Ya en la calle el nº 1040

Rocío Álvarez, la inmunología tiene nombre de mujer

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

MI MUJER DEL AÑO

GLORIA LÓPEZ

Se acabó el 2021 y debo quitarle mi título de mujer del año a Mari Cruz, que tan bien lo ha llevado estos dos años. Unos años tan difíciles como la filosofía que la subió al trono y que ella sola ha hecho más famoso que cualquiera de las políticas que surgieron para reconocer la valía de las personas con discapacidad. Y mientras dejo pasar los días de otra navidad con más pruebas de antígenos que de alcoholemia, pienso en quién podría ser mi mujer del año.

Busco como siempre en aquellas que tanto me han gustado en vida, pero que la muerte nos ha arrebatado demasiado pronto: Veronica Forqué, poniendo de relieve un problema que existe pero del que nadie habla, la depresión y sus consecuencias; Almudena Grandes, dejándonos a medias con sus episodios de una guerra interminable; Pilar Bardem, que allá donde haya ido sabrá que si que hablariamos de ella cuando haya muerto; Raffaela Carra y sus canciones de mi juventud o Helen McCrory,  la tía Polly en Peaky Blinders, la más fuerte entre los fuertes en una serie de hombres.

Pero mientras andaba buscando mis referentes para un año con más variantes que meses, apareció Rocío Álvarez como tertuliana en una tarde de pascua maravillosa. Y con la frase “cada día que sale el sol es una nueva oportunidad para aprender” se ganó mi admiración, con su forma de decirlo, mi respeto.

Su talante sereno, su humor fino y esa elegancia a la hora de hablar y estar me dejaron sin palabras. Ya sabía quién era, pero no hasta donde había llegado. Nadie es profeta en su tierra, o quizá resulta que las hay que no necesitan de ese título para serlo. Totalmente desconocida para mi generación, ha sido un descubrimiento, pero mucho más lo es para el campo de la inmunología y la unidad de transplantes en la Región.

Aunque nació en el Sabinar, pedanía de Moratalla, en el seno de una familia de agricultores “con posibles” pero sin apenas estudios, se considera caravaqueña. De niña ya despuntaba entre aquellos compañeros y la maestra aconsejó a los padres que Rocío debería de estudiar. Así que la mandaron a Caravaca como interna al Colegio Cervantes de la Consolación, donde cursó sus primeros estudios y bachillerato y de donde todavía conserva recuerdos y amigas.

De Caravaca se marchó a Granada a estudiar farmacia y de allí a Sevilla, pero su destino estaba en Murcia. En sus primeros años de postgrado simultaneó estudios de doctorado con los del programa MIR de Análisis Clínicos y organizó la primera Unidad de Inmunología que tendría la Arrixaca. Finalizó el doctorado, montó su propia farmacia, se sacó el carnet, hizo tantas cosas que para entonces eran tan difíciles para una mujer en aquellos tiempos que marcharse a París fue solo una más de aquellas pequeñas victorias. Dos años estuvo trabajando al servicio del Profesor Jean Dausset, Premio Nobel de Medicina e impulsor de los primeros trasplantes desde el Hospital Saint Louis de París. Gracias a esa amistad, el premio nobel viajó hasta nuestra tierra.

A su vuelta de la capital francesa trabajó para crear la unidad de trasplante de órganos y tejidos en nuestra Región. Tiene más capacidad de trabajo que reconocimientos: Catedrática Extraordinaria de Inmunología en la UCAM, académica de la Real Academia de Medicina y Cirugía así como de la Academia de Farmacia “Santa María de España” de Murcia, primera mujer jefa del servicio de Inmunología de la Arrixaca, ha dirigido y coordinado más de 20 programas de investigación en ese hospital y en la UMU, algunos considerados de excelencia por la Fundación Séneca y en 2016 fue invitada por la Casa Real con motivo del Día de Hispanidad en representación del mundo de la sanidad. Sin su trabajo no hubiese sido posible que Murcia tenga una unidad de trasplante de riñón.

Ahora, jubilada y dedicada a disfrutar de sus amigas, las mismas que tenía en aquel colegio de monjas, y de su familia, que la ha acompañado siempre en su trayectoria, reconoce que podría haberse dedicado “más a vivir o viajar, pero que le queda la satisfacción de haber participado y creado algo que ya quedará para la posteridad”. Y así es. No solo nos ha dejado su trabajo en la Arrixaca, nos ha dejado un referente.

Son muchas las científicas que con sus descubrimientos han cambiado nuestras vidas, sin embargo, la historia ha olvidado las suyas. Aunque la comunidad internacional ha hecho un gran esfuerzo para inspirar y promover la participación de las mujeres y las niñas en la Ciencia, seguimos encontrando obstáculos para desenvolvernos en este campo, la inexistencia de referentes y la visibilidad a la contribución de las mujeres en este ámbito hace pensar que no existen.

Rocío Álvarez por toda una vida de romper barreras y techos, visibles e invisibles, por su capacidad de trabajo y sus ganas de aprender, que la alejaron del destino que la vida le tenía marcado y la llevaron a convertirse en la madre de la inmunología en nuestra región. Por su generosidad a la hora de dar su vida y tiempo en ayudar a que los demás tengamos mayor calidad de vida. Por todo eso será ese referente de mujer en el que las niñas de hoy, que serán las científicas de mañana, podrán reflejarse.

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