Ya en la calle el nº 1040

La sonrisa eterna de don Miguel

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

ANTONIO F. JIMÉNEZ

Ahora que está en el Cielo, tendrá ya don Miguel la sonrisa imperecedera de los ángeles. Cuando cumplió dos meses como párroco de BuProclamando el Evangeliollas, don Miguel Conesa fallecía al llegar al hospital después del trágico accidente de autobús, que tan desolados y tristes ha dejado a todos los bulleros, a todos los murcianos, a toda España.
Conservo vivo el recuerdo de aquella tarde del 8 de septiembre, cuando, minutos antes de su toma de posesión como párroco de la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario de Bullas, me acerqué a la sacristía para presentarme y avisarle a don Miguel de que iba a estar de aquí para allá en el templo, echando fotos para El Noroeste durante toda la celebración. Tengo vivo a don Miguel asintiendo y mirándome con ese rostro impecable y dulce, de una bondad auténtica, sin forzamientos, natural. Tengo viva su mano tersa de treinta y seis años golpeteando mi hombro mientras decía: “¡Muy bien! ¡Muchísimas gracias!”.
Le esperé entonces en una columna, a la entrada de la Iglesia, hasta que abriesen los portones. Después de que entraran los demás curas, apareció enseguida don Miguel, que justo al verme con el objetivo a punto, miró a la cámara (cosa que no suelen hacer, o se vuelven reacios, los que son protagonistas de algo), y esbozó una gran sonrisa, no solo con la boca, sino también con los ojos, que le realzaban la sinceridad de su alegría, y que ha quedado ya para siempre fotografiada. Conservo vivos sus ojos mirando fijamente con ternura y profundidad al que tiene enfrente.
Tengo viva otra imagen de aquella tarde (en mi memoria y en el ordenador), que salió un poco movida. En un momento determinado de la celebración, don Miguel visitó los lugares más importantes de la Iglesia: el confesionario, la pila bautismal y el sagrario. Cuando dejó este último lugar atrás, salí a su encuentro desde otra columna con el temor de que pudiera resultar pesado, pero él miró de nuevo a la cámara con una sonrisa, esta vez aún más tierna que la anterior, sin despegar los labios y con la cabeza humilde y levemente inclinada hacia abajo, como la de los dos santos, San Luis Gonzaga y San Juan, en sus hornacinas, que aparecen en la foto por detrás y entre la cabeza de don Miguel. San Juan tiene siempre el brazo levantado indicando con un dedo los caminos del Señor. En ese momento, San Juan le apuntaba a don Miguel, el hombre con el corazón sencillo y bueno, su nuevo destino: la parroquia de Bullas, “una pequeña parcela del Reino de Dios”, como expresó el seminarista de Bullas, Lope Nadal, en la toma de posesión. Ahora, San Juan le dice que su camino en este mundo ha terminado. Y don Miguel estará contemplando no sólo ya una pequeña parcela del Reino de Dios…
La gente que sobrevivió cuenta que, minutos después de que ocurriera la desgracia, “eran muchos los que se acercaban a don Miguel”, todavía con un hálito de vida, “y le daban la mano.”, explica Ana María ‘la Ranchera’. “Don Miguel estaba sentado en los primeros asientos”, y como se percató antes de lo que se les venía encima, quiso ayudar a los que tenía cerca, pero ya no le dio tiempo y el autobús cayó por el terraplén causando diez fallecidos en el acto y cuatro en el hospital.
Y ahora que don Miguel está en el Cielo, tendrá ya la sonrisa imperecedera de los ángeles. Leyendo de nuevo la crónica que escribí de su toma de posesión, me golpea la última frase: (8 de septiembre, Bullas) “Aquí se queda ahora don Miguel Conesa, en Bullas, un pueblo donde nieva. Ha venido del mar a la montaña. Como un peregrino, como un mensajero. «¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas!». (Isaías 52: 7-10)… Qué iba a saber yo, cuando le di punto y final al artículo, que una montaña siempre está más cerca del cielo. Descanse ahora en la paz de Cristo junto a los trece vecinos de Bullas que marcharon con él.

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