Ya en la calle el nº 1040

La Navidad en Caravaca, tiempo atrás

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

José Antonio Melgares Guerrero

Cronista Oficial de la región de Murcia

Las fiestas con las que la ciudad de Caravaca celebra anualmente el nacimiento del Hijo de Dios, no difieren sustancialmente de las celebradas en cualquier otro lugar. Profusa iluminación que sirve de marco a los actos callejeros. Actividades recuperadas de costumbres que languidecieron con el tiempo, y vida familiar en torno al “Belén”, al “Árbol” y, sobre todo en torno a la mesa donde se degustan manjares propios de latitudes frías como las nuestras.

Sin embargo, las más populares e íntimas prácticas navideñas caravaqueñas tienen raíces antiguas que, en la mayoría de los casos sobrepasan los doscientos años de antigüedad. Como se sabe, la instalación del “Belén” doméstico y corporativo es costumbre iniciada por San Francisco de Asís en la Umbría Italiana durante el S. XIII, la cual difundieron los franciscanos por todo el mundo cristiano. También a Caravaca llegó esa piadosa costumbre de manos de los frailes que se instalaron en el Ejido, a las faldas del “Calvario”, en el S. XVI. El más antiguo “Belén” conocido documentalmente en nuestra ciudad data de 1777 y pertenecía al noble local Diego de Uribe Yarza, marqués de San Mamés de Arás, cuya familia, lo instalaba anualmente en su casa palaciega del “Puente Uribe”, y cuya procedencia sería seguramente napolitana.

En cuanto a la tan extendida “felicitación navideña” de nuestros días, también existen antecedentes documentales en el año 1785. En mi archivo particular conservo un curioso ejemplo de esta costumbre, en el que Diego Alejo Dorado acusa recibo de la “EXPRESIÓN DE PASCUAS” enviada el 23 de diciembre de aquel año por Tomás Pedro de Mata. En ella no se menciona el deseo de prosperidad para el año entrante, en los términos en que hoy suele hacerse, sino que dice textualmente: “las disfrute (las Pascuas) y disfrute las subsecuentes” que entiendo es lo mismo que hacer votos por una larga y venturosa vida.

El canto del “villancico”, en cualquier sitio y hora, pero sobre todo ante el nacimiento montado en el templo, en casa o en otros lugares, durante la Nochebuena y durante todo el ciclo festivo de la Navidad, tuvo incluso su reglamentación, ya que el Maestro de capilla de la Iglesia Mayor del Salvador, José Tornel y Torres, compuso, hacia el año 1760 una hermosa colección de estas canciones populares para ser cantadas en este templo. Aquellos villancicos se llegaron a editar en el año 1764, reeditándose once años después, en 1777, en un bello opúsculo cuya portada ilustró el grabador murciano Juan Lariz.

Las gentes siempre acudieron masivamente a la “Misa del Gallo”, a media noche del 24 de diciembre, recorriendo al termino de la misma las calles, cantando  villancicos y acompañándose de instrumentos musicales y de percusión. La cena copiosa previa, y sobre todo la abundancia de alcohol, derivaba con frecuencia desde el entusiasmo al altercado público, con presencia policial, o no.

También de ello existe constancia documental en el año 1751, cuando varios jóvenes de la ciudad dieron con sus huesos en la cárcel, tras haber resultado muerto, en un altercado durante la Nochebuena, Saturio de Mata. Aquellos jóvenes andaban a las horas del crimen “por las calles tocando unas zambombas y pidiendo el aguinaldo”.

El habito de consumir turrón, entre otros alimentos propios de la Navidad, así como otras muchas confituras de elaboración casera, en las que se afanan las mujeres durante las vísperas, ya era habitual en 1739, año en que el yeclano Mateo García vendió en Caravaca “27 arrobas de turrón en cajas” que había comprado en Játiva al corredor de esta mercancía Vicente Oliver. No se especifica en el documento del Archivo Histórico Provincial la clase de turrón, aunque sí el precio de éste: 75 reales la arroba y media.

El turronero yeclano había suministrado este año, también el dulce alimento navideño a los frailes franciscanos del convento de Sta. Ana, de Jumilla; quienes, por cierto, aún se lo debían el seis de diciembre cuando se redactaba el escrito. Pasado el tiempo, el turrón se fabricó de manera industrial en Caravaca por mi tío Julián Guerreo Martínez (comercializado con la marca, ya muchos años desaparecida,  “Turrones El Castillo”), y artesanalmente por “las Mellizas”, “Las Naranjeras” y “Los Carlistas” entre otros.

También el original y típico “alfajor” (sin duda de origen morisco) ya se fabricaba en Caravaca en 1788, de la misma forma que ahora. En la escritura de partición de los bienes del Marqués de San Mamés, celebrada en 23 de junio de aquel año figuran “unos yerros para hacer obleas con las que se envuelve el alfajor” (los yerros, como se sigue denominando este artilugio metálico en la actualidad), se valoraron en 24 reales.

El espacio, siempre reducido de una colaboración periodística obliga a resumir, por ello dejo para otra ocasión la referencia a los antiguos “bailes” de Nochevieja en el Casino y en “los Yemas”, según la clase social de cada cual, después celebrados en el “Círculo Mercantil” y en las discotecas al uso. El mercado de Nochebuena en la Plaza Nueva. El tocón (o “nochebueno”) que esa misma noche se consumía en la lumbre mientras el abuelo entretenía a los muchachos para que llegaran despiertos a la “Misa del Gallo”; y los “envueltos”, mantecados, polvorones, rollos y “picardías” que completaban antes, y aún hoy lo hacen, la abundante y variada gastronomía navideña local, en sus más variadas vertientes, sin olvidar el folklore aportado por las cuadrillas de “Animeros”, las cuales merecen amplio capítulo aparte.

 

 

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