Ya en la calle el nº 1037

La Tercena

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José Antonio Melgares Guerrero/Cronista Oficial de Caravaca y de la Vera Cruz.

Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, la palabra tercena significa almacén del Estado para vender al mayor tabaco y otros efectos estancos. La Tercena de Caravaca durante gran parte del S. XX y hasta nuestros días, se ubicó en la C. Mayor, frente al convento de las MM. Carmelitas, y sus responsables ante el Estado han sido miembros de la familia Laborda. El primero de ellos conocido en la época a que nos referimos, fue Juan Bautista Laborda quien, por amistad contraída en Torre Pacheco (donde ejercía como telegrafista), empleó en la Tercena Caravaqueña a Manuel Rivas Valiente, Sargento de la Guardia Civil, jefe de puesto en aquella localidad, cuando le llegó la edad de la jubilación. Desde entonces tres generaciones han dado la cara al público local en la tenencia del negocio, todos ellos empleados, como digo, de la familia Laborda.

El-sargento-Manuel-Rivas.-Padre-de-Mercedes
El-sargento-Manuel-Rivas.-Padre-de-Mercedes

Manuel Rivas, casado con la alicantina Teresa Mira Jorge, tuvo muy pronto como ayudante en la tercena a su hija Mercedes, quien desde los catorce años estuvo tras el mostrador, por lo que fue conocida a lo largo de su vida, popular y cariñosamente como Mercedes la de la Tercena, heredando de su padre el empleo, con sueldo mensual y comisión ocasional por ventas. Manuel falleció en 1940 (meses después de protagonizar el anecdótico y curioso acto de asomarse a los balcones del Casino de la C. mayor, con su tricornio de la G. Civil, el día que terminó la Guerra Civil).

Mercedes contrajo matrimonio con José Martínez Navarro (hijo de Dolores la del Batán), fruto del cual nacieron sus tres hijos: Loli, Teresa y José Manuel, quienes se criaron en el espacio físico de la tercena, lugar que el lector entrado en años recordará de estructura rectangular y no mucha capacidad, con dos peldaños para entrar en él desde la calle y pavimento de barro rojo. En su interior, mostrador de madera al frente y vitrinas en los laterales. En la de la derecha se exhibían las cajetillas de tabaco rubio (Bisonte, Luki, Camel, Ganador y Vencedor) y las cerillas, unas de madera y otras de papel encerado). La vitrina de la izquierda mostraba al público los puros y el tabaco más selecto, mientras que en una estantería situada en el frente se almacenaban los botes verdes de picadura, las pastillas y las cajetillas azules de tabaco Caldo de Gallina, los Ideales y los Celtas Cortos y Largos, así como los librillos de papel para liar (Smokin, Gol, Indio Rosa y Bambú). También allí se almacenaban las letras de cambio en una gran variedad que iba desde los 0´20 céntimos hasta las 120 pts. Los sellos de correos, así como las pólizas y timbres se almacenaban en cajos del propio mostrador. El tabaco picado llegaba a la Tercena en grandes cajones de madera, en botes verdes muy apetecidos por el público fumador.

Como he dicho, la Tercena era un negocio familiar. José, el marido de Mercedes, que comenzó trabajando con Miguel el de la Tienda en la Esquina de la Muerte, pronto se dedicó a ayudar a su esposa, así como los hijos, sobre todo Loli, quien heredó la tenencia y, junto a su marido Andrés, la regentaron hasta la jubilación de ambos.

La Tercena, como administración o concesión estatal, abastecía a todos los estancos de la zona, además de comportarse como un estanco más; y a ella llegaban los productos para la distribución, desde un almacén que los Laborda tenían en la C. del pintor Rafael Tejeo. En el interior de aquella había buzón de correos, de hierro, donde muchos usuarios del establecimiento depositaban sus cartas, las cuales eran recogidas puntualmente, a las siete de la tarde (en verano e invierno), por los carteros locales Pedro Montoya, José Guirao y Alfonso entre otros. El horario del negocio era muy dilatado en el tiempo: de nueve a dos por las mañanas y de cuatro a diez de la tarde, abriéndose todos los días del año, incluso los sábados y festivos.

Las horas de mayor venta diaria eran las del atardecer, cuando los representantes y comercios despachaban la correspondencia, para lo que habían de adquirir los sellos postales para el preceptivo franqueo, organizándose a veces grandes colas que llegaban a la calle. También cuando los alpargateros se dirigían a las fábricas a entregar, momento en que se detenían en la Tercena para adquirir tabaco, bien en botes para liar, en cajetillas, e incluso cigarros sueltos. Los días en que se celebraban corridas de toros la venta de puros se multiplicaba respecto a lo habitual. Curiosamente Mercedes y sus hijos conocían las preferencias de sus clientes habituales, a quienes servían al verlos entrar, sin necesidad de que demandaran el producto. Fue el caso, por ejemplo, de Pedro Antonio López (el fotógrafo), quien era habitual fumador de Bisonte; y Eusebio el Poli  y Pepe Nevado (padre), quienes fueron empedernidos fumadores de Caldo de Gallina.

Mercedes-y-sus-hijos
Mercedes-y-sus-hijos

La Tercena era el lugar, como he dicho, donde la familia Martínez Rivas hacía la vida durante la larga jornada laboral de cada día. En invierno Mercedes encendía brasero de picón, que disponía sobre tarima de madera, calentando así el espacio. Durante el verano el tiempo que le dejaban los clientes se invertía por todos ellos en la calle, en amena conversación con la nutrida vecindad compuesta, entre otros, por el Sr. Manuel (el Barumbo), barbero en las inmediaciones de la Tercena. Cruz la monjera, que atendía a las MM. Carmelitas. Las familias de Salvador el de las Máquinas y Bartolo (el de la confitería). La zapatería de Manolo Asturiano, la gestoría de Paco Marín, la taberna del Tío Siseñor y el dentista José Jiménez Jaén.

Mercedes, tras dedicar toda su vida a la tercena falleció, con setenta y un años, en 1981, quedando el negocio en manos de su hija Loli, como también queda dicho, quien a su vez falleció en 2006, tras haberse jubilado cinco años antes.

Para muchos, sin embargo, la evocación de la Tercena pasa por el recuerdo de Mercedes, aquella mujer corpulenta, de sonrisa triste y mirada misteriosa. Pegada siempre al trabajo y esclava de su familia. Inseparable del quehacer diario y enmarcada en una época de difícil olvido para quienes protagonizamos la generación de la posguerra (la generación del pan y chocolate), en cuyos años crecimos y, a nuestra manera fuimos felices con lo que teníamos, sin aspirar a lo imposible.

Mercedes la de la Tercena fue uno de los iconos locales que, como virtuales pins llevamos prendidos en la memoria quienes nos sentimos orgullosos de la generación que, con sus luces y sus sombras, propició la Caravaca de la que hoy disfrutamos.

 

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