Ya en la calle el nº 1040

La sed de los relojes, de Ángel Paniagua

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

PASCUAL GARCÍA

Ángel Paniagua ha sido, y es, uno de los mejores poetas de su generación en Murcia, aunque nacido en Plasencia, y lo hemos ido viendo evolucionar desde sus primeros poemarios en la década de los noventa, con pLa sed de los relojes, de Ángel Paniaguaosiciones próximas a los poetas nacionales de su tiempo y bajo el amparo de mentores de paladar tan fino como Francisco Brines o Luis Antonio de Villena cuya cercanía revelaba el nivel literario del poeta extremeño y auguraba un futuro tan venturoso como merecido, un futuro que, por supuesto, tiene todavía a su alcance.
Este libro mereció un galardón tan relevante como el XVIII Premio Internacional Antonio Oliver Belmás, que ha destacado siempre por un jurado compuesto de grandes poetas y solventes profesores de Literatura, pero al margen del premio en sí, estamos ante una obra compleja, de un riqueza de matices lingüísticos y literarios sobresaliente que apunta en una dirección metafísica obvia, la de ese pájaro de plumaje dorado, de acuerdo con los versos del poeta Vallace Stevens, que canta una canción extranjera sin un sentimiento humano y que el lector asociará muy pronto con la muerte.
El mismo libro muestra una estructura litúrgica de misa de difuntos desde el “Introibo ad altare deae” hasta el “Ite, vissa est”, y hasta ese último texto, “Morir ahora”. Una clara influencia simbolista, un delicado toque juanramoniano, una profunda reflexión filosófica traspasan las páginas bellísimas de una obra diferente y exclusiva: “¿Soy aquél que aburrido separaba las horas con los dientes/ y las mordisqueaba buscando pulpa agria/ con que saciar la sed de los relojes.” Algo de Rubén, asimismo, percibimos en la bien aprendida lección poética de un escritor que posee las herramientas y la razón de la palabra, pero también el desparpajo y la frescura de un vate joven que ha leído mucho y ha vivido mucho: “y si ahora, después de todo esto,/ me preguntan por qué sigo viviendo, les diré que la vida me apetece.”
No puedo olvidarme de un poema largo y de calidad excepcional , cuyo título ya dice mucho y que resume a la perfección el libro entero, “Ofificium defunctorum”, pero junto a él, el magnífico “Muere Sócrates”, de una grandeza inolvidable, salido, sin duda, de la pluma de un poeta soberbio, o el original e impactante, “Declaración de un mercenario”, donde el escritor demuestra el dominio casi absoluto de la técnica, pero no voy a omitir, por razones personales, mi especial interés por “I Know thee not, old man” y la delicia funeral de la parte IV, “La senda del cementerio”.
Llevo casi treinta años siguiendo con admiración y muy de cerca la estela poética de Ángel Paniagua, el camino dorado que han ido dejando todos y cada uno de sus libros y sigue asombrándome hoy su capacidad para la creación de atmósferas poéticas inigualables, donde se dan cita la cultura, la preocupación humanista y un finísimo oído para el verso clásico sin renunciar a la frescura de un poeta todavía joven e irreverente.
Y, por todo ello, éste es, sin duda, un poemario que merece la pena leer.

TÍTULO: UNA CANCIÓN EXTRANJERA
AUTOR: ÁNGEL PANIAGUA
EDITORIAL: E.R.M.
Murcia, 2004

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