Ya en la calle el nº 1040

La malvada Jezabel

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

GLORIA LÓPEZ CORBALÁN
De todas aquellas historias que contenía la gran Biblia que me regaló mi madre,  seguramente pensando en que tomase por referencia a las buenas, nunca a las malas; la historia que más me gustaba era la de Jezabel. Esa mujer tan bella y malvada que con el aleteo de sus pestañas siempre conseguía lo que deseaba. Eso era en la Biblia, luego la historia y la arqueología me contaron que había sido una mujer enérgica y culta, una princesa fenicia que dejó su país para cumplir el mandamiento de su padre y llevar la paz entre Fenicia e Israel. Una mujer fiel a sus propios ideales, que quiso instaurar el culto de sus dioses en su nuevo país, un país que no la quiso en absoluto.

Jezabel nació el 900 a.C. Era hija de Etbaal, rey de Sidón que subió al trono por estricto orden de sucesión, esto es, cargándose a sus dos hermanos mayores.  Puesto que Sidón era una próspera ciudad fenicia, su vecino Omrí, rey de Israel, pronto decidió que la hija de su vecino era la más adecuada para su hijo Acab.  Además Jezabel era hermosa, culta y refinada. Y, según descubriría el maquiavélico suegro, para nada gobernable. Al contrario, fue ella la que pronto gobernó a su enamorado Acab, que la dejó ir haciendo a su antojo. Decidida a hacer lo que le saliera de su regio cetro, no se conformó con dar hijos a su esposo para mayor gloria del reino de Israel, y pronto estaba formando parte del gobierno del reino terrenal, y como no… del celestial.
Implantó en Israel el culto a Baal y a la diosa Ashera, su complemento femenino. Esto puso los pelos como escapias a todos los  líderes religiosos, que no estaban dispuestos a que nadie les robase una parcela de cielo, ni de prebendas. Montaron en cólera y se organizaron religiosamente contra la joven reina. Mientras ella había mandado llamar, para sus oraciones personales a  450 sacerdotes al servicio de Baal y 400 al de Ashera. Les alimentó y dio alojamiento con dinero público (vamos, lo que viene siendo hoy día el congreso). La respuesta, en forma de levantamiento popular, no se hizo esperar. La respuesta de la hija de Ashra, tampoco: mando asesinarlos en lo que se tarda en rezar un ave maría.
En su trono se confió la mujer, pero no contaba con el profeta Elías, otro iluminado que la acusó de fomentar el paganismo, vida libidinosa y ya de paso de causar la sequía que asolaba el reino desde hacía tres años. Total, que en un duelo entre sacerdotes, el profeta desafía a los cuatrocientos cincuenta sacerdotes de Baal y los cuatrocientos de Ashera a una prueba en el monte Carmelo, para saber cuál es el verdadero dios. No me preguntéis que prueba científica utilizaron para resolver que es Yahve el único y verdadero dios. El caso es que así se demuestra y entonces Elías mata los sacerdotes de la otra parte.
Lo que no sé yo, con tanta matanza… como quedaron descendientes.
Después  que maten a sus 800 sacerdotes, la mujer se enfada y manda matar a su vez a Elías, por lo que es definida para la historia como mujer cruel. Elías, antes de huir al monte, lanza una maldición, muy cristiana por su parte, contra Jezabel: “Los perros devorarán la carne de Jezabel en la parcela de Israel.” Elías no se dedica solo a pastorear, pone en contra a un general de Rey, que aprovecha la muerte de este en la guerra contra los Sirios, y marcha a palacio para acabar con la Reina y su descendencia. Jezabel, que además de reina era mujer, vislumbró su final y decidió hacer lo que hacen las mujeres antes de salir: arreglarse. Se maquilló, se puso todas las joyas y su mejor traje para recibir al General Jehú. Con todo eso la tiraron por el balcón de palacio los eunucos. Calló entre la multitud adoradora de un solo dios misericordioso que la despedazaron, literalmente.
Jehú entró al palacio real, donde comió y bebió antes de ordenar que dieran a Jezabel la sepultura que, como hija de reyes, le correspondía. La sorpresa fue que, al salir en busca del cuerpo de Jezabel, sólo hallaron sobre el pavimento su cráneo, sus pies y sus manos. El resto del cadáver había sido devorado por los perros. Se había cumplido la maldición de Elías.

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