Ya en la calle el nº 1040

La salida de la Procesión del Baño

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

JUAN ANTONIO SÁNCHEZ GIMÉNEZ

Hay lugares, recovecos y momentos en nuestras fiestas que pueden parecer muchas veces imperceptibles por los folletos turísticos o por los medios de comunicación en general, momentos fugaces y espontáneos que quedan en la retina y en los recuerdos de los que lo viven desde dentro. Uno de ellos es sin duda la salida de la procesión del Baño, el tres de mayo, aunque creo que por mucha luz y taquígrafos que allí se concentraran difícilmente podrían captar la atmósfera que allí se vive entre todos los presentes en el marco incomparable del casco antiguo de Caravaca, en concreto la plaza del Arco, la plaza Nueva, la calles Colegio, Pocico y el inicio de la calles Gregorio Javier y Mayor, teniendo como epicentro y momento más esperado la salida de la Santísima Cruz de la parroquia del Salvador.


Son momentos donde el aire de la tarde de mayo rezuma emoción contenida, nerviosismo e ilusión. Donde la espera de grupos cristianos y kábilas moras, que van llegando de sus lugares de concentración a la plaza del Arco, se hace breve; una espera, y valga la redundancia que esperamos que sea lo más larga posible. Si moros y cristianos llevamos nuestras mejores galas esa tarde…¿qué podríamos decir de reyes y sultanes?. Todas las miradas van a ellos, es su tarde, su gran momento; susrostros
emanan ilusión y concentración ante el parlamento que protagonizaran en pocas horas presidido por la Santísima Cruz. Pero antes está la tarde…¡y qué tarde!.
Un buen amigo mío me dice muchas veces que es “su ratico”, que ese ambiente es el que más disfruta de todas las fiestas, y a buen seguro que no le faltan argumentos.
Es una armónica mezcla de colores, olores y sonidos. Colores de los velos de las moras, los tocados de las cristianas y los emblemas y estandartes de los que van a enfrentarse en incruenta y legendaria batalla.
Colores de las banderas y colgaduras de los balcones. Olores del perfume de las mujeres que van a participar en la solemne ocasión, de la cera, de las flores y del incienso que acompañará a la Vera Cruz. De pólvora Abul Kathar y por qué no decirlo…del sudor de los guerreros cubiertos y armados para la ocasión. ¿Y los sonidos?. Por supuesto, aparte del de la pólvora de los trabucos kathar, elemento indispensable y de centenaria raigambre en nuestras fiestas, el de las bandas, que con sus timbales resuenan con más claridad que nunca en la calle Pocico formando las filas, o al entrar en la plaza del Arco, o la Real Banda de la Vera Cruz (la banda de Pablo), que desgraciadamente parece que no participará este año y que esperamos que volvera ver pronto por nuestras calles. Del metal de chapas, espadas y escudos rechinando. Pero uno de los más hermosos es el de las campanas de la torre majestuosa parroquia del Salvador, dando vueltas, retumbando como locas de alegría y nerviosas y que ponen el sonido de fondo a este magnífico ambiente.
Por supuesto que lo ideal es un sol de justicia, una tarde bajo lienzo añil, pero si tenemos la mala suerte de que la meteorología no respeta se sale igual. Se sale incluso con más ardor festero; la Santísima Cruz tiene que hacer su recorrido y llegar acompañada y escoltada al Templete para bendecir las aguas; no en vano estamos hablando del acto que da origen a nuestras fiestas, el más antiguo, y el de mayor importancia; el Baño de la Santísima Cruz, cuyo origen es de 1384 y en torno al cual han evolucionado y se han desarrollado las fiestas en su honor a lo largo de los siglos llegando a ser lo que son actualmente. Historia y sentir de un pueblo en estado puro.
Son sensaciones dignas de vivir, encarar la estrecha calle Gregorio Javier en perfecta formación con unos balcones abarrotados y la gente apiñada en la calle Colegio, el descansar antes de salir en la plaza del Arco con un licor café y contemplando las capas de reyes y sultanes o el nuevo atuendo de quienes estrenen traje, el nerviosismo y la ilusión mientras formamos filas (por mucho que se planee siempre hay algún fleco de última hora), los pelos de punta cuando empiezan a sonar los timbales, el ver algún ser querido que va a participar en la procesión con la cera mirándote con ilusión y otras tantas que no podría escribir en estas líneas porque ocuparía muchísimo más espacio.

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