Ya en la calle el nº 1037

La niña del sari rojo

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FRANCISCO MARTÍNEZ LÓPEZ
La sala de espera de aquel hospital se iba quedando vacía a medida que la madrugada avanzaba y todo se sumía en un letargo perezoso y somnoliento, como el del reloj que presidía la estancia y que iba desgranando sus segundos pausadamente, admEl sari rojoinistrándolos con la exactitud de un contable estricto y minucioso. Tuve la sensación de haberme quedado sólo en aquella sala cuando noté que alguien me observaba y dirigí mi mirada de manera instintiva sobre un montón de revistas que se apilaban desordenadamente sobre una mesita; desde una de las portadas, una niña me miraba con unos ojos verdes como el jade, aquella mirada fue como un disparo sobre mi retina, era una niña afgana con la cabeza envuelta en un harapiento sari rojo, la imagen la había visto antes pero nunca me había causado aquella impresión, aquellos ojos arrasados por el miedo parecían haber escapado del infierno, y a pesar de su juventud  expresaban  todo el horror y la destrucción de la que huían. Aquella niña había pasado tanto tiempo con la mirada en la guerra que había terminado con la guerra en la mirada. Por un instante traté de esquivar aquellos ojos, pero una y otra vez me perseguían, fijos, incansables y asustados. Tomé la revista entre mis manos y me dispuse a leer su historia sin poder apartar la vista de aquellas pupilas que no eran más que el eco de mis propios miedos, al tiempo que la madrugada se diluía como un terrón de azúcar en una taza de café caliente.
Las primeras luces del alba rezongaban a través de un amplio ventanal jugando a iluminar cada rincón, cuando por fin una enfermera se acercó y con una voz tenue y cálida me comunicó que todo había ido bien, era padre de una hermosa niña de tres kilos. Pasó el tiempo, mi hija creció, yo envejecí y mi casa quedó habitada por el silencio, pero los ojos de aquella muchacha me persiguieron siempre, como un espejo que devuelve la mirada aunque tratemos de observarle a hurtadillas.

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