Ya en la calle el nº 1037

La música mobiliaria de Erik Satie

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ANTONIO F. JIMÉNEZ
Hay un cuadro del pintor catalán Santiago Rusiñol en el que aparece retratado el compositor francés Erik Satie, al lado de una chimenea, todo de negro, con la alopecia naciente en su peinado, la mirada decaída y de cristal, en una saleta con la luz mínima de un atardecer, que supuestamente era su cuarto, decorado con bocetos de sus dibujos pegados en las paredes (Erik Satieatie era también dibujante), unos libros en la repisa de la lumbre (era también escritor –de epigramas–. También escribió un libro de sus recuerdos que tituló ‘Memorias de un amnésico’), un ambiente, en fin, un poco tristón y otoñal, con sus botas negras, posiblemente recién quitadas, descansando al lado de la cama.
Pero no se sabe si ésta era su auténtica habitación, porque, según se ha dicho a lo largo de los años, nadie había entrado a su casa hasta el día en que sus amigos forzaron la puerta y se lo encontraron muerto (el 1 de julio de 1925). Allí estaban, en ‘su taller de soltería’, como definió el periodista Álvaro Cortina el habitáculo de Satie, sus últimos dibujos, también sus pensamientos escritos en papeles desordenados; descubrieron que tenía seis idénticos trajes de pana; allí hallaron su austeridad, su soledad. Pero en ese espacio hubo la creación. Desde finales del XIX y principios del XX, Erik Satie compuso «la música del mañana», dicho por Maurice Ravel, su contemporáneo.
Satie, admirador del impresionismo pictórico, le había dicho a Debussy que «¿por qué no hacer trasposiciones musicales de Monet, de Cezanne, de Toulouse-Lautrec y demás?». De ese modo surge el arte más personal de Satie, ‘su impresionismo musical’, una pincelada suelta, en el aire, desde las teclas del piano, recreando la evocación de paisajes en la mente del que escucha a Satie, aunque él aseveró que «el piano, como el dinero, sólo resulta agradable a quien lo toca». Pero no es así. Si uno escucha, por poner un ejemplo de una de sus primeras obras y más conocida, las Gymnopédies, que las compuso un agosto de 1888, quizá con el sentimiento típico de este tiempo en el que amarillecen las cosas, por seguro estoy de que a ese uno se le entornarán los ojos e inclusive, según ya el grado de sensibilidad de cada cual o de las circunstancias vitales del momento, puede que hasta se le llenen de lágrimas.
Música intimista y misteriosa. Música de ambiente. Sólo que Erik Satie, con su ‘sarcasmo crónico’ (Cortinas), le dio un nombre más preciso: ‘Musique d’amebleument’, que se puede traducir como música de mobiliario. De hecho, una vez, cuando presentó públicamente este tipo de música en una galería, distribuyó a los músicos por las esquinas de la sala y dijo a los asistentes que, mientras sonara la música, podían «charlar, beber y andar». Pero aquella vez, según cuentan, la gente se sentó y se calló para escuchar, y parece ser que Satie se enervó. Él había dejado claro que su «música de mobiliario es fundamentalmente industrial. Crea vibración, no tiene otro fin. Cumple la misma función que la luz, el calor y el confort en toda sus formas». El mundo como impresión. Su mobiliario: la luz tenue, los dibujos en la pared, el naranja de la lumbre, los libros de la repisa, el espejo, la silla, sus vítreos, su barba, su alopecia, su excentricidad, su evasión, su humor, su tristeza. Él lo resumió mejor: «Yo me llamo Erik Satie, como todo el mundo».

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