asegurados en la Compañía Anónima de Seguros contra accidentes L´Abeille, cuya cartilla o Libro de Matrícula de Operarios conserva aún la familia reflejándose en ella el nombre, empleo y sueldo de todos ellos. Aquel seguro, precedente lejano de la actual Seguridad Social, les ha servido a algunos de ellos, tiempo después, para demostrar la antigüedad de cotización y por tanto para poder cobrar en la actualidad su correspondiente pensión.

La tienda, como algún lector recordará, era de superficie rectangular, con escaparate a la calle y dos largos mostradores de madera en los lados mayores, siendo el de la derecha donde se ofrecían los productos de mercería, perfumería y vestuario, y el de la izquierda para papelería y ferretería, encontrándose lo demás al fondo en amplio almacén. Junto a la entrada, a la izquierda, se encontraba la caja, en cubículo cilíndrico de madera, donde durante tantos años atendió al público Carmen Marín y luego quienes le sucedieron.

También Diego Marín tuvo la exclusividad comarcal en la venta de explosivos, debidamente almacenados en el polvorín que la empresa tenía a las afueras de la población, en la zona de Las Cantarerías. Con la dinamita servida por ellos, se hicieron, entre otras, las obras del Canal del Taibilla y del Pantano del Cenajo.

Hacia 1948, Diego Marín abrió sucursal propia en Calasparra, la cual cerró pronto al comprobar que la atención debida al nuevo local le impedía hacerlo con la escrupulosidad acostumbrada en Caravaca. Sin embargo, ello no fue obstáculo para que su representante en aquella localidad, Enrique Navarro, siguiera siendo uno de sus más importantes clientes en adelante.

Otros clientes que adquirían sus productos al mayor, para venderlos al detalle en sus respectivas localidades fueron: Pepe el Panocho en Nerpio, Juan Ciudad en Cehegín y los Benjaminesde Archivel entre otros muchos.

En el anecdotario de una empresa tan prolongada en el tiempo y con tanta clientela y empleados, es inmensa. A manera de ejemplo mencionaré al comprador de un aparato de radio que, pocos días después de adquirirlo, quiso devolverlo porque no transmitía música flamenca que es la que a él le gustaba.

Diego Marín Ceballos en la puerta de la tienda. Últimos años del negocio
Diego Marín Ceballos en la puerta de la tienda. Últimos años del negocio

Diego Marín Martínez casó con Concepción Ceballos Sánchez, trayendo al mundo entre ambos once hijos, y falleció el 27 de mayo de 1984, heredando el negocio sus hijos, tres de los cuales (Diego, Fernando y Conchita) permanecieron al frente del mismo, transformándolo y adaptándolo para la venta preferente de artículos de regalo, hasta que se cerró en 1989, coincidiendo con una buena oferta en un momento de auge empresarial.

La tienda de Diego Marín, junto a sus vecinas de Los Jiménez, Fémina, Pepe el de las Confecciones, Pepa Romero y Manolo Nieto, además de las librerías Vieja y Nueva, las farmacias, las sastrerías, los bancos y las confiterías, convocaban a la población diariamente en aquella primera parte de la calle Mayor, provocando un movimiento social y económico continuo y de primer orden en la Caravaca del ecuador del S. XX, difícil de olvidar para cuantos jugábamos de niños en su superficie y también para cuantos acudían allí en demanda de todo lo necesario para la vida de entonces.

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